Capitulo 2

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Dos días después, llegaron a su destino. Fue un camino difícil. Tuvieron que dormir entre maleza y árboles, expuesto a las inclemencias del tiempo. Navit lloró mucho y todos pasaron hambre. En alguna ocasión Laila y Gabriel pudieron coger algo de fruta y eso les ayudó a seguir su camino.

Al llegar se sentían exhaustos, pero felices porque por fin se sentía a salvo. La granja estaba oculta entre valles, árboles y vegetación. Incluso a Clara, que había ido más veces, le costó encontrarla. Eso era mejor, cuanto más oculta, más difícil era que les encontraran.

La Granja constaba de una casa de dos pisos, un granero que estaba un poco apartado de la casa, justo detrás de ella. La casa era de color blanco, con vigas de madera de color marrón oscuro que ocupaban las paredes. Colocadas de forma, vertical, inclinadas o en cruz. El techo era alto y afilado, para proteger la casa de las precipitaciones. Las tejas del techo eran de color naranja, con algo estropeado por el paso de los años y la humedad. La puerta de color marrón oscuro, como los marcos de las ventanas, conjuntando perfectamente con el color de las vigas. El granero era de ladrillo naranja, con vigas de madera oscura colocadas de forma vertical y horizontal dibujando así cuadrados. El techo del mismo color que la casa, pero menos estropeado y afilado también. La puerta y ventanas del de mismo color que las vigas.

Se acercaron poco a poco a la puerta de la casa, estudiando así el ambiente de la casa. No sabían con que se podían encontrar, siempre es mejor ser precavidos. Clara les conocía de hace años, incluso Laila y Gabriel pasaron allí algunos veranos, pero la guerra, el hambre y el miedo cambia a la gente. Y ellos no dejaban de ser judíos, perseguidos, encerrados y asesinados por ello. Los dueños de la casa, no lo eran.

Fue Clara quien llamó a la puerta al llegar. Nadie abrió. Esperaron unos minutos más por si acaso y volvió a llamar. No hubo respuesta.

—Igual no están en casa. —Dijo Clara, intentando buscar alguna escusa de el porque nadie abría.

—No sé, pero a mi tanto silencio no me gusta. —hablaba Laila. —Me siento incomoda. ¿Y si mejor nos vamos?

Gabriel miraba a su madre y hermana, esperando una decisión con lógica. Clara se dio la vuelta para mirarles.

—Tu padre confía en ellos. Y yo también. Si nos dijo que viniéramos hasta aquí, es por algo. Esperaremos.

Diciendo esto, dejo a Navit en un banco de madera que había al lado de la puerta. La pequeña estaba dormida y ella ya no podía más. Le dolían los brazos y la espalda, necesitaba descansar.

—Igual están en el granero, con los animales. —Esta vez fue Gabriel quien habló. Le parecía bastante lógico que estuvieran ahí. —Los animales necesitan muchos cuidados, lo más lógico es que estén ahí.

Laila cogió a su hermana en brazos, para darle un descanso a su madre. Dejaron su poco equipaje en el banco en el que había estado Navit, y tomaron rumbo al granero. Al ir aproximándose, comenzaron a escuchar voces.

—Vamos a entrar, nos esperan. No tengáis miedo que ya les conocéis. —Clara hablaba tranquila, confiaba en su marido y en la familia que iba a arriesgarse para ocultarles.

Al entrar, todo estaba oscuro. Fuera el día era soleado y el contraste les cegó durante unos momentos. Cuando recuperaron la visión, la familia, que constaba del matrimonio y su hijo, les observaban con curiosidad. Se encontraban junto a la cuadra de un caballo castaño, alto y fornido. A su lado había montones de paja y heno, un poco más hacía la derecha, un gallinero con varias gallinas y un gallo. Frente a ellos, un corran con varios conejos, que correteaban entre heno y paja. Todo estaba perfectamente vallado, para que ni los conejos ni las gallinas pudieran salir de ahí.

Amor en el infierno  (En Edición)Where stories live. Discover now