26. Se me junta el ganado

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—Quería darte la oportunidad a ti de contárselo —contesté con calma—. Está de más decirte que debes disculparte con Alana ¿Verdad?

—Andy, no puedo decírselo.

—Entonces lo haré yo.

—¿Por qué estás haciendo esto? —Buscó mis ojos como si pudiera encontrar algún tipo de respuesta en ellos. Me costaba mucho hacerme la dura con mis amigas. Incluso aunque estuviera enfadada con ella, me dolía ser yo la que estaba haciéndola sentirse mal—. De verdad, de verdad me arrepiento. No tenía idea de que ella se llevara tan mal con él. Incluso tú creías que ellos se seguían hablando.

—¡Pero yo no lo invité a su concierto!

Noah se apartó un poco, asustada.

El sonido del motor de la motocicleta de Charlie nos advirtió de su llegada unos segundos antes de que se detuviera en la acera frente a nosotras.

Noah apartó el rostro mientras se limpiaba el comienzo de unas lágrimas. Yo también miré hacia otro lado, como si nada hubiera pasado.

Charlie apagó el motor y se quitó el casco antes de mirarnos con cautela. Jade estaba detrás de ella.

—¿Está todo bien? —preguntó. la muchacha

Me alcé de hombros y saqué mi teléfono. Noah se levantó de mi lado y se marchó, rumbo a la entrada del instituto. Jade se bajó de la motocicleta y se quedó mirándola con la frente arrugada y el casco bajo su brazo.

—¿Por qué estaban peleando ahora?

Les enseñé las palmas de las manos, como si quisiera decirles que no sabía, o que era lo mismo de siempre. Charlie me miró preocupada, pero no dijo nada más al respecto.

Toda la semana fue igual de difícil.

Alana no quería hablar con Noah y una parte de mí sospechaba que, más que por el enojo, era porque había revelado su secreto. Yo tampoco quería hablar con ella, pero al menos le dirigía la palabra para pedirle o consultarle algo.

Y Charlie se veía terriblemente incómoda cada vez que intentaba sacar un tema de conversación con ella y veía que nosotras no aportábamos nada.

Eventualmente el salón comenzó a darse cuenta de que algo andaba mal. No porque estuvieran pendientes de nosotros, pero uno notaba cuando el grupo inseparable dejaba de hablar entre sí o se sentaba separado.

Cuando llegó el fin de semana, se sintió casi como un respiro. Después de esas pesada horas que pasaba en clase, poder estar sólo con mis padres era un alivio.

En especial porque los dos me mantuvieron ocupada.

—Ten cuidado con eso —me advirtió mamá mientras yo bajaba un cajón del baúl del auto.

Cada dos meses se celebraba una feria de las colectividades en distintas zonas de la ciudad. Colocaban puestos de comida de distintos países y también de artesanías. A veces se armaba un escenario y alguien bailaba o hacia un pequeño show de stand up.

Esta vez la feria se ubicó cerca del instituto y papá creía que si conseguía convencernos de preparar y vender mermelada en la feria y nos iba bien, mamá finalmente lo apoyaría en su proyecto para armar un huerto en el jardín trasero de la casa.

No es como si ella se lo estuviera prohibiendo, tampoco, pero le estresaba el simple hecho de pensar en cómo lo mantendrían.

—No es que no apoye a tu padre —dijo mientras caminábamos entre la multitud del parque hacia nuestro puesto—. Me encanta lo que hace. Pero. —Sacó otro maní azucarado de la bolsita que llevaba en su mano y se lo llevó a la boca antes de chuparse los dedos— ¿Cómo vamos a cuidar un huerto?

¿Escuchas Girl in Red? | PRONTO EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now