III. Cucharadas de azúcar

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 Mi vida ha cambiado

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Mi vida ha cambiado. Las heladas mañanas en la cafetería, los soleados días en el parque y los tibios atardeceres en la playa han sido de maravilla, lo han sido, porque han sido a su lado, al lado de él. Se siente como si en mi estómago florecieran rosas de muchos colores y, perdido en su mirar, no quisiera ver nada más. Mi vida ha tomado un nuevo rumbo, definitivamente.

Ya no es solo café por la mañana, clase en la facultad y el resto del día encerrado en la soledad de mi departamento, mientras me ahogo en estudio y más estudio; a veces leo algún libro, veo una serie o película también, pero pocas veces sucede. Aunque ya no es lo mismo. Ahora, los atardeceres los paso con Fede, en el parque o en la playa, comiendo helado, mientras nos dejamos fluir en largas charlas de vida o debates intensos sobre temas delicados actualmente.

Ya no es lo mismo, y eso también me aterra. Porque me siento distinto. Porque, cuando estoy al lado de él, no pienso, solo actúo, soy honesto. Expreso mis sentimientos y emociones sin capas ni filtros.

—¡Hey!

De inmediato, vuelvo mi mirada hacia Fede, solo para obtener una encandilada por culpa del flash de su teléfono.

—¿¡Qué haces!? —exclamo, cubriendo mis ojos con mi ante brazo, riéndome.

—Asegurarme de tener un recuerdo de éste gran día en la playa.

Él observa el ocaso, la manera en la que, lentamente, el sol se oculta detrás del extenso mar.

—Todos los demás días también me has fotografiado y dicho lo mismo. —Como hizo él, dirijo mi enfoque hacia atardecer, el cielo entre azul y rosado.

—Porque es probable que todos hayan sido grandes días.

—¿Es probable? —interrogo, alzando una ceja, y es ahí que nuestras miradas se hallan, la una a la otra, casi por coincidencia.

—Sí, porque no sé si para ti también lo han sido.

Sonrío, sin poder evitar tal reacción ante sus palabras.

—¿Qué te causa gracia? —pregunta, soltando una risa, al instante que palmea mi pierna un tanto cubierta de arena.

—Nada, es solo que pensé que es obvio.

Entierro mi vista en la arena, sonrojándome.

—¿Qué es obvio?

—Que lo he pasado de maravilla.

Fede evade responder y, concentrado, sirve café con leche en dos copas de vidrio.

—Eres raro —agrego.

—Querrás decir: somos raros. —Me entrega una de las copas y, cada uno sosteniendo la suya, brindamos—. À ta santé!

À ta santé!

El azucarado y espeso líquido se cuela por mi garganta, delicioso.

Poco después, sin perder de vista el ya casi oscuro paisaje, Fede interviene entre tanto silencio.

—Me alegra no ser el único que lo viene pasando de maravilla.

Mis labios se expanden en una genuina sonrisa, de nuevo soy victima de mis sentimientos y emociones. No sé como Fede puede causar tanto en mí, pero lo muchísimo que me aterra, es lo muchísimo que me encanta, puesto que nadie, jamás antes, me había hecho sentir como él lo hace.

 No sé como Fede puede causar tanto en mí, pero lo muchísimo que me aterra, es lo muchísimo que me encanta, puesto que nadie, jamás antes, me había hecho sentir como él lo hace

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Adicto al amarWhere stories live. Discover now