Una visita al paraíso

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Una cosa estaba clara, pensaba Ciel, mirando por la ventana del carruaje, ya de vuelta a casa, con su mayordomo sentado frente a él, cada uno en su mundo: aquí no iban a obtener las respuestas que necesitaban. Y por «aquí» nos referimos al mundo terrenal, en el que habita la humanidad durante su vida mortal. Deberían hacer una visita a los propios ángeles si querían averiguar algo. Teniendo un demonio como Sebastian de su lado, no sería tan complicado.

-Sebastian-le llamó la atención. El demonio levantó la mirada, expectante-, tú sabes cómo ir al cielo ¿verdad?

Él no contestó inmediatamente. Aquella pregunta le había cogido completamente por sorpresa. Una parte de él deseaba que su amo dejara ese tema apartado, que hiciera caso a su yo del pasado que unas horas antes no quería investigar el caso y se diera por vencido. Pero estaba claro que ahora ya no era cuestión de que fuera una orden de la reina Victoria. Ahora a Ciel le mataba la curiosidad y no pararía hasta llegar al quid de la cuestión.

-Sí, lo sé- contestó Sebastian, finalmente, dudando si hacerlo. Pero no podía mentir. Esa fue una de las primeras ordenes que le dio su amo.

-¿Y podemos ir?- pregunta totalmente predecible.

-Sí, podemos ir- dudó, sin mucho resultado al intentar evitar aparentarlo-. Pero...

-¿Pero?

Ciel le miraba expectante, con los ojos muy abiertos, incluso el que no podía vérsele. Sebastian se mordió el labio inferior pero inmediatamente recuperó la compostura. Su amo no debía pensar que se había vuelto un debilucho, que tenía miedo ante la posibilidad de enfrentarse a un ejército de ángeles él solo. Aunque pensarlo le helaba la sangre que circulaba por su cuerpo humano.

-No creo que debiéramos ir- dijo, después de unos segundos.

-¿Por qué?- la expresión de desconcierto del muchacho fue transformándose en una amplia sonrisa, con un trasfondo bastante cruel que, acompañado de sus palabras, caló en lo más hondo de su mayordomo-. Sebastian... no me digas que tienes miedo.

-No es miedo, señor- intentó defenderse el demonio-. Es precaución. El cielo es el terreno de los ángeles. No es lo mismo luchar contra ellos en tierra firme que...

-Oye- le interrumpió Ciel-, no tienes de qué preocuparte. Yo sé de lo que eres capaz. Vencerás a esos estúpidos ángeles igual que has vencido a todos mis enemigos hasta el momento. Y además -señaló el parche en su ojo derecho-, yo quiero que los venzas. Es una orden.

Tres palabras. Tres simples palabras, y no podía negarse a obedecerlas. Agachó la cabeza y, procurando que su amo no lo viera, apretó los puños.

-Cómo ordene.

***

Estar justo en el centro de cualquier catedral, en cualquier parte del mundo, a las 00:00 horas.

Era simple. Demasiado. Aunque solo un ser inmortal pudiera abrir la puerta, seguía siendo demasiado fácil. Pero bueno, a caballo regalado...

La enorme cúpula de la catedral de San Pablo se erguía, imponente, sobre ellos, prácticamente a oscuras, si no fuera por la tenue luz de las farolas que entraba por las ventanas. Faltaban dos minutos para las doce de la noche.

Ciel permaneció unos segundos con la cabeza levantada, mirando hacia la parte más alta dela enorme cúpula, admirando su majestuosidad, hasta que el ruido de los pasos de su mayordomo le hicieron desviar la mirada.

Tan solo se veía una enorme sombra negra caminar despacio hasta situarse en medio del circulo que formaban las baldosas en el suelo, debajo de la cúpula. Había una especie de rosa de los vientos, con puntas negras y rojas y un circulo dorado en el centro, donde se puso Sebastian.

Kuroshitsuji: Mi ángel caídoUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum