Reprodujo el video con muy pocas expectativas, pero de inmediato el corazón le dio un vuelco: un hombre en silla de ruedas subía por una rampa especialmente colocada en el jardín de su hogar para burlar los peldaños de las escaleras; con su teléfono logró que la puerta principal de la casa se abriera y se introdujo en el salón de estar, cerrándose la puerta tras él. Una imponente escalera se erguía al final del salón, pero junto a ella un aparato de cristal de forma vertical se hallaba a un costado: era un ascensor. El hombre continuó con su silla y se introdujo dentro del elevador, con un comando este ascendió hasta la primera planta sin ninguna dificultad...

Fue entonces que Thomas comprendió las bondades de la tecnología puesta al servicio de las personas con discapacidad. Continuó viendo el video y pudo advertir cómo aquel hombre entraba a su habitación y con el teléfono mandaba a descorrer las cortinas. Después se dirigió al baño: tenía una taza más alta que la acostumbrada, con sujetadores a cada lado de metal que permitían a la persona movilizarse por sí misma y hacer sus necesidades sin la ayuda de otra persona. La ducha era semejante: poseía varias barras que la circundaban para permitir que la persona con discapacidad se sujetara y se dejara caer sobre un asiento especial para tomar un baño.

Por último, apareció el rostro de Danielle Robson y los datos de la empresa para poder contactarla. Sin darse cuenta, una lágrima bajaba por su rostro cuando Rob hizo entrada escoltado por un simpático labrador.

—¿Qué sucede? —preguntó extrañado al ver su expresión.

—Cometí un error —confesó mientras colocaba la Tablet sobre el escritorio—. Ven aquí —le dijo al perrito.

El labrador fue a su encuentro y Thomas lo acarició con ternura. Hacía tiempo que deseaba tener un perro, y el sueño de su sobrino de poseer uno lo había terminado de animar en esa dirección.

—Me dijiste que habías llevado a Danielle Robson a su casa —le recordó a Rob.

—Así es. Esta misma mañana.

—¿Crees que podrías llevarme a verla?

Si Rob no lo conociera tan bien se hubiese sorprendido mucho con la petición; en cambio, tan solo le sonrió:

—Claro que sí.

Danielle les preparó a los chicos una merienda y se las llevó al comedor, como ya era costumbre

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Danielle les preparó a los chicos una merienda y se las llevó al comedor, como ya era costumbre. Los niños le agradecieron pues morían de hambre, y por unos minutos, dejaron la tarea para concentrarse en aquellos dos sándwiches que Dani les había dejado.

—No hables con la boca llena, Ben —le reprendió su madre.

Tim se rio de él, pero continuó comiendo.

El timbre del hogar sonó. Una vez más Danielle frunció el ceño pues le parecía demasiado temprano para que Mónica llegara del trabajo. Tal vez quisiera hablar del proyecto, como dos días atrás. No le dio demasiada importancia al asunto hasta que pulsó el botón del intercomunicador y escuchó una voz conocida del otro lado de la línea.

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