Capítulo 10

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Abigail

Te necesité con locura y no estabas....

Hace años Ava me dijo que si es tuya ella regresará, pasará el tiempo necesario, pero regresará a ti. Tenía razón, aunque la espera se hizo eterna. Sin embargo, la travesía que pasé no fue buena ni siquiera agradable. Ahora que está a mi lado, estoy segura de no querer perderla de nuevo. Hacer las cosas bien para que se sienta segura conmigo y que nada le falte.

Ese siempre ha sido mi deseo, hacerla feliz, después de saber lo que su padre le hizo y le hacía a su madre, juré que nunca me convertiría en él. Quizás terminé siendo peor. Pero ahora quiero que Mariana pueda tenerme siempre que quiera. La amo. De eso no tengo dudas, la amo con tanta devoción que no quiero perderla por nada en el mundo.

—¿Cómo van las cosas con Mariana? —Pregunta Avery mientras rodea su escritorio para sentarse en la silla.

—Bien... —la miro detalladamente. Está cansada. Estresada. Quizás molesta y algo alterada, pasó algo entre Nahomis y ella—. ¿Cómo terminó las cosas con Nahomis?

—Bueno... —suspira y se inclina hacia el escritorio pesadamente, apoya sus brazos en el escritorio—. ¿Sabes quién es el padre? —niego con la cabeza—. Ella lo sabe, pero no quiere decirlo, ¿Sabes por qué? —vuelvo a negar con la cabeza—. Tampoco yo, quizás le de vergüenza.

—Quizás... —me acomodo en el asiento—. Quizás no —me mira curiosa—. ¿Qué tal si no quiere que ese hombre la ayude a criar a su bebé?

—Pero si la ayudó a crearlo —se queja—. Él debe hacerse cargo de esa criatura.

—Tal vez quiere criarlo junto a ti —digo moviendo mis manos—. ¿Te lo has planteado?

—¿Criar un hijo que yo no desee? —mueve la cabeza de lado lado—. No quiero... —suelta un suspiro—. Voy a adelantar mi viaje a Canadá.

—¿Cuándo te irás? —Pregunto ignorando todo lo demás. Cuando Avery está así es mejor seguirle la corriente y hacerla ver que tiene el control de todo.

—Mañana, si es posible —asiento con la cabeza—. Todo esto me ha tomado por sorpresa y no puedo quedarme aquí.

—Tienes razón —hago ademan de levantarme—. ¿Necesitas que reserve tu vuelo?

—No, eso lo hago yo —dice, asiento con la cabeza y me levanto para irme—. ¿Por qué no me estás gritando o insultando?

—Porque tarde o temprano te darás cuenta de tu error —confieso abriendo la puerta—. Y te vas a sentir miserable, tonta y una idiota —levanto la mano para detenerla en lo que pudo haber dicho—. Cuidaremos de Nahomis y del bebé mientras no estés —salgo de la oficina sin esperar una respuesta.

Voy hacia la puerta de Nahomis, pero su secretaria me informó que no vendría a trabajar porque se siente enferma, alzo una ceja incrédula, volteo a ver la puerta donde acabo de salir, le agradezco a la chica y voy directo al ascensor. Debo hablar con Nahomis. Lo más probable es que esté destrozada, llorando, si Avery se comportó así o peor con ella, la golpeo, no me interesa que sea mi amiga.

La llamo cuando salgo del ascensor, pero no responde la llamada, vuelvo a intentar, nada, intento dos veces antes de salir del edificio, pero sigue sin responder. Por lo que llamo a Mariana, ella debe estar más cerca que yo. Quedamos en que la iba a llamar mientras yo iba a su casa. Subo a mi auto sin perder tanto tiempo. Espero que no sea consciente y no quiera hacerse daño por culpa de Avery.

—¿Estás bien? —Pregunta Mariana con la segunda llamada.

—Sí —digo con molestia—. ¿Dónde estará?

—No sé —suspira—. Yo te dije que iba a salir mal.

—Ya... —suelto un gruñido—. No tienes la culpa de nada —comento—. Solo me molesta la actitud de Avery.

—Te lo dije.

—Amor, ya —digo mirando al semáforo que está en rojo—. Seguiré en dirección a su casa, sigue intentando con la llamada.

—Vale, ten cuidado.

Mariana tenía razón, no debimos dejar que Nahomis se fuera con Avery después de haber soltado esa bomba en el almuerzo. Creí que había aceptado la noticia de la mejor manera porque en la tarde ellas estaban bien, quizás fue solo un camuflaje para no alterarnos a nosotras. Ahora me siento algo culpable y triste por ver que mis amigas están mal por un error, no digo que el bebé sea el error, él no tiene la culpa de nada.

Llego a la casa de Nahomis y la veo bajar de su auto, le grito y toco bocina para que me espere. Ella lo hace con un poco de curiosidad, le sonrío cuando me bajo de mi auto. Corro a su encuentro y le doy un abrazo fuerte. Podemos ser muy distintas, pero a la hora de sentirnos completamente abrumadas por algún problema, un simple abrazo o roce de una persona importante para nosotros, nos soltamos en llanto. No digo nada, solo dejo que se desahogue en silencio conmigo.

—Nunca creí que me alegraría tanto de verte —me suelta para secarse sus lágrimas—. Tampoco deseaba tanto verte.

—Exagerada —digo y en eso suena su teléfono, se me queda viendo, solo me encojo de hombros.

—Déjala respirar —dice al atender la llamada, mueve la cabeza en señas para que entremos—. ¡Ah! Estaba manejando porque debía comprar unas cosas para esta semana —responde, mientras observo dentro de su auto y es cierto—. No te preocupes, no creo poder morirme ahora que tengo una vida creciendo dentro de mí —se ríe y ahora quisiera saber que le dijo Mariana—. Sí, está alterada —me echa un vistazo—. Pero está bien, ¿Por qué no vienes a almorzar aquí? Pondré a tu novia a trabajar para mí —vuelve a reírse y se despide—. Vendrá a almorzar, debemos bajar todas las cosas y acomodarlas en la cocina, ¿me ayudas?

Le pedí que se quedara dentro para que acomode las cosas que voy trayendo de a poco, no necesito que se agite tanto. Sé que estoy exagerando, pero no quiero que se haga daño, la quiero y ahora Mariana está aprendiendo a quererla, si se entera que no la cuido, es capaz de matarme a mí con tal de revivirla a ella. Al cabo de un rato termino de meter todas las bolsas dentro de la casa.

—¿Te dijo algo?

—¿Quién? —Pregunto sacando algunas cosas de las bolsas.

—¡Por Dios, Abigail! Eres demasiado mala para ocultar lo que sabes.

—¡Carajo! Siempre creí que se me daba bien eso —digo a modo de broma y me golpea con una lechuga—. ¡Dolió! Me estás agrediendo.

—Exagerada —dice entre risas—. Pero si te dijo algo malo para que estuvieses desesperada por contactarme.

—Pues sí —digo soltando un suspiro y dejo de sacar cosas—. Se mostró demasiado arisca a aceptar el bebé y eso me molestó.

—No te preocupes por eso, Abi —comenta Nahomis poniendo una mano sobre mi hombro—. Eso yo lo sabía desde un principio.

—Ella desea saber quién es el padre.

—No diré quién es.

—No te voy a obligar a decirlo —digo doblando las bolsas—. Solo quiero saber si tú sabes realmente quien es.

—¡Claro que sé! —exclama guardando las verduras en su sitio—. Pero no diré quién es.

—¿Cuánto tiempo tienes? —Pregunto con curiosidad.

—Un mes.

—¿En serio?

—Sí.

—¡Wow! —mi mente volando a mil por horas pensando y ajustando cada detalle de ella, además de eso, buscando algún indicio que me dejase claro que Nahomis y Avery andaban juntas, pero no la encontré—. ¿Qué se siente cargar un mini tú en tu panza?

—Ninguna —comenta y me mira por un momento—. Por ahora, creo que te responderé esta pregunta cuando tengo unos 4 o 5 meses.

—Tienes razón.

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