Manexplained

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No me estoy quedando atrás ni llegando tarde

No me estoy quedando quieto,

Estoy al acecho

Wait for it – Hamilton (Traducción Propia) 

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Erick iba viendo por la ventana del bus. Transitaban la carretera del Zurqui, la cual gozaba de una notable ausencia de tráfico. Siendo alrededor de las 9:40am no era un hecho tan raro, pero él estaba tan acostumbrado a que ese viaje fuera escabroso que el hecho de que el bus pudiera ir a ritmo constante y en un ambiente apacible era algo digno de regocijo.

Afuera había una llovizna ligera y adentro un cómodo silencio. Los pasajeros iban dormidos, sosegados escuchando música o simplemente pensando en sus cosas. Además, siendo esa una inusual hora para viajar, el bus no se había llenado, así que, para suerte del poseedor, Erick disfrutaba de tener dos asientos para sí solo. No tenía que compartir el campo extra ni con Tatl, quien decidió sentarse en un asiento vació del otro lado del pasillo, junto a un desconocido.

Su contemplación del paisaje era tan amena que la mente se le quedaba en blanco y se iba rindiendo ante la somnolencia, como todos los demás.

Había tenido que madrugar, así que reponer una media hora de sueño mientras llegaban a Guápiles estaría perfectamente bien. Eso pensó, recostó su cabeza al vidrio e intentó cerrar los ojos, pero no pudo, porque a sus oídos llegó un sonido lejano que se acercaba a gran velocidad, era un grito, uno que venía en el sentido contrario del bus.

Con brusquedad abrió la ventana para poder ver qué era eso que se acercaba, asomó el cabeza justo cuando esa cosa pasaba junto el bus. Se trataba de un auto completamente envuelto en llamas que derrapaba a altísima velocidad por el otro carril. Tan rápido iba que la intersección entre el bus y el auto duró tan solo un instante.

De la impresión el poseedor se puso de pie estando evidentemente alterado. Ese carro definitivamente iba a volcar, es más, ese sería el mejor escenario, porque más probable es que cayera por el acantilado. Fuera cual fuera el caso, el chofer, a quien seguramente pertenecían aquellos gritos de desesperación, estaba sentenciado a morir.

Quiso gritar que pararan el bus, que tenían que ir a ayudar, pero las palabras no salieron de su boca. No podía hablar. Fue entonces cuando se dio cuenta. La agradable luz natural de una mañana tranquila, el moderado frio del bosque lluvioso de montaña y todos los pasajeros del bus, todo eso había desaparecido. De inmediato el último síntoma decidió que era momento de hacer presencia: su cuerpo quedó paralizado y cayó sentado en el asiento, para luego irse de lado y acabar incómodamente acostado en ambos asientos. Su cabeza quedó tal que la mayor parte de su visión quedó bloqueada por el asiento de delante y su brazo derecho quedó por debajo del cuerpo en una posición especialmente dolorosa. O no, porque, aunque le debería estar doliendo mucho, lo que sentía era más bien un malestar menor que le sirvió de confirmación final para aquello que ya había deducido.

Estaba teniendo una parálisis del sueño, o sueño paralizante, como se había acostumbrado a llamarle.

Le pasaba como mínimo 3 veces al mes, con picos de presencia de hasta 4 veces a la semana. Así había sido desde que tenía 12 años. Alguna vez, cuando era niño e ignorante, creyó que se trataba de algo sobrenatural, pero creció, investigó y aprendió, y ahora le son más que todo una incomodidad de la que no sabe cómo deshacerse. Ni él ni la mismísima ciencia, así que había aprendido que lo más que podía hacer era resignarse al hecho de que ello sería así para siempre.

Dueños de Algo Vol.2Where stories live. Discover now