Capítulo3: "Conociéndome, conociéndote" (Parte 2)

Comenzar desde el principio
                                    

–Cuando no estamos juntos y me enfrento a las miradas de las demás, no hago otra cosa que repetir tu nombre en mi mente; recordando cada minuto que pasamos juntos y el corazón se me llena de gozo.

Morí de amor ante esas palabras tan lindas… ¡Jamás me dijeron algo así! Mi corazón estaba queriendo conectar con mi mente, donde había una barrera impidiendo dejarse atrapar ni seducir. Pero el deseo de sentirme amada fue más fuerte. ¿Me estaba enamorando de un extraño?

–¿Cuánto tiempo hace que estás acá? –le pregunté indiferente sin darle importancia a sus palabras, que me volvieron loca.

–Lo suficiente para saber que sos una mujer especial y me estás volviendo loco. Siento la necesidad de tenerte a mi lado cada segundo.

–¡No me vengás con huevadas! Que tendré cara de boluda pero no lo soy –mientras me incorporaba en la cama para levantarme, esa fue mi respuesta sin titubear.

–¿No me creés, verdad? Mejor. No soy un hombre fiel.

–Ya veo, ¿estás casado y me venís con frases conquistadoras de telenovela? Dejemos las cosas así. Deberías averiguar cómo conseguir otra habitación. Ni pienses que voy a estar acá con vos mis días de vacaciones. Vine a estar sola.

–Tenés razón. Ya mismo me iré a buscar otro hotel. Acá no hay más habitaciones disponibles. Por cierto, –mirándome un poco apenado pero curioso a la vez– tu carta es hermosa, cualquier hombre se volvería loco al leerla y te haría el amor de una manera que en tu vida te olvidarías, es una pena que tu esposo no lo haya hecho.

–¡Vos no sabés nada de mí! ¡No opines!

–Con mirarte a los ojos me alcanza para saber todo lo que te hace falta en tu vida. Y simplemente, lo que necesitas es un hombre que te ame y te lo demuestre.

Sin decir nada, a paso lento, lo vi marchar. Me levanté apurada hasta la puerta y me detuve apoyando mi mano y mi cara sobre la madera de la misma que se acababa de cerrar, sentí que estaba dejando ir a alguien especial.

Miré por la mirilla y ahí estaba. Parado, de espalda a la puerta. ¿Esperaría que lo siguiera? ¿Que le dijera que sus palabras me volvieron loca? ¿Que tenía razón? Agité mi cabeza negando esa posibilidad. Yo tenía que solucionar mis problemas con Eduardo. Él era mi amor, mi vida. Sin embargo, tenía tan lejos esa revolución en el estómago cuando él se acercaba a mí… ¿Cómo podía ser entonces que un extraño me hiciera alborotar las hormonas? ¿Sentir que deseaba y disfrutaba oír esas palabras tan profundas y llenas de amor?

No podía ser. Estaba confundida, necesitaba cariño y seguramente aceptaría cariño de quien sea. No era que Maximiliano me estaba enamorando. Era mi culpa, culpa de Eduardo que no me demostraba el amor que yo necesitaba recibir. Me sentía vulnerable ¿A qué mujer no le gusta oír esas palabras de amor? Además él era… Tan lindo... Tan único.

Un suspiro profundo vació mi pecho y dejé mi mente en blanco. Me acerqué al portátil. Me dí cuenta que había quedado abierto con mi poema a la vista. ¡Oh no! ¿Pero también estuvo revisando mi portátil? Debajo de mi poema había escrito:

Quererte así... Es vivir cada segundo del día con mi mente inundada de tu recuerdo. Meca.

Seguido de una dirección de correo electrónico: Maximilianomeca@...

–¿Pero qué quiere este hombre de mí? Y… ¿Qué va a querer? Lo que quieren todos. ¡Lo odio!

Cerré el portátil. Me propuse olvidar todo este rollo que me estaba armando en la cabeza y llamé a mis hijos. Los extrañaba y no quería que Eduardo les hubiera ido con cuentos. Todo fue una mala interpretación.

Me quedé más tranquila luego de escuchar las voces de mis bebés, mis chiquitos. Pasa tan rápido el tiempo, pensar que ya son unos hombrecitos.

Me dejó serena la conversación que tuve con ellos. Ya mi alma se sentía en paz por un lado, pero por otro, no había manera de sacar de mi mente a Maxi. Su perfume estaba en el baño. Se le habría olvidado esta mañana cuando lo encontré recién salido de la ducha. Uf qué momento aquel.

Me da gracia y hasta risa pero, ¡qué situación extraña!

Me puse el bikini, busqué la toalla, mi bolsito de playa y me fui a caminar por la arena para sentir el olor del mar. La opción de ir a la piscina la descarté por completo. Iba a intentar no tropezarme con Maxi.

Descalza, sintiendo en cada centímetro de mis pies la frescura y la humedad de la arena, me dispuse a ir dejando mis huellas y disfrutar del atardecer.

Mi solerita blanca bailaba acompañada del sereno viento. Disfrutaba ese cielo rojizo esfumado entre tonalidades naranjas, cuando de repente, la brisa trae un perfume que mi mente enseguida reconoció.

Me giré sosteniendo mi capellina blanca con una de mis manos. –¿Vos? –sorprendida me quedé mirándolo.

(CONTINUARÁ...)

Un nuevo amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora