Tres.

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Vi una deslumbrante luz nívea al abrir los ojos. Estaba en una habitación desconocida de paredes blancas. Unas persianas cerradas cubrían la pared que tenía a un lado y las luces que tenía sobre mi cabeza, me deslumbraban. Estaba recostada sobre una cama dura y desnivelada; una cama con barras, una cama de hospital. Las almohadas eran angostas y demasiado suaves para mi gusto. Un molesto pitido sonaba desde un lugar sumamente cercano.

Estaba viva, de eso estaba segura.

Unos tubos traslucidos se enroscaban alrededor de mis muñecas y tenía un objeto extraño pegado a mi rostro. Alcé la mano para quitármelo.

—No lo hagas.

La voz de Andrew me detuvo.

¿Estaba muerta?

Sus dedos me atraparon la mano y la posaron nuevamente, con suavidad, a uno de mis costados.

Entonces lo vi.

Su rostro estaba a escasos centímetros del mío. Estaba hincado junto a la cama y se mantenía quieto, expectante.

—¿Andrew?

—Shh... —me acalló—. No hagas mucho esfuerzo.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí?

Escuché suspirar a mi mejor amigo, cansado. Ladeé levemente mi cabeza para poder escrutar su rostro con calma y me encontré con un Andrew ojeroso y pálido, sin embargo, había algo en su mirada que me indicaba que estaba bien, que estaba feliz. Me pregunté si no estaba loca.

No dijo nada durante unos minutos. Yo no repliqué y él no parecía dispuesto a decir algo. Nos dedicamos a vernos directamente a los ojos, a tratar de leer el alma del otro. Era un momento mágico, sin duda alguna. Era un momento especial. Era nuestro momento.

—Cinco días. Estabas demasiado débil y demasiado dopada como para despertar —dijo, en tono de burla—. Siempre has sido una debilucha.

—Eres un tonto.

—Descansa, Noelle.

—He dormido lo suficiente. Y...

Intenté incorporarme pero las manos de Andrew me empujaron suavemente hacia las almohadas. El esfuerzo me dejó adolorida. Eché una ojeada a mi alrededor y lo único anormal eran unos cuantos moretones en mis brazos.

No lograba comprender porqué estaba tan débil y como si me hubiera leído el pensamiento, Andrew susurró:

—Perdiste mucha sangre y has recibido muchas transfusiones. Eras un poco peor que un vampiro.

—Tonto —sonreí.

Guardamos silencio y sentí su mano sobre la mía, recorriendo con uno de sus dedos, una de las muchas cicatrices que tenía descubiertas. Observé atentamente su expresión mientras admiraba mi brazo lleno de rasguños, lleno de cortes y cicatrices. No parecía asqueado como la mayoría de las personas, ni tampoco tenía esa expresión de indignación que llevaba aquel lejano lunes de regreso a clases. Esta vez se mostraba pensativo.

—¿Puedo preguntarte algo?

Andrew salió de su ensimismamiento y asintió con la cabeza.

Suspiré tratando de encontrar las palabras adecuadas para saber qué me había llevado a ese sitio si obviamente, dentro de mis planes, no estaba la posibilidad de terminar en el hospital con cables alrededor mío ni intravenosas. Ni siquiera había existido en ningún momento un plan. Me había cortado, como miles de veces lo había hecho con anterioridad, pero esa ocasión había sido con más fuerza pero no quería acabar con mi vida, al menos no ese lunes.

Redención.Onde as histórias ganham vida. Descobre agora