Adicto al amar

Prefacio

Inhalar aire, cruzar esas puertas de cristal y deleitarme con tal aroma; magnifico, de ensueño. Dentro de la cafetería, mis pies me trasladan hasta la barra y, en una de las banquetas, tomo asiento. Allí, me permito leer el periódico que traía en mano. Pero nada parece llamar mi atención, así que lo cierro y, tras posicionarlo sobre la barra, mi mirada se encuentra, de manera repentina y brusca, con la aceitunada y dulce de él.

—¡Hey! —saludo yo, amable—. Buen día, Federico.

—Para usted también, señor Román. —Me dedica esa encantadora sonrisa y, es entonces, cuando recuerdo la razón por la que llevo más de un año viniendo aquí y pidiendo—: ¿Café helado con dulce de leche?

—Eh... Sí, claro, por supuesto.

Acomodo, ligeramente, mi cabellera castaña, y aparto la mirada, nervioso. Con ánimo, Federico se marcha para encargarse de mi frecuente pedido y, como pasa seguido, me ofrecerá comprar algún postre para acompañar el café y lo negaré rotundamente hasta que...

Donas.

Se me hace agua la boca, lucen tan deliciosas a través del cristal.

Ya hasta parezco un niño. Aunque, pese que puedo serlo para algunas personas mayores —porque tan solo tengo veinte años—, creo que soy muy sensato para mi edad.

—¡Listo, Calisto! —informa Federico, encantador, rimando con humor y guiñándome un ojo, mientras deja el café helado con dulce de leche sobre la barra.

—Gracias. —Y dicho mi amable agradecimiento, él se va; pero, no sin antes volver a intercambiar una mirada conmigo y sonreír—. ¿Ah?

Otorgo atención al trozo de papel pegado debajo de mi taza con café y, de pronto, al borde de la curiosidad, me esfuerzo por despegarlo para saber de qué se trata. Teniéndolo en mis manos, lo desdoblo y leo eso que tiene escrito en su interior.

«Linda mañana, ¿eh, guapetón? ¿Piensas esperar otro año más o me invitarás a salir? ;) -Fede».

Sin darme cuenta, me he vuelto adicto al café, adicto en secreto por tanto tiempo, por algo más, por enamorarme, por amar.

Me volví adicto al amar.