PROLOGO

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VERANO DEL 2020. MARZO.

La tormenta de aquella noche le parecía un presagio del infierno que en sus imaginaciones se conglutinaba sobre su alma. Similar a la brea densa y viscosa, arrastrándose por los suelos tapizados de huellas relapsas, Para terminar fundiéndose en su cuerpo osudo desde los pies hasta la cabeza. Cubierta, observaba con pavor la sustancia negra ascendiendo de sus extremidades.

Continúo andando, meciendo al recién nacido, maniobrando decidida a no rosarle las espantosas cicatrices que no terminaban de cerrarse completamente en su diminuto torso.

No había rastro de un alma y mientras oscurecía, las tinieblas se apoderaban de sus pupilas, era una noche siniestra y la lluvia atizaba feroz sobre su cabellera. Contemplaba esferas de fuego, todo en llamas. Un instinto maternal, el poco que le prendía del corazón, hizo que cobijase a la criatura con el chal que había hurtado de una boutique de la estación de tren. Estaba perdida. Su primer pensamiento había sido asfixiarlo con la tela ¿Qué más debería hacer? Condenada estaba su alma, y el niño partiría al infierno una vez muriera.

Puso un trozo de chal en su boca, amortiguando toda clase de sonidos que pudiesen escaparse de sus labios y en un segundo de debilidad la embargaron las ganas de llorar y clamar a Dios misericordia ¿Por qué había sido la elegida para desatar el cataclismo? ¿Qué tanto valía el alma de otro niño condenado?

Cruzó un par de calles abajo, saltándose los charquitos de agua, recibiendo punzadas de dolor procedentes de su vientre, dejando rastros de sangre que se deslizaba lenta y dolorosamente por su entrepierna. De un vientre maldito, hogar que le había proporcionado nueve meses y dos días a su único hijo.

El Santuario di Maria Santissima del Carmine Maggiore se alzaba monumental, como si de ella se burlase; lo que un día le había parecido un hogar en el cual refugiarse ahora era un paraíso lejano. Observó la estancia, asegurándose que nadie estuviera espiando y cuando un relámpago aterrizó en algún lugar de aquella ciudad, iluminando el cielo nocturno, no pudo evitar seguirlo con la mirada. Dos ojos negros se abrieron paso entre las nubes sepulcrales. La poseyó un terror horripilante.

Era hora.

Subió los peldaños con los pies temblorosos, incapaz de dar otro paso más, como si fuese indigna de pisar territorio sagrado y depositó al niño al pie de la entrada, enseguida salieron gritos desgarradores de su interior, esta vez se resistió de frenar los alaridos. Le descubrió el rostro y entonces el pequeño abrió los ojos, la madre se dejó caer al suelo temerosa admirando la obra maestra de un error irremediable. Dos ojos blanquísimos. Dos ojos puertas a la oscuridad perpetua. Dos ojos que reflejaban su perdición.

Dos ojos opacos, blancos, sin pupilas.

La criatura cogió un dedo de su madre aferrándose a lo último que le quedaba en la vida, ella lo apartó de golpe por el dolor de las llamas ardientes.

Con tal esfuerzo extrajo de sus bragas una postal de Londres y un lápiz casi sin grafito, ahí en las líneas escribió una fecha cualquiera y el primer nombre que le brotó de la mente:

Riley Zaberi. Agosto 20, 2020

Escondió la postal en el chal y entre llantos golpeó las puertas colosales con los puños hasta que ya no pudo más, hasta que la luz de una de las residencias se encendió. Entonces echó a correr, huyendo del bastardo causante de todas sus desgracias.

No dijo adiós, ni volvió a dirigirle una mirada de despedida a su primogénito.

Se detuvo a la orilla del océano, cogió un puñado de piedras y la daga que escondía entre los harapos sucios, se lanzó a una barquita que la esperaba en el puerto y cuando estuvo lo suficientemente lejos de la ciudad no lo dudó un segundo, se metió las piedras a los bolsillos y trazó una línea recta con la punta del cuchillo. De su carne fluyó sangre espesa, negra como el alquitrán.

Giró la cabeza, no vio nada más que una niebla sofocante.

Tragó saliva calmadamente...

Pidió clemencia a Dios...

Y se lanzó al agua. 

BÚSCAME EN VENUS (La caída de Icarus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora