CAPÍTULO 2|Jaim

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Hace un sol abrumador, acompañado del sonido de los pájaros cantando. Mientras el aire mueve las nubes, dejó desconectar mi cuerpo, dejo de pensar en todo pensando en nada, siento la hierba tocando mi espalda. Tumbada en la naturaleza, mires a donde mires hay criaturas hermosas, entre ellas ángeles, que dando paso tras paso hacen que cada día sus almas pesen menos.

Quizás no soy como los demás ángeles; ellos son libres, pero yo me siento encerrada en un mundo en donde cualquier diminuta cosa quema mi alma. Me siento como un pájaro en una jaula, sin poder salir a volar. Todos aquí somos diferentes, cada uno destaca por su espíritu, ya sea la bondad, el cariño, la honestidad, la esperanza, la fe..., y el mío es el último que mis padres se pudiesen imaginar que iba a tener, el amor.

No me quejo, pero me hubiese gustado haber sido otra cosa, quizás fuerza, para sentirme un poco más poderoso. Hay muchas personas como yo, pero no importa que compartas el mismo espíritu ya que tus poderes dentro de este son diferentes a los demás. Por ejemplo, mi amor se guía más por la conexión del alma, es decir, yo puedo ver el hilo rojo de otras personas, excepto el mío. Al besar a otro ángel puedo entrar en su alma y ver quién es la persona que está al final de su hilo rojo o cuáles son sus pensamientos y sus visiones. Lo detesto. Detesto saber todo de alguien, no me dan la oportunidad de conocerlos, ya sé lo que piensan y quiénes son; por eso, estar sola, me reconforta y me gusta la sensación de seguridad que me da el aislamiento. Esta es la razón por la que me paso todo el día en el campo matando las horas imaginando flores con los colores que veo al cerrar los ojos cuando el Sol me golpea directamente, transformando manchas en algo más bonito.

Hubo una vez que me costó saber con quién estaba; yo era muy pequeña y él fue la única persona que había podido bloquear mi poder y que yo pudiese saberlo todo sobre él. El niño estaba llorando, lo miré a los ojos y lo único que pude ver fue dolor. Transmitía un inmenso dolor en su mirada. Pero lo más curioso es que podía oler su sangre; era un olor diferente a todos los que he olido en el 678. Aquel olor me conducía a su alma, que no era más que un alma rota y llena de violencia; pero lo que más destacaba de él eran sus alas, tenía unas alas vivas creciendo de su espalda. Nunca he olvidado aquella escena. Me sorprende lo lejos que mi imaginación puede llegar, porque, al fin y al cabo, eso es todo lo que era, un cuento que creí haber vivido de pequeña, un cuento que siempre recuerdo en días como este, tumbada en la hierba fresca.

Mientras estoy boca abajo, apoyando la cabeza en mis brazos, veo cómo una mariquita se posa en mi mano. El atardecer dorado la estaba alumbrando y yo, contemplándola, le pregunté: "¿Por qué los diablos tienen que sufrir tanto? ¿Tú crees que será verdad lo que dicen sobre ellos? ¿Son tan malos realmente? Hay algo en mí que quiero creer que no lo son, y sé que decir esto asustaría a los demás ángeles". Coloqué a la mariquita en la hierba y me puse boca arriba a pensar: "¿Cómo se verán los diablos? ¿Cómo es aquel lugar donde viven? ¿Acaso ellos saben que existimos?". Hay tantas preguntas sin respuestas qué es agotador seguir pensando, quiero huir de este lugar.

Ya ha caído el sol y debería irme a casa, pero la Luna se ve tan hermosa que vale la pena contemplarla un rato más. Si vuelvo a casa, tendré que responder a todas las preguntas que mis padres me quieran hacer, porque necesitan controlar todo lo hago para asegurarse de que estoy bien. No los culpo. Nosotros, los ángeles, siempre estamos en peligro, así que quizás merezca la pena quedarme un rato más.

Por el camino de vuelta a casa siempre paso por el lago del pueblo. Es un lago en donde reflejada en el agua la Luna descansa. Una vez llego a casa, me suelto la trenza y con los pies descalzos y los brazos en el aire, le di vueltas a aquel lago, bailando en puntillas debajo de las estrellas. Lo que siento ahora es tan cómodo que no siento el peso de mi cuerpo por cada paso que doy, es como si estuviera volando. Cerré los ojos y me dejé caer en el agua del lago. Me sentí viva por un segundo. Fue justo en ese instante, en el que estaba sumergida en el silencio del agua, cuando le vi.

El olor de tu sangreWhere stories live. Discover now