capítulo 29

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Eran las diez de la noche cuando el taxi aparcó frente al pequeño edificio de tres plantas, pagó al chófer, tomó su mochila y se bajó del auto con rapidez a pesar del cansancio, había pasado largas horas de pie sin descanso alguno, corriendo de un lado a otro, saltándose la hora de comida o algún minuto libre para ir al baño, y aún tenía que hacer papeleos sobre medicamentos y consultas.

Cuando abrió la puerta del departamento se fijó en el desorden de la sala, las almohadas estaban regadas en el suelo, había ropa en el sofá y algunos juguetes para niños; su perro que siempre parecía feliz de recibirlo, solamente levando la mirada para verificar al visitante y al descubrir que era él volvió a dormirse enseguida solamente moviendo la cola como saludo. Al parecer Dante también había tenido un largo día como para darle un buen recibimiento después de no verlo por varios meses.

Damian dudo por un momento en la entrada, pensando que se había equivocado de departamento.

Escuchó ruidos venir de la cocina, dejó los zapatos en la entrada de la puerta junto con su mochila, se quitó la sucia gabardina blanca y la colgó en el perchero que estaba a un costado de la entrada, luego fue directo a la cocina deseando con todas sus fuerzas que no fuera Camila quien estuviera despierta.

Afortunadamente era Daniela, quien lavaba los platos sucios de la tarde, también parecía cansada; él tocó la puerta tratando de llamar su atención sin asustarla. Sin embargo no funcionó, la pobre mujer dio un salto espantada, llevando su mano mojada al pecho, giro sobre su propio eje, mirando a Damián con los ojos muy abiertos por la repentina sorpresa.

— ¡Hola! — Dijo Damián, tratando de sonar arrepentido; entró a la cocina arrastrando un poco los pies, fue al refrigerador y saco una botella de agua fría. — Perdón, no quería asustarte cuñada. — Dijo de corazón.

— No pasa nada. Bienvenido a casa. — Dijo Daniela con una sonrisa sincera en los labios, Damián también sonrió notando el pequeño parecido que tenían las hermanas Barragán.

— No tienes que hacer eso, lavare los platos en la mañana. — Daniela miro el lavabo con algunas cucharas dentro, agradeciendo la oferta pero continuó de todos modos.

— ¡Esta bien! Ya eh acabado, perdona lo de tu sala, las cosas se pusieron entretenidas esta tarde.— Ella secó sus manos con una toalla de papel, se sentía apenada, pensó que podría recoger un poco antes que Damián llegara y viera el huracán que había pasado por su departamento.

— ¿Se divirtieron? — Inquirió Damián destapando la botella y dándole un gran sorbo, el agua bajo por su garganta llenándolo de vida, sintió el agua recorrer su cuerpo hasta las puntas de los pies. Quizás había pasado cinco horas sin beber el líquido vital. Mucho trabajo.

— ¡Sí! Camila comió mucho y Dante y mi hijo... creo que se volvieron buenos amigos, fue como regresar en el tiempo, nos la pasamos muy bien— Daniela empezó a guardar los platos limpios y secos dentro de la alacena, acordándose de los momentos más divertidos del día, de todas las risas de su hermana, de los besos de su hijo a su tía, de los abrazos, sin querer una débil carcajada salió de sus labios, hacía mucho tiempo que no sentía paz.

— ¡Me alegro que la hayan pasado bien! Mmh... ¿Camila?— Damián interrumpió el hilo de sus pensamientos, se dio la vuelta, mirando como el chico parecía ansioso por su pequeña hermana, siempre había sospechado que esos dos tenían algo en común, pero verlo era diferente, Damián era un loco enamorado por Camila; y Camila era una loca enamorada por Damián, como esos amores que solo vez en las películas, un amor tan incondicional que podías verlo brillar en los ojos de ambas personas. Se sintió tan feliz por ese amor, tan feliz por Camila.

Tuya para siempreWhere stories live. Discover now