Las vibraciones de mi teléfono me devolvieron a la realidad. Busco en mis bolsillos tratando de encontrar ese molesto dispositivo.

—¿Qué necesitas?

—¿Te ocupaste de él?— La voz cálida me pregunta.

—Sí.

—Buen trabajo, At. Te veremos en la villa franca.

—Muy bien, nos vemos pronto, papá —respondo para luego colgar.

Di un paso hacia adelante solo para ver un objeto volando hacia mí. Reaccionando rápidamente, me agacho y observo la pared detrás de mí. Una daga de gran tamaño estaba incrustada en la pared donde estaba mi cabeza. Cuando volteo no me doy cuenta y una persona se abalanza contra mi.

No lo veo venir.

Una mano grande con un tatuaje y algunas venas sobresalientes envuelven mi garganta y me empuja contra la pared. Mi espalda golpea el muro de piedra y un dolor ligero me recorre y se me contrae el estomago.

Me acuerdo a los meses de tortura que viví hace cinco años hasta el punto de implorar entre lágrimas.

Siempre he sido el tipo de persona que anticipa los movimientos de mi enemigo, espero antes de atacar y rara vez, por no decir nunca, alguien se atrevía a darme la cara, a excepción de mi padre Basilio. Este hombre que tengo enfrente me provocó, pero nada, absolutamente nada me llevó a pensar que tendría por primera vez alguien tan atrevido tan cerca de mí y queriendo clavarme una daga en la cabeza.

Unos ojos grises o verdes, no estoy segura, que se me hicieron encantadoramente malignos me miraron de forma asesina. A pesar de la máscara que lleva este hombre y la poca luz del callejón parece que una sombra oscura posee su rostro, una mirada que podría aterrorizar a más de uno, pero no a mí.

Su mano libre agarra mi mandíbula dejando mi cara y cuello inmóvil, podía respirar pero no moverme, me desesperaba y me traía recuerdos de lo que viví hace cinco años, todas las torturas.

Cualquiera diría que es capaz de romper mi cuello y pensarían que estaba atemorizada, pero yo solo sonreí de forma torcida mostrándole a este hombre que no me podía intimidar.

—Tienes diez segundos si no quieres que te mate —susurre marcando cada palabra.

El hombre solo se acerca más y sonríe al igual que yo. Sus labios rozan los míos y suelta una carcajada.

—Te voy a destruir, Dama Roja. —Una voz escalofriante y poco familiar gruñe. Un halo de luz ilumina su rostro, revelando a la persona que lanzó dicha daga.

Esa frase sonó como una promesa que iba a cumplir hasta su último aliento.

—Puedes intentarlo, pero desde ya te digo que no lo lograrás.

—Bueno, mira lo que tenemos aquí... Una mujer arrogante y llena de confianza. Lástima.

Se aleja de mí y todavía envuelto en la oscuridad, veo un par de mocasines caros y un bonito traje azulado. Su traje de Armani se ajustaba perfectamente a su figura. Lleva una camisa de vestir blanca remetida con algunos botones desabrochados.

—Qué desagradable placer encontrarse contigo, Hades. ¿A qué debo el honor? Digo no es como si nos viéramos, ¿este sería nuestro tercer encuentro? —dije con el sarcasmo goteando en cada palabra y cambiando levemente mi voz. Su nombre saliendo de mi boca sabía a veneno. Me levanto y me apoyo contra la pared mientras guardaba las llaves del auto en mi bolsillo.

El Juego ProhibidoWhere stories live. Discover now