CAPÍTULO 1

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- ¡Germán, no corras tan rápido! 

Fue un milagro que naciera. Su madre dió a luz a siete hijos antes que él y ésta aún se encontraba débil por su penúltimo parto. Sin embargo, ella sacó fuerzas desde lo más profundo de su ser y logró sobrellevar el dolor, el cual se multiplicó al doble por la reciente partida de su esposo.

Al cumplir el año de edad, sus hermanos mayores constantemente lo llevaban al pueblo con ellos para que su madre pudiera encargarse del campo y su hogar más tranquilamente. 

Y ahí era donde todos los observaban sorprendidos. Por una sencilla y minúscula razón. 

El niño no se parecía en lo absoluto a sus hermanos. 

Era verdad que su padre tenía la piel clara, al igual que sus ojos, y el cabello castaño que se volvía algo dorado al sol. La madre era morena, con un cabello oscuro cual noche. Casi todos los hermanos llevaron los genes de la progenitora y algunos pocos conservaban los genes del padre; pero ni ellos podían compararse con la figura tan etérea que desprendía el pequeño. 

Era un niño precioso. Su sedoso cabello era dorado como el sol de la mañana y ligeramente ondulado. Tenía unos ojos azules tan claros que sentías ver como pasaba el agua cristalina a través de ellos. Sus ropas, aunque muy sencillas, embellecían su rostro y le daban un aspecto angelical, pues siempre eran de color blanco, e inclusive turquesa. 

Algunas personas se preguntaban si era posible que existiera una persona así, que lucía como si no fuera de este mundo. Y algunos malintencionados, murmuraban miles de historias sobre su origen y como llegó a nacer. 

Pero poco le importaba a su familia, quienes lo amaban mucho, especialmente al ser el menor de todos ellos. 

Lo cuidaban, mimaban y le enseñaban todo lo que había alrededor suyo. Y se sentían satisfechos al ver los ojitos brillosos y emocionados del infante. 

Fue una pena que esos momentos de felicidad hayan durado tan poco. 


LOS DÍAS SIN TI: Mi niño de suéter blanco.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant