Capítulo 35| Un idiota desesperado.

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— ¿Por qué debería ayudarte?

— Necesito hablar con ella, Darren.

— Ya, te recuerdo que ustedes no terminaron muy bien la última vez que hablaron.

— Es justamente por eso que quiero hablarle. — suspiré con resignación. — Por favor.

Él me miró un poco asombrado y terminó aceptando.

— Está bien, según lo que me dijo Arthur sería una llamada por día, luego en la noche he conseguido llamarle a la recepcionista para preguntarle como esta, son solo ellas dos, por lo que se, es una casa tipo hacienda, campos verdes etc.

— ¿A qué hora?

Darren miró su reloj y frunció el ceño.

— Son las seis de la tarde, la recepcionista me llamara dentro de dos o tres horas, así que ponte cómodo.

Bufe exaltado

— ¿Tres horas? ¿No puedes llamar antes?

— Puedo pero quizá no me contesten — se encogió de hombros — Lamentablemente son ordenes de Arthur.

Comprendí lo que trataba de decirme así que resignado me aferre a la única oportunidad que tenia de hablar con Dulce así que me dejé caer a su lado, mientras esperábamos.

— ¿Por qué la alejó? — pregunté rompiendo el silencio.

— Pensó que sería lo mejor, pero bueno ¿Quiénes somos nosotros para juzgar? Él jamás estuvo preparado para ser padre, sin embargo, lo intentó, creo que de alguna manera ver a tu hija hacer locuras como las hace Dulce, lo pone en alerta.

— ¿Alerta?

— Tú sabes que Arthur es abogado y creo que ese hecho está siendo olvidado por Dulce, aunque no justifico la ausencia de mi tío es muy probable que lo haya hecho por el bien de ella, ser un abogado y mandar a la cárcel a muchos peces gordos es algo que te exige andar con cuidado.

— Quizá esa sea una razón pero al enviarla lejos, no soluciona nada. Dulce parece sentirse sola siempre, es como su peor miedo, la soledad.

— Eso, o puede que haya aprendido a vivir con ella, mi prima es muy impredecible — Hizo una pausa — ¿De verdad la quieres?

Lo mire serio, estaba seguro de mi respuesta pero ¿Por cuánto tiempo?

— Si.

— Bien, entonces te dejo su felicidad en tus manos, ella merece mucho más que esto — sonrió melancólico — A pasado por mucho, lo mejor sería que empiece a ver la parte buena que trae la vida.

— ¿A pasado por mucho?— repetí en un susurro.

Las palabras de Sam cobraron vida como un recuerdo viviente, sin embargo, aún había algo que faltaba en su lógica, él sabía algo más que olvido agregar.

— Dulce tiene ataques de pánico — soltó de repente.

— ¿Qué?

— Que tiene ataques de pánico — su mandíbula se tensó mientras contaba aquello — Tuvo un evento traumático hace años, desde entonces sufre de estos ataques, aunque en estos meses desaparecieron es muy probable que al encontrarse sola este siendo consumida por los problemas, la desesperación y la soledad.

— ¿Los estuvo tratando?

— Sí, Dulce tenía una psicóloga privada.

— ¿Qué es lo que les dijo ella?

— Que por el momento ella estaba bien, que había superado parte de aquello, solo dependía de Dulce seguir con su vida.

— ¿Por cuánto tiempo la estuvo tratando?

— Los últimos dos años ¿Por qué tantas preguntas?

— Quizá están omitiendo la parte más importante de un tratamiento.

— ¿El cual es...?

— Las recaídas

— ¿Qué me tratas de decir?

— Que los ataques pueden volver. — Solté pensativo — Y ahora más que nunca, puede llegar a lastimarse.

— Sí, es muy probable. — confirmó cansado. — Arthur no sabe mucho de esto, siempre se sintió culpable por lo que le pasó a su hija y a... — hizo una pausa ¿A quién iba a mencionar? — Su culpa es tanta que por eso se mantiene lejos, es de esa manera que le afecta, no es porque odie a Dulce sino porque cuando la ve, ve el rostro de la hija que no pudo salvar, él se odia a sí mismo.

— ¿Cómo es que sabes tanto?

— Las paredes tienen oídos. — sonrió triste.

Negué con la cabeza, pensativo.

Entonces Dulce podría revivir aquel momento lo que le provocarían esos ataques.

— Peor aún, ahora necesito saber dónde está, no quiero que esos malditos ataques regresen.

— Sabes, empecé a creer que tú eras esa ancla que la mantenía cuerda y de pie — sus palabras hicieron efecto en mi — Ella se veía feliz contigo.

— Y yo lo era con ella.

— Solo cuídala, demonio.

— Lo hare.

— ¿Lo prometes?

Esta vez estuve seguro de mi respuesta por completo, aunque era consciente del concepto que tenía esa palabra para mí, quería creer que fuera así.

— Sí.

— Bien, llamare e insistiré.

Entonces como si fuera mi cerebro lo captar todo, pude recordar, sabía cómo encontrarla.

— Se cómo encontrarla. — anuncie.

— ¿Qué? ¿Cómo?

— Puedo rastrearla...

Darren solo frunció el ceño, no se lo esperaba.

— ¿Le pusiste un maldito GPS a mi prima?

— Tengo una solución ¿La aceptas o no?

— Está bien. — aceptó algo desconfiado.

— Bien, entonces mientras mi amigo rastrea el objeto, ahora tú y yo idearemos un plan para traerla de regreso.

Teníamos que encontrarla, al menos para saber de su estado, lo único que me importaba ahora, era saber que estaba bien.

Prohibido Enamorarse de Dulce ©Where stories live. Discover now