Capítulo 6

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Mis piernas pedían a gritos un descanso y mi garganta rogaba por agua. Habíamos caminado lo que parecía ser una eternidad las subidas y bajadas de aquél bosque.

Leila y Nathaniel iban frente a mí, y frente a ellos se encontraban Daniela y su mellizo guiando nuestra caminata.

Unos cuantos pasos tras de mí se encontraban David y Axel conversando sobre lo que parecía ser, las inversiones de sus padres en la isla y fuera de ellas.

Me detengo y saco de mi mochila una botella de agua, hidratado mi cuerpo y aliviando mi garganta seca.

Axel hace lo mismo y David nos pasa, no sin antes darme una sonrisa.

—¡Epa! Caminen un poco más rápido, ya estamos a punto de llegar.—El grito de Daniel me hace avanzar nuevamente, quedándome detrás del chico pelirrojo de ojos grises quien ahora se encontraba sacando una fotografía a un par de aves que estaban en un árbol lleno de flores.

—¿Puedo verla?—Los nervios se apoderaron de mi en el momento en el que dejé salir aquellas palabras de mi boca.

Sus ojos me estudiaron levemente, parecía pensar si valía o no la pena mostrarme aquella sencilla foto y perder su tiempo conmigo.

Un pequeño asentimiento fue mi señal para acercarme levemente, pero lo suficientemente cerca como para oler en él perfume mezclado con sudor.

Quitó de su cuello la cinta que sostiene la cámara para poder tendérmela, la tomé evitando tocarlo, ansiosa por mirar su contenido.

La luz contrastaba perfectamente, los pequeños animalitos parecían saber el momento exacto en el que se les tomó aquella foto, el verde de aquél árbol junto con las flores blancas que lo rodeaban se veía con intensidad y daban vida a aquella toma.

—Es maravilloso.—Suspiré ensimismada con lo que mis ojos veían.—Parece sacada de otro mundo.

Una sonrisa tiró de sus labios, satisfecho con el trabajo que había realizado.

—Es sorprendente lo que logras hacer con la suficiente luz.—Su voz un poco ronca me deleitó.

—¡Joder!, ¡si no estoy al pendiente se pierden par de tontos! Muevan esas piernas que no tenemos toda la tarde.

Tan centrados estábamos en la imagen de la cámara que no nos percatamos de que los demás ya no estaban y, si no fuera por Nathaniel, estaríamos posiblemente perdidos.

Fue en aquél momento en el que nuestros ojos se encontraron por una vez más, dando por terminado nuestro corto momento. Le devolví su cámara y al instante en el cual nuestras manos se rozaron que un dolor intenso recorrió mi cabeza y de un flash me trasladé a otro lugar.

Me hallaba en una pradera cerca de un risco que daba al mar, un hombre con armadura estaba casi en la orilla de él, entre sus manos sostenía una corona de flores blancas. Al acercarme pude notar la felicidad que irradiaban sus ojos, que me miraban como si fuera su mundo. Cuando por fin llegué a él colocó aquella diadema sobre mis cabellos negros y luego sostuvo mi mano entre las suyas, nuestros rostros sonrientes disfrutando de la compañía del otro.
Nos detuvimos a ver el horizonte, el lugar donde cielo y el mar se unían, sintiendo la calma de aquél momento perfectamente robado.

—Eliane, ¿Estás bien?—una voz me llamaba y unos brazos me movían intentando sacarme de aquél ensueño, pero sin lograrlo.

Y en el momento en el que sus labios se separaron para hablar todo panorama de tranquilidad y felicidad el cambió dejando uno cubierto de fuego y sangre.

—Eli, cariño abre los ojos y dime qué pasa.

Emití un gemido de dolor y traté rápidamente de incorporarme, pero unos brazos me lo impidieron.

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