—Que parte de: "Odia el contacto físico" ¿No entendieron? — Les susurre a ambos.

Atlas golpea otra vez a Abel en la nuca. Este se queja ruidosamente, fulminando a su hermano con la mirada.

—Carajo, Abel, sí que eres burro. —comenta Atlas con falsa seriedad cuando evita un golpe con agilidad del menor de los Belanger.

Veo a Amina rodar los ojos, y después de tanto, pudo decir más de dos silabas.

—Ustedes me dan ganas de volver al exilio— Espeta a secas, junto a la puerta, lista para salir.

Abel se le acerca con sumo cuidado y a una distancia exageradamente larga, alzando los brazos para asegurarse. Pero aun así Amina tiene un brillo amenazante en sus ojos verdes, siguiendo cada uno de sus movimientos.

Atlas apareció a mi lado.

—¿Qué haremos con la señorita sensibilidad? —Pregunta.

Abel intenta sacarle otra frase a su hermana con una vaga e idiota conversación del clima. Que ella responde sarcásticamente con: lo olvidaba, los rayos del sol destellan en este calabozo.

—Por ahora veremos cómo se comporta. — le respondí.

Me voltee a verlo para ver que lo atormentaba, ese movimiento de manos nerviosos que se traía está firmado con nombre y apellido.

—¿Le dirás a Diana que Amina no la recuerda?

Asiento.

—Perfecto. —Se pone frente a mí, murmurando lo siguiente—Se dulce, Jessica, por lo que más quieras.

Chasqueo la lengua, molesta.

—Soy un pan de azúcar, que dices.

Atlas se encoge de hombros, camina hacia sus hermanos. Los seguí hasta el jardín, y me quedé viendo como desaparecían en la noche del bosque. Al hacer el ultimo recorrido por mi castillo, termine en la puerta de mi estudio.

Me quite el saco, afloje mi corbata caminando directamente al bar y me serví un poco de whisky. Debía estar anestesiada para darle la noticia, tratar de contenerla de una forma sana, si es que alguna de nosotras conozca esa palabra.

Liayh siempre me dejaba el trabajo sucio con tal que solo me odie a mí. 

Antes de terminarme la última gota del vaso... un inesperado susurro, con tono de burla, entumeció mi cuello. Y por primera vez, pude probar una pizca de susto.

—Mi amor— Me sobresalte de una manera, que derrame esas escasas gotas de mi vaso. Al voltearme, solo me pude preguntar: ¿Cómo carajos no la sentí entrar?

Diana estaba parada detrás a mí, muy cerca, con esos grandes ojos negros observándome. De sus rulos opacos caían gotas de agua regándose en mi piso.

Traía un camisón de seda celeste que parecía transparente, pegado a su desnudo cuerpo por la humedad. Cada una de sus voluptuosas curvas, esos negros lunares que decoraban su cuerpo, cada color de su belleza se revelaba perfectamente en esa traslucidez. Sus pezones rosados se apretaron contra esa tela, se  endurecieron aun mas ante mi mirada.

Descendí, oyendo el roce de sus muslos cada vez que los apretaba. El corazón me latía en la garganta, con un vacío en el estómago feroz. Y de pronto el aire no era lo mas importante.

Ay, Diosa. Piedad.

Levante la mirada a sus labios rojo fuego, que esbozaron una exquisita sonrisa. Relamí los míos y pase saliva, tratando de humedecer mi boca para poder hablar.

Black Onyx [1]Where stories live. Discover now