De repente sentí culpa por lo que Alana me había dicho sobre Noah. En especial por la manera en la que la traté el día del concierto.

Me alcé de hombros para pretender indiferencia.

—Tania dolida porque no le cuento mis más íntimos secretos.

Charlie chasqueó la lengua y pasó un brazo por sobre mis hombros.

—¿Y a ella qué le importa? Como si estuvieras obligada a decirle a nadie.

Hice un intento de sonrisa, pero el mensaje en mi teléfono pesó demasiado.

Pasé el resto de la fiesta casi sin hablar. No estaba de humor para seguirle la corriente a los demás y cada vez que Charlie o Noah se me acercaban no podía evitar ponerme algo incómoda.

La fiesta no acabó hasta las cinco de la mañana. La mayoría de los invitados se marcharon en taxis, en sus propios vehículos, o eran recogidos. Charlie y Jade, pese a tener la motocicleta, se echaron una siesta en el sofá hasta que salió el sol para viajar más seguros.

Noah y yo fuimos de las últimas en marcharnos. Tania dijo que nos quedáramos a desayunar, pero las dos añorábamos el colchón de dos plazas que aguardaba por nosotras en el departamento.

Viajamos en autobús en absoluto silencio y, por suerte, lo pude justificar con el sueño y la resaca.

Cuando llegamos a su casa el sol brillaba radiante y se colaba a través de las cortinas delgadas de la sala de estar. Su departamento estaba limpio y silencioso.

—Noah... —comencé cuando ella cerró la puerta detrás de nosotras.

—Aguarda.

Noah dejó su bolso sobre el sofá y camino con cansancio hasta el cuarto de su madre. La vi abrir la puerta y asomarse con cautela, como si temiera despertarla, y luego me pareció oír murmullos que venían del interior. Probablemente la señora Romano respondiéndole adormilada.

Desde la puerta de entrada sólo podía ver su espalda oculta bajo su larga mata de cabello despeinado. Ella se aferraba con fuerza al marco de la puerta como si temiera caerse y con su mano libre sostenía su abrigo.

—Te dije que hoy salía —susurró mi amiga.

Su madre respondió algo que no alcancé a escuchar y luego Noah comenzó a responder con secos "sí", como si estuviera siendo interrogada. Pasaron varios minutos en los que estuvieron hablando o discutiendo.

Entonces, Noah se despidió y cerró la puerta del cuarto de su madre. Cuando se volteó para mirarme no pude evitar verme culpable por estar escuchando.

Hubo silencio, como si ella esperara que yo dijera algo, y sólo nos quedamos escuchando el canto de los pájaros matutinos.

—¿Qué te dijo tu madre? —pregunté.

—¿Pretenderás que Alana no te ha dicho nada sobre mí?

—¿Qué?

Ella dejó su abrigo en el sofá y avanzó hacia mí. Seguía viéndose cansada, pero mortalmente seria. No sabía cuándo, pero parte de su labial rojo se había corrido o desaparecido.

—Actúas como si hubieras visto un fantasma desde que has hablado con Alana en la acera —me acusó—. ¿Crees que no lo notaría?

Me aferré al morral que llevaba sobre el hombro y avancé un paso también.

—Entonces es cierto —la acusé—. ¿Invitaste al ex de Charlie al concierto?

—¡Claro que no! —exclamó en un tono más bajo de lo habitual, como si temiera despertar a su madre—. Fue un accidente. —Se llevó las manos al pecho—. Yo no sabía que él estaba ahí cuando invité a Alana.

—No fue un accidente, Noah. Él dijo que tú lo invitaste a él. No que te oyó invitando a Alana. Y ella te odia.

—Alana no me odia. Ella sólo...

—Has dejado que se la comieran viva en el salón el otro día —la interrumpí. Recordé la manera en la que Alana había mirado a Noah en busca de ayuda, y cómo ella se quedó sentada y pretendió que no sabía nada. O cuando la rubia me respondió con fastidio que si quería saber qué había sucedido en el concierto debía preguntárselo a mi novia—. ¿Qué está mal contigo? —pregunté sin comprender—. Son tus amigas.

—¡Ella no son mis amigas!

Ladeé la cabeza y separé los labios sin comprender lo que acababa de decir.

—¿De qué estás hablando? Ellas son nuestras amigas.

Noah negó con fuerza mientras yo hablaba, como si yo estuviera tan equivocada.

—Sólo fui amable con Alana porque ustedes dos estaban tan desesperadas por meterla a nuestro grupo. A veces me pregunto si no lo hicieron para que yo no me sintiera tan fuera de lugar mientras ustedes dos coqueteaban entre sí. —Abrí la boca para decir algo, pero ella me enseñó la palma de su mano para que me callara—. Y seamos honestas, Andrea. Yo nunca le caí bien a Charlie. Siempre fui la que sobraba.

—Claro que no —respondí sin siquiera planteármelo.

Tal vez Charlie tuviera problemas para decir lo que sentía por otros. Tal vez Noah la sacara de sus casillas de vez en cuando. Pero también se preocupaba por ella de la misma manera que lo hacía conmigo, y sabía que la consideraba una amiga.

Incluso cuando su ex novio se apareció en el concierto y dijo que una de nosotras lo había invitado, a Charlotte le enfadó tanto que hablara así de nosotras que acabó empujándolo. Y eso desencadenó el desastre de esa noche.

Un pensamiento cruzó por mi cabeza.

—Tú querías que esto pasara ¿Verdad? —pregunté en voz baja—. Lo invitaste porque querías estar ahí para ver qué sucedía. Te gusta que la gente pelee.

Hubo silencio por un momento. Creí que iría a negarlo, pero entonces ella se alzó de hombros.

—Y al final acabamos haciendo otra cosa, así que nos lo perdimos.

Sentí las mejillas calientes al recordar lo que había sucedido esa tarde y la razón por la cual nos habíamos quedado en su casa.

—¿A qué estás esperando? —me preguntó Noah. Cuando volví a prestarle atención ella estaba haciendo un gesto con las manos, como si me estuviera echando—. Ve a contárselo. Corre.

Me estaba desafiando, pero no entendía por qué. ¿Qué tenía contra mí? ¿Qué tenía contra ella?

Tragué saliva, completamente seria. De haberse tratado de alguien más, o incluso de Charlie, habría estallado. Me habría enfadado y hecho un escándalo. Pero era Noah. Siempre confié en ella tan ciegamente y ahora me sentía terriblemente estúpida por eso.

—Esto no es un chiste, Noah. Deja de ser tan cínica.

—¿Acabas de aprender esa palabra?

Aparté la mirada.

—¿Qué está mal contigo?

—¿Vas a llorar?

No supe qué responderle. No quería estar ahí. No quería seguir hablando con ella. Y mucho menos dormir en su casa.

Le lancé una mirada cargada de odio y robé las llaves de la casa que colgaban en la pared antes de salir dando un portazo.

Le lancé una mirada cargada de odio y robé las llaves de la casa que colgaban en la pared antes de salir dando un portazo

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