—¿Has encontrado algo que te guste? —le preguntó Tom a sus espaldas, quien ya había salido del baño.

Danielle tomó una de las camisetas, la que le pareció más encubridora.

—¿Puedo tomar esta de los Dodgers?

—La que quieras —le contestó él con una sonrisa.

Danielle entró al baño con la prenda en las manos y cerró la puerta; tenía un poco de temor. Miró alrededor y el baño en verdad había quedado estupendo: tal como se apreciaba en las fotos. Los sujetadores de la taza de baño le daban a Thomas la posibilidad de actuar por sí mismo, así como en la ducha. En la encimera del baño —que también bajaba o subía con un botón—, pudo ver varios frascos de perfume, cremas para rasurar y colonias. Era el baño de un hombre, y una vez más volvió a temblar... ¿Qué le sucedía?

Luego de asearse un poco se desnudó y se colocó encima la playera de Thomas. Aunque estuviera limpia tenía su olor... No podía explicarlo, pero aquel aroma la tenía muy perturbada. Se miró al espejo y la imagen que recibía no la hacía sentir tranquila: la camiseta la cubría muy poco, bajaba solo hasta la mitad de los muslos y por detrás, un poco más abajo de sus nalgas.

—Has tenido una excelente idea al pretender quedarte aquí... —murmuró.

Cerró los ojos e intentó serenarse. Se recogió el cabello con una coleta alta y dobló su ropa con cuidado, dejándola encima del cesto de la ropa sucia. Cuando se llenó de valor, salió del baño y se encontró con Thomas, que ya estaba en la cama.

Una vez más sintió que se ponía como un tomate; él la miró y le sonrió. Se dominó lo suficiente para no asustarla con su mirada, aunque aquella visión lo tenía profundamente extasiado.

—Te ves preciosa...

Ella no le contestó: se quedó mirándolo. Thomas estaba sin camisa —algo que no era nuevo para ella— y tenía un libro en las manos. La única luz en la habitación era la de la lamparita de noche, pero era lo suficientemente intensa como para que pudieran apreciarse el uno al otro.

—Esta camiseta me queda algo corta —comentó ella dando un par de pasos hacia la cama.

—Créeme, tienes demasiada ropa encima.

Cuando Thomas notó lo turbada y avergonzada que estaba con su comentario, no pudo evitar echarse a reír, a pesar de que él también estaba muerto de miedo. Había intentado tomar un libro para restarle tensión al momento, pero lo cierto es que no podía leer nada.

—Ven acá, cariño.

Danielle se acercó a él. Thomas apretó un botón en la cama y esta se arqueó un poco, permitiéndole incorporarse. Dani se sentó en el borde y lo miró a los ojos. Tom le acarició la mejilla sonrojada con sus manos.

—¿Quieres dormir en la habitación de al lado? Ya la conoces, es donde durmió Tim hace unas semanas. Solo quiero que te sientas bien...

Ella sintió que su corazón se derretía al escucharlo.

—Eres increíble, Tom —respondió ella dándole un beso y abrazándose a él.

Thomas la estrechó contra su cuerpo, aunque intentó no presionarla. El tenerla allí con él era más de lo que hubiese esperado hace unos meses, cuando pensaba, en mitad de su depresión, que no volvería a ser feliz.

—Me encantaría que durmieras aquí conmigo —le dijo con tacto—, pero solo si lo deseas. Te prometo que no haré nada que no quieras, me basta con darte un beso y verte dormir apacible a mi lado.

Danielle se separó de él y le sonrió, un poco más tranquila.

—Me quedaré aquí contigo...

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