The man of cold gaze | Daryl Dixon

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El cuerpo tendido en el suelo, la sangre manchando las paredes, el arma descargada a un lado… era la escena perfecta para acompañar un día gris y lluvioso como el que era hoy.

Camine y pase de largo aquel cuerpo putrefacto en el suelo. Las moscas aun sobrevolaban a su alrededor y los gusanos se arrastraban entre los pedazos de carne destrozada. De sus piernas solo quedaban huesos blancos como el marfil, su estomago estaba despedazado, con los órganos internos completamente desparramados a su alrededor. Un caminante se había encargado de teñir de rojo el suelo y las moscas y larvas de descomponerlo poco a poco. Ahora mismo el mismo caminante que se estaba comiendo el cadáver cuando ingrese estaba en la entrada de aquella tienda con un agujero en su frente, producto de un golpe certero de mi cuchillo de caza.

El arma junto al cuerpo, en su mano, indicaba que había sido un suicidio con éxito. Pobre bastardo.

Ese día me tocaba estar en el grupo que salía de la prisión por la mañana en busca de suministros, cosas útiles, municiones y, porque no, sobrevivientes. Ese pequeño pueblo nos había tocado revisarlo a Tyreese y a mí. El se encontraba revisando en la comisaría local en busca de municiones y yo me tomaba el trabajo de buscar en los almacenes y tiendas de la zona. 

Revise los bolsillos del sujeto muerto, encontrando solo fajos de billetes manchados con sangre ya seca, un par de cajetillas de cigarros y un encendedor. Quien sabe que era lo que el pobre desgraciado había pensado o intentado antes de darse un tiro en la cabeza.

Me levante con el dinero en mi mano y lo observe. Ya no servía de nada ser millonario ahora, si no había nada que comprar o alguien a quien impresionar. Podía saquear las tiendas que quisiera o tomar los autos sin permiso y sin pagar ni un centavo. ¿Para qué iba a necesitar algo tan insignificante como el dinero? Camine hacía el mostrador en donde estaba la caja registradora y arroje los billetes a un lado, para luego tomar el bolso cargado con las cosas que considere más importante y útiles, aquellas que nos servirían en la prisión y había tomado de la tienda.

Me dirigí a la salida, evitando el cuerpo a medio comer y saltando al caminante muerto. Afuera el cielo era de un gris oscuro, al igual que las nubes y sin rastro de sol.

Al bajar la vista mis ojos se encontraron con otros de un azul intenso. Lance el bolso a un lado y tome mi ballesta con ambas manos, preparándome para disparar, pero no logre ser tan rápido para hacerlo, dejando de esa manera que me derribara de un golpe. Un sujeto, delgado, con el rostro cubierto por una espesa barba y sin más armas que una navaja estaba encima de mí. Solté mi arma para forcejear con él y hacerme con el control de la navaja que estaba a centímetros de mi rostro. No supe en qué momento apareció ni como no lo vi venir, era un error que podría pagarse muy caro.

“Tyreese, hijo de perra, ¿Dónde estás?”. Fue mi pensamiento al verme levemente superado por el maldito con el arma; aquel derribo me había ocasionado un fuerte golpe de cabeza contra el pavimento. La sangre corría por mi cabello, gota a gota, manchando el frio y duro concreto de la calle. Libere mi mano izquierda y en un rápido movimiento logre darle un fuerte golpe en su mandíbula, dejándolo fuera de combate por unos valiosos segundo que aproveche para sacármelo de encima, empujándolo con fuerza a un lado, pero no sin antes ganarme un corte en mi antebrazo.

Rodé sobre mi cuerpo hasta la ballesta y la tome con ambas manos, mi nariz sangrando y un corte en el brazo derecho. Levante el arma y apunte, con la flecha ya cargada solo quedaba el apretar el gatillo y el sujeto moriría sin saber que fue con exactitud que lo mato.

-¡Por favor, espera! – grito el maldito hijo de perra. Tal vez fue la expresión en su rostro o su forma tan desesperada en que me lo pidió, pero baje el arma y con ella la guardia; yo tenía el control. Al observarlo bien pude notar que no tenía más de veinte años. Era un niño. Sangre en su rostro, ojos rojos, las mejillas hundidas en su cráneo.

-Habla – Sabía que no debía pero no podía permitirme matar al chico sin siquiera saber su nombre. Era tan joven.

-Lo siento, ¿de acuerdo? –Era inevitable pasar por alto su deplorable apariencia física – No eh comido en mucho tiempo y tú tienes un bolso repleto de cosas ahí. Últimamente solo me eh encontrado con personas que no eran de confianza, no podía darme el lujo de arriesgarme nuevamente…

-Uno debe ser irse con cuidado –se oyó la voz de Tyreese a mi lado pero no voltee. Su voz tan serena y tranquila me indico que ya llevaba unos momentos observando y escuchando - ¿Qué crees? – me pregunto refiriéndose al chico. Sabía de lo que hablaba.

Mire al joven y formule la primera de las tres preguntas que debíamos hacer antes que todo: -¿Cuántos caminantes has matado?

-Muchos – contesto a mi pregunta con rapidez y confianza, sin dudar el porqué de ella ni un segundo.

-¿Cuántas personas has matado?

-Las necesarias.

-¿Por qué?

-Se lo merecian – La expresión fría al decir esas palabras no fue lo que me convenció, sino su sonrisa. Aquella de la que no se arrepiente de nada y expresa todo sin arrepentimiento ni vergüenza.

Tyreese pasó a mi lado y recogió el bolso que yo había tirado. Me miro. La decisión estaba tomada.

-Bien, no se diga mas – camino en dirección al vehículo en el que llegamos, ese que estaba frente a la tienda de la que salí hace tan solo minutos. Al pasar junto al chico no lo miro siquiera.

- ¿Qué quiere decir? ¿Me dejaran ir? ¿O me llevaran con uste... - la palabra quedo a medio terminar, tapada por el sonido de una flecha cortando el aire al ser disparada. El cuerpo sin vida del joven cuyo nombre desconocía cayó al suelo, una flecha atravesando su cabeza. Era una muerte rápida y sin dolor, mas de lo que hubiera merecido. 

Una vez ambos estuvimos en el auto nos dirigimos hacía la prisión, en completo silencio. Uno puede hacer un millón de preguntas a una persona y tener otro millón de respuestas y jamás terminara de conocer a quien está a su lado por completo, pero si se hacen las preguntas indicadas se puede saber lo necesario como para poder dejarlo cuidar tus espaldas sin la necesidad de mirar sobre tu hombro.

Actividad #0.5Where stories live. Discover now