Capítulo 3

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"Aún no sé cómo va a terminar, pero ya los tengo. No son los que suelen llamarse una pareja típica. Ustedes y yo sabemos que la pareja típica no existe"

-Mario Benedetti.

Sentí mi teléfono sonar, miré la hora y caí sentada en mi cama, eran las 10:00 am. Nunca me he despertado tan tarde desde que comencé a trabajar, aunque mis turnos en el restaurante son por la noche siempre utilizo el día para hacer todo lo necesario.

Vi que había una notificación de un mensaje en la pantalla, cuando lo abrí era de un número desconocido.

<<No sé si pretendes que gaste mi dedo en el timbre de tu casa, pero si no abres me veré obligado a derribar la puerta.>>

Y ahí me percaté que el sonido del timbre inundaba toda la casa en un repiqueteo desesperante. Me levanté de un brinco y me puse la chaqueta a juego con el camisón de dormir, la anudé con fuerza a mi cintura y me dirigí  por el pasillo hasta la sala a toda prisa abriendo la puerta justo cuando el tierno psicópata —nótese el sarcasmo— estaba a punto de volver a poner su insistente dedo en mi hermoso timbre.

—¿Qué quieres tan temprano? —espeté sin ningún rodeo.

Vi cómo dejó sus ojos vagar por todo mi cuerpo

—s

uerte que llevaba puesta la chaqueta

mientras se relamía los labios para luego curvarlos en una sonrisa demasiado petulante.

—Creo que alguien se levantó de mal humor.

—Siempre que estés presente estaré de mal humor. —Fingió un puchero con sus hermosos labios rosados.

¿Sé estaba haciendo el tonto o es que de verdad no sabía el poder de atracción que tienen sus gestos?

—No sé si recuerdas, pero hoy tenemos un almuerzo familiar. —Se cruzó de brazos y yo no pude evitar mirar como una tonta cómo se le marcaban todos los músculos bajo la tela de ese jersey de lana negro que llevaba puesto haciendo lucir su piel más blanca. Tragué saliva costosamente.

—Claro que recuerdo, cómo olvidar al psicópata que me arrastró de mi cita para que fingiera ser su novia, y también recuerdo haberte dicho que me enviaras un mensaje con la hora. —Él sonrío dejando a la vista unos perfectos dientes blancos y juro que casi me desmayo cuando vi dos hermosos hoyuelos aparecer en sus mejilla, esa siempre sería mi eterna debilidad.

Tragué en grueso y me obligué a apartar la vista de su rostro.

—Preferí venir a despertarte. —Volvió a sonreír socarrón—. ¿Seguirás peleándome en la puerta de tu casa o me dejarás pasar?

—Claro. —Me aparté de la puerta de mala gana y él comenzó a caminar hacia el pequeño vestíbulo que separaba la puerta de la sala y luego me percaté de mi error. Corrí hasta él y lo arrastré fuera de la casa y le cerré la puerta en la cara viendo su rostro contraído en confusión.

Rápido fui hasta el sofá de la sala y recogí la manta que tenía tirada allí junto a unos cuantos sostenes y un enorme basurero sobre la mesa del centro. Todo el que ha vivido solo debe sentirse identificado, al menos si es tan desordenado como yo. Llevé todo hasta el segundo cuarto con el que contaba mi pequeña casa (el cual no utilizo) y lo metí allí.

Complicidad Frente A OtrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora