CAPÍTULO DECINUEVE

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Emma.

Lo miro sin decir una sola palabra, creo que mis ojos y mi boca podrían verse ahora como los de las caricaturas.

—¿Sin palabras? —sonríe.

—Pero...

—¿Qué? —se ríe y camina más cerca de mí—. Mira esto, levántate.

Lo hago en automático sin dejar de mirarlo y siento una corriente de aire, bajo la vista y ya no llevo mi pijama, estoy usando una túnica roja y donde tendrían que ir hilos o cintas, van nada más y nada menos que pequeñas cadenas de oro, mis pies están adornados por unas sandalias doradas.

—¿Qué hiciste? —susurro mirándolo—. ¿Por qué me vistes así?

No responde, sólo me mira de arriba abajo una y otra vez, le hablo y me ignora, así que...

—¡Carajo! —exclama llevándose una mano a la mejilla—. ¿Por qué me pegas?

—Bueno, estabas todo lelo —ruedo los ojos—. ¿Por qué me vistes así?

—Solo veo algo —sonríe—. Observa, somos la clara imagen de la perfección.

Me hace voltear y lo que antes era la pared de mi sala, ahora es un gran espejo... Mi-er-da. Llevo las manos a mi cabello y hasta ahora me doy cuenta de que tengo pequeñas trenzas envueltas en finas cadenas de oro parecidas a las que tiene la túnica, el resto de mi cabello cae suelto hasta debajo de mi cintura y ¡Joder! No lo voy a negar, me veo hermosa. Pero lo más hermoso es vernos a ambos, ya entendiendo lo que trata de decir. Él se ve perfecto con su túnica blanca, también tiene oro, pero en vez de tener finas cadenas como yo, tiene sólo un cinturón más grueso que no quiero imaginar cuando pesa, además de tener muñequeras de este mismo material. El cabello lo tiene un poco más largo, las ondas son más visibles y tiene una corona dorada en forma de... Laurel, ahora entiendo. Rodea mi cintura con sus brazos y me pega a su cuerpo, nos veo y...

—Perfección —susurra en mi oído—. Eso somos. ¿Te imaginas esto en tu vida? En un palacio rodeada de lujos, sin tener que hacer nada, junto a mí, por toda la eternidad.

—Entonces no sería feliz —le susurro de vuelta mirando sus ojos a través del espejo y sonríe—. No lo sería ¿Verdad?

—No —me da un beso en la mejilla—. No lo serias porque yo tampoco lo soy. Cierra los ojos.

Hago lo que me pide y cuándo me indica que los abra de nuevo, ya no hay espejo ni túnicas, sólo nosotros como hace unos minutos, como si no hubiese ocurrido nada.

—Así también somos perfectos —sonríe mirándome—. Es hora de que vayas a dormir, Emma.

Asiento y subo las escaleras, volteo para decirle algo y lo encuentro con la vista baja, sube la mirada sonriendo divertido y yo lo miro con los ojos entrecerrados.

—Deja de verme el culo, Apolo —lo acuso.

—Te dije que si tú me das esa vista, yo solo no podré evitar llevar mi mirada allí  —se ríe.

—Olvídalo —suspiro—. Sólo quería decirte que... Gracias, gracias por contarme tu historia.

—Solo quería que supieras la verdad —se encoge de hombros—. Yo sé que muchos piensan que la amé con locura y, tal vez sí, pero no fue mi decisión.

—Lo sé —le sonrío—. Buenas noches, Apolo. ¡Y deja de mirarme el culo! —le grito mientras subo las escaleras, lo escucho reír y luego todo es silencio, me giro de nuevo y ya no está—. Sí, al parecer me está comenzando a gustar. Esto es una locura.

APOLO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora