—Sí, por supuesto. Creo que debes tener cosas pendientes. Cuídate, Anderson.—se dirigió Richard a él con mucha confianza.

—Gracias, señor.—inclinó su cabeza un poco hacia delante.

Al momento de retirarse, devolvió una mirada aborrecida contra Julissa, quien se mostraba atemorizada por dentro. ¿Acaso la exhibición humillante de afuera tenía algo que ver? Se había sentido apartada y olvidada a su propia merced de dudosa luz esperanzadora.

—Pase, señorita Cleveland. La llamamos para saber su opinión.—Richard, estirando su brazo, señaló la mesa con su gruesa mano llena de arrugas debido a la avanzada edad.

Ella se quedó mirando la espalda del hombre que la había traído, quien se largaba olvidando todo lo acontecido anteriormente. La agente giró su ligero cuerpo en posición al extenso mueble de madera, y caminó cuidando de sus pisadas por un largo pasillo azulado; cualquier persona detallista podía saber que ella parecía dudar de muchas cosas de las cuales temía. El director cerró las dos puertas luego de que Anderson estuviera a unos centímetros del portón de metal que lo llevaría unas cuantas plantas hacia abajo. Richard caminó sosteniéndose de sus rodillas hacia donde se ubicaban los hombres que escuchaban los taconazos de aquellos zapatos que se acercaban a la chica temerosa por su destino.

—Escuche, señorita Cleveland, la hemos llamado...por una simple y sencilla razón. No se preocupe, no le tomará mucho tiempo—dijo el director siendo cortés.—. Verá, yo y el señor Ulises estamos muy preocupados de la situación en el norte del país.

Julissa se mostró lo más atenta posible, respirando con cierta dificultad frente a ellos.

—Nos llegó información desde Canadá. Según un agente que residió allí, el ministro le había enviado una carta de ayuda para que él se lo enviara a nosotros. Nos había pedido que interviniéramos en el país vecino debido a un aumento fugaz de los conflictos con los protestantes de Quebec...al parecer, se rehúsan a buscar un acuerdo pacífico.

—¿Sabe de dónde provienen las armas?—preguntó Julissa.

—Aún no lo sabemos. Por algo la hemos llamado, ¿no?—respondió crudamente Ulises, mientras el hombre de apariencia más joven le ponía ojos a la agente.

—¿Y...qué debo hacer exactamente allá, señor Richard?—preguntó otra vez.

—No te preocupes—respondió.—Tus cualidades serán la herramienta perfecta para el éxito de esta misión—miraría el mapa con sus ojos, rodeada de piel envejecida, y señalaría con la punta de su dedo índice derecho los círculos que encerraban garabatos con burdas líneas gruesas de color negro.—. Queremos que realice un reconocimiento en todos estos puntos clave en busca de anticiparnos al plan secreto que guardan los separatistas. También debe vincularse de forma cercana a ellos, familiares, esposas, niños; todos los que se puedan.

—Sí. Pero esta misión requiere de coraje y valentía. Esas personas son terroristas. Seguramente ya vio las noticias. Minan calles pequeñas y autos de lujo, con bombas caseras; portan armas, y disparan sin piedad alguna, en las marchas, a todo lo que se identifique como canadiense. No sabemos de dónde provienen esas armas, pero puedo asegurar que desean inaugurar un conflicto interno.—dijo Ulises de forma tan dominante que aplastaría en parte el bajo ánimo de Julissa.

—Ulises, creo que no deberíamos llegar a esa parte aún.—dijo el director.

—¿Por qué? Siempre debemos avisarles de la tormenta que se aproxima, para los agentes.

—N-no, no hay ningún problema. Puedo hacerlo, señor Richard.—comentó la agente de manera que el hombre calvo puso más atención a ese estado emocional lleno de determinación, lanzado gracias a un propósito desconocido.

LOS TRES IMPERIOSDove le storie prendono vita. Scoprilo ora