II. Al descubierto

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El sonido de su propia respiración calmándose llenó los pensamientos del ninja de cabellos canos, que encaramado a uno de los picos surgidos tras la destrucción de la batalla escuchaba su propia voz interna reflexionando sobre la última conversación que había mantenido con el ya fallecido Hiruko.

"Quizás no fuiste tu el que perdió, Hiruko. Es posible que yo hubiera sido el perdedor, o ambos. Si hubiera dado mi vida por la Aldea estaría eligiendo el camino de la soledad, es cómodo y doloroso, pero conocido. Habría pagado los esfuerzos de mis amigos con la soledad de la que ellos me sacaron, tiñendo de dolor la vida de mis alumnos que tantas veces me mantuvieron en el camino correcto sin saberlo con sus bromas infantiles y su cariño. Pero sobre todo habría condenado con mi pena de muerte a una eternidad de soledad al amor de mi vida, y él no se merece algo así. Por un momento olvidé mis propias enseñanzas, olvidé lo más importante de todo pensando que no existía otra opción."

Recordaba como el tacto de su mano pálida y casi infantil se había diluido en el agarre de la propia mientras su pulso se deshacía por completo, y Kakashi se daba cuenta de que era el final. Y que por lo tanto él estaba vivo, y en perfecto estado de salud salvo por la pérdida de chakra que recuperaría descansando unos días. Como contradiciendo el final fatídico que ya había vaticinado para sí mismo, el sol brilló suavemente calentándole las mejillas y por un momento se dio cuenta de que tenía una nueva oportunidad en la vida que no se merecía. Fue consciente de que volvería a la Aldea, rodeado de los chiquillos que lo habían salvado. Retornaría a las interminables competiciones con Gai, a tirarse en la hierba del jardín jugando con Bisuke mientras Pakkun los regañaba como a dos críos. A leer a la sombra de aquel árbol frente a la Academia mientras se perdía en los gestos amables del maestro dando clase ajeno a su presencia la mayoría de las veces. Volvería a ver esos ojos de café, amables y severos, las mejillas de canela y palo santo, la cicatriz suave sobre su rostro y a perderse en los labios carnosos y apetecibles de la persona a la que había dedicado sus últimos pensamientos conscientes cuando supo que iba a morir.

El rumor de las voces de los chicos festejando al pie del altillo en el que estaba evaluando la situación para organizar la vuelta lo distrajeron un poco y de lejos vio como los jóvenes manteaban a Naruto entre vítores, aplausos y alegría incontenible. Y en ese momento, Kakashi Hatake lo supo, que aquel que sabía sido un niño torpe, revoltoso y ruidoso que había estado a su cargo durante algunos años lo había superado. Y se sintió feliz viendo como el joven de cabellos rubios había crecido para ser un ninja fuerte, decidido y sobre todo fiel a sus principios. Se acordó por unos segundos de Minato, el que había sido su sensei y el padre del chiquillo, y se dio cuenta de que se parecían muchísimo. En la fuerza de su mirada, en la sonrisa amable e inagotable y en aquella alma que nunca se daba por vencida; llegó a la conclusión de que quizás el chico le había enseñado tantas cosas a él mismo como el ninja copia había intentado educarlo.

"Aun con lo joven que eres, Naruto, ya me has sobrepasado en poder. Me has salvado tantas veces que paré de contarlas hace años, y sigues siendo un crío en realidad." Pensó el último de los Hatake suspirando suavemente mientras su ojo obsidiana y oscuro como una noche de luna nueva se perdía en el horizonte soleado cubierto por aquel cielo azul e interminable en dirección a Konoha. Como reclamado por sus propios pensamientos, el chiquillo de cabellos rubios apareció a su lado de un salto suave, aterrizando a un par de metros de donde el ninja de élite contemplaba en silencio el horizonte organizando la operación de vuelta mientras trataba de ignorar la mezcolanza extraña de sentimientos que sobrevivir a lo que jamás habría creído posible le había provocado.

- ¿Kakashi-sensei?—murmuró el chico llamándolo con una ligera sombra de vergüenza en su voz mientras sostenía el par de cascabeles arreglados en su mano izquierda mostrándoselos al más mayor.—

No quiero despedirme de tu aromaWhere stories live. Discover now