La primera, por su horrendo y diabético apodo hacia su novio.

La segunda, ¿cómo es posible que tenga tantas llaves del departamento mientras yo tengo una sola?

Sacudo la cabeza, estirando el brazo hacia el perchero a un rincón de la puerta. Tomo mi abrigo, y deslizo mis brazos en sus orificios.

―Sigo convenciéndome de que no es buena idea que salga con ustedes. Ni siquiera conozco a mi cita.

―¿Sabes? Deberías estudiar actuación o teatro, porque tienes lo dramática en la sangre, Jess. ―Se encoge de hombros. Abre la puerta, y sale primero.

Suelto un suspiro lleno de irritación.

―No creo que esté siendo dramática. ¿Acaso tú saldrías con alguien que no conoces? ―le pregunto. Pero, me arrepiento de inmediato porque conozco la respuesta como a la palma de mi mano. Y es un gran «sí» ―. No, mejor no me digas.

Le oigo reírse mientras tomamos el ascensor. El frío se cuela por los respiraderos de los pasillos, entumeciéndome las manos. He olvidado colocarme los guantes para evitar posibles calambres, y todo porque estuve demasiado ocupada rehusándome en mi cabeza a ir a la cita. Preferiría mil veces ser el puto velero.

Me froto las manos para darme calor, y ambas salimos del ascensor cuando arriba a la planta baja del edificio. Desde adentro, podemos contemplar, a través de los altísimos ventanales transparentes, los grandes edificios y la oscuridad tiñendo el cielo mientras se instala en la ciudad.

―¿Podrías recordarme una vez más a dónde vamos? ―indago con la voz volviéndose ronca cuando el glacial clima del exterior me quema la nariz, las mejillas y los labios.

Kenzie empieza a culebrear a pasos rápidos sin esperarme, asumiendo que la sigo de cerca.

―No te he dicho a donde vamos, todavía.

―Pero, podrías empezar diciéndomelo ahora ―le pido, exhortativa.

―Solo relájate, ¿sí? ―me mira a través de su hombro, y debo tirar velozmente de su brazo para evitar que un sujeto en bicicleta se la lleve por el medio. El sujeto le grita un «lo siento» y Kenzie le responde con su dedo medio al aire―. Estos ciclistas. Una vez salí con un ciclista, ¿te conté?

Reúno todas mis fuerzas para no blanquear los ojos.

―Kenz, ¿a dónde vamos?

Ella ignora de lleno a mi pregunta, porque prosigue con la historia de su novio el ciclista. El hecho es que Kenzie siempre ha sido espontanea, natural y... relajada. Me recuerda mucho a mí, hasta que me enamoré de Josh cuando iba en tercero de secundaria. Pero, él solo me utilizó como parte de un estúpido y machista reto con sus amigos.

Una semana después, el video de mí haciéndole twerk explícitamente para él con la canción Anaconda, fue colgado en las redes sociales hasta volverse viral. Nunca me había sentido tan abochornada en mi jodida vida, pero una parte de mí logró convencerme de que me merecía ser avergonzada, para aprender a que los chicos pueden ser crueles. Muy crueles.

La voz de Kenzie alcanza mis oídos, y trastabillo cuando se detiene abruptamente frente a la entrada de un iluminado cartel con letras rojas y cursivas.

Casino.

―¡Eureka! ―Me da una palmadita en el brazo, y tira de él, arrastrándome al interior del lugar sin siquiera darme tiempo de planificar mi huida.

Enseguida el estentóreo coro de voces y carcajadas atruena el lugar. Me dedico a detallar el lugar con una iluminación tenue amortiguada con las pantallas luminosas de las maquinitas. El sonido de los botones y puzles chirria ante mis oídos, desorientándome por una fracción de segundo.

Conexión Irresistible © [Pausada]Where stories live. Discover now