Capítulo 28

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Me cuesta trabajo pensar con claridad, mis sentidos y pensamientos están concentrados en ella. En su liviano cuerpo que sostengo, su olor y en el latido de corazón, que justo acaba de acelerar su marcha. Puedo contar con los dedos las ocasiones en las cuales he considerado mis deseos y muchas menos en cuanto a aspectos íntimos se refiere.

―¿Contigo? ―Sus ojos son grandes, luciendo insegura, como si no creyera mi afirmación sobre compartir mi lecho.

―Si. ―Mi respuesta es corta, casi espero que ella proteste o diga algo al respecto, pero no lo hace y eso solo incrementa mi deseo.

No porque esto se trate de una imposición, sino porque ella lo quiere tanto como. El ligero rastro de su excitación es una droga. Es imposible ignorarlo, aunque he tratado de hacerlo y parte por ese motivo mantuve un poco las distancias. Sus palabras pueden mentir, al igual que sus expresiones, pero no lo hace el resto de su cuerpo.

Empujo la puerta de mi habitación, ella parece demasiado curiosa, a pesar de que no hay demasiado por ver. Las paredes tienen ese mismo tono gris opaco que recubre la mayoría de los edificios dentro del muro. Hay una mesa y silla, un par de muebles y la cama.

Avanzo deteniéndome junto a la cama, depositándola con cuidado. Desearía que las sabanas carmín que la recubren fueran prístinas como lo es la piel de Gema. Retrocedo sacando mi camisa, con un movimiento fluido y que me toma solo unos segundos. Soy consciente del peso de su mirada, que ahora parece haber perdido interés en la estancia, y del ligero aumento de su respiración. No quiero asustarla, así me tomo un poco más de tiempo para apartar el resto de mi ropa.

Quiero tocarla, pero su mirada se mantiene sobre mí y me gusta la forma en que aprecia mi aspecto.

―Te deseo, Gema ―digo, haciéndole saber mis ansias por poner mis manos sobre ella.

Gema rompe mi temple, despierta ansias que no necesariamente van ligadas a su sangre.

Ante mi declaración, veo como la presión de sus muslos cambia, como si estuviera luchando contra sus deseos, al tiempo que su aroma se enreda en mi nariz. Ella no tiene idea del efecto que provoca en mi persona.

Me rastro sobre el borde de la cama, llevando mis manos al bajo de su vestimenta, sin perder de vista sus ojos. Ella no me detiene, incluso cuando pido sin palabras que eleve los brazos para liberar por completo la ropa de su cuerpo, sacándola por encima de su cabeza.

―Eres hermosa ―declaro rotundamente, admirando sin contenerme cada parte de su anatomía. El rubor cubre sus pómulos, alentándome a continuar.

Quiero probar cada espacio de su piel. Quiero grabar cada pliegue y realce de su cuerpo.

Empujo sus muslos, ubicándome entre ellos, acción que le arranca un jadeo; espero un instante, mirando sus ojos, esperando alguna señal negativa, pero ella no protesta, simplemente me observa.

Me inclino sosteniendo su mirada, hasta que mis labios rozan uno de sus pezones. El pequeño bulto endurece bajo mi toque.

―Eres mía, solo mía. ―El núcleo de posesividad que despierta en mí, desde la primera vez que la vi, parece crecer ante su desnudez.

Ella me alcanza, llevando sus brazos a mi cuello, una señal que me no tengo problemas para interpretar. Tomo su boca, sin contenerme, haciéndole saber mis intenciones y sentir.

Me aparto cuando el aliento comienza a escasear en su pecho, sin embargo, no puedo tener suficiente. Beso su cuello, aspirando su fragancia, embriagándome.

Sus manos son erráticas mientras ligeros sonidos necesitados escapan de sus labios, es como si no estuviera segura de que hacer en este momento, pero eso no me persuade. Quiero darle placer. Siempre será ella, antes que nada.

Continúo explorándola, moviendo mi boca a sus senos, esta vez no es un simple roce, los pruebo, usando mi lengua para trazar el corto del pequeño pico, antes de usar mis dientes para frotarlo. Su cuerpo se arquea, mientras mis dedos acarician sus piernas y se trasladan hasta su centro.

Mi pulgar toca la unión de sus piernas, esa parte que parece tener un fuerte efecto.

Gime sonoramente, haciéndome difícil no sucumbir al deseo.

―Tranquila ―murmuro, persuadiéndola. Es demasiado pronto, aunque no he tenido suficiente de su sabor, ni tampoco de sus reacciones.

Sus ojos parecen nublados, su corazón se mueve agitadamente, lo mismo que su pecho. Hay un rastro de sudor sobre su piel y sus mejillas ahora parecen encendidas.

Me muevo sobre ella, colocando mi boca sobre su vientre bajo, eso la hace temblar, anticipando mi propósito. Mis dedos no han dejado de explorar su parte más íntima, pero tengo algo más en mente.

Sus ojos se cierran, como si fuera demasiado, cuando mi boca se encuentra sobre la suavidad de sus risos. Su humedad aumenta, intensificando la fragancia que es prueba irrefutable de su necesidad. Dedos clavándose entre las sabanas a medida que trabajo sobre sus pliegues.

―¡Armen! ―Mi nombre emerge de sus labios, como una súplica, antes de que su cuerpo se contraiga y luego colapse.

La contemplo, cada uno de sus gestos y sonidos, tiro de una de sus piernas, llevándola a mi cadera, mientras vuelvo a poner mis atenciones sobre sus pechos. Ella boquea, su cuerpo aun temblando. Soy egoísta, no quiero esperar más; sin embargo, lo hago. Espero hasta que me devuelve un vistazo, hay un rastro de deseo en su mirada.

Me concentro en su pecho, antes de moverme a su cuello, estimulando el deseo nuevamente. Ella se aferra a mi y contiene el aliento, como si esperara que beba, pero no lo hago, busco su boca.

Ella es tan receptiva, sujetándome con fuerza y envolviéndome con sus extremidades. Solo cuando puedo notar su excitación impregnar el ambiente me deslizo entre sus muslos.

Su centro me acepta, pero soy cauteloso, moviéndome lentamente, cosa que parece complacerla. Cuando sus dientes muerden ligeramente mi boca, sé que es el ángulo correcto.

La observo un instante, asegurándome de leer correctamente sus reacciones. Lo que menos deseo es herirla de nuevo. Para mí es solo un momento, pero sus caderas de agitan, como si no estuviera dispuesta a esperar, como si necesitara esto tanto como lo hago yo.

Voy lento, aumentando la velocidad, a medida que sus sonidos se incrementan y sus dedos se clavan en mi piel.

―¡Armen!

―No te contengas ―gruño, cediendo a mi propia urgencia y necesidad.

El sexo podría definirse como el acto mas burdo y carnal, pero no con ella. Gema hace que la intimidad implique algo más que el roce de piel.

Ella lo es todo. Y la única. 

ARMEN (Saga la donante #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora