XVI

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El señor Lluch y yo no volvimos a conversar. Fue su tía, la encantadora señora Bernard la que me puso al corriente de todo. Me explicó como funcionaban allí las cosas y cómo debía ser mi comportamiento ante la sociedad y con mi marido.

-No sé si seré capaz de recordarlo todo. -Dije con sinceridad mientras contemplaba las calles de París por el cristal del carruaje.

-No se apure, aquí la gente es mucho más suelta... - Dijo risueña la señora Bernard. – Si comete algún error de cortesía no se lo tendrán en consideración, pero lo que no debe olvidar es mostrar lo mucho que ama a mi sobrino. Por supuesto, él hará lo mismo. Aquí las infidelidades están a la orden del día y no queremos que vean división en vuestro frente. Recuerda que hay diferentes círculos, los más recatados suelen ser los más poderosos, pero para poder encajar en los dos debes mostrarte segura y algo arrogante. -De pronto paró de hablar, quizás al comprender que estaba agobiándome demasiado. -Ya verás que es más sencillo de lo que parece. -Dijo tomando mi mano y estrechándola con delicadeza. El coche se detuvo ante una imponente mansión. – Por último, no confíe en nadie del servicio. -Yo la miré extrañada.

La puerta del carruaje se abrió, la señora Bernard bajó y yo tras ella. Fuimos acompañadas al interior y en este nos esperaban una gran cantidad de criados.

-Lo ideal habría sido que mi sobrino te presentara al servicio, pero ya sabes que lo ha requerido un asunto urgente. – Yo dibujé una sonrisa en mi rostro, aunque no tenía idea de lo que me estaba hablando.

Me presentó a todos los miembros del servicio y yo traté de recordar algunos nombres. Mi francés no era muy bueno, pero pensaba mejorarlo para poder encajar mejor allí.

El ama de llaves era una mujer mayor y de buen ver, su semblante era inescrutable, pero algo no me dio muy buena espina en ella. Recorrimos gran parte de la casa, cada habitación era más pomposa y extravagante, o por lo menos para mi gusto. Estaban demasiado recargadas, las decoraciones, cuadros, cortinas alfombras y lámparas nunca parecían ser bastar.

Por lo menos mi habitación era algo más sencilla. Allí me encontraba yo, en mi amplio y solitario cuarto. Llevaba un rato dando vueltas en la cama cuando escuché una puerta abrirse, miré hacia la entrada principal, pero esta se encontraba cerrada.

-Buenas noches. -La voz de mi esposo me sobresaltó tanto que no pude evitar que un grito saliera de mi garganta. -Serás escandalosa. -Dijo con seriedad.

-La próxima vez podría usted llamar antes de adentrarse sin permiso en mis aposentos. -Dije dejándome caer sobre la cama y renunciando a prestarle atención. -¿Qué está usted haciendo? – Pregunté asustada cuando noté como se introducía entre las sábanas de mi cama.

-Recuerde que somos un matrimonio recién casado y enamorado ¿Qué crees que dirá el servicio si no nos encuentran juntos por las mañanas?

-Me tiene sin cuidado lo que piense el servicio. - Tal cual salieron aquellas palabras de mi boca sentí que había faltado al respeto a esas pobres personas.

-Me puedes explicar cómo vamos a convencer a la sociedad de que nos amamos si nuestros criados divulgan que no compartimos el lecho.

No supe muy bien que responder, si le preguntaba qué tenía que ver que durmiéramos juntos con lo mucho que nos amábamos seguro iba a quedar como una tonta, así que decidí darle la razón.

-Ya han comenzado a murmurar....- Dije casi en un susurro.- Que no estuviera el primer día que llegué a nuestra casa y que fuera su tía la que me presentó al servicio ya es un poco extraño. Hasta lo sería si no nos amaramos. – Añadí aquello último con algo de sarcasmo.

-Bueno, pues mañana seré el mejor marido del mundo y compensaré los murmullos. -Dijo sin preocupación alguna.

-De verdad que sigo sin comprender de qué manera voy a ayudarle a lograr lo que sea que debe conseguir si no .... Es igual, seguro que ... ¡Va! -Exclamé algo hastiada, sacar información definitivamente no era mi fuerte. Pero al parecer, si logre hacerlo sin darme cuenta.

-Eres una mujer demasiado transparente, nadie va a dudar de ti ni de tus intenciones. -Yo me giré extrañada por su contestación. Otra vez había respondido a mis dudas generándome más interrogantes. – Buenas noches.

Aquella primera noche fue... cómo lo diría... interminable. Los ronquidos del señor Lluch se combinaban con su fuerte respiración y no me permitían conciliar el sueño. Harta de ese sonido tuve que tomar medidas desesperadas. Primero le lancé un cojín, pero pareció ni inmutarse; después le di un par de patadas sin demasiada brusquedad y viendo que nada tenía efecto, me acerqué a él y le tapé la nariz. Tan rápido como dejó de recibir oxígeno se incorporó bruscamente en la cama. Yo obviamente me hice la dormida, pero la tensión por ser descubierta me impidió dormirme antes de que mi marido volviera a hacerlo. Por lo tanto, ya se filtraban los primeros rayos entre las cortinas cuando el cansancio comenzó a apoderarse de mí. No obstante, no había descansado más de un par de horas cuando el señor Lluch me zarandeó.

-La despierto para que no se enfade por lo que voy a hacer... -Dijo acercándose más a mí. Yo estaba demasiado cansada para comprender. El metió las manos bajo las sábanas y comenzó a hacer movimientos raros, de pronto sacó sus calzones de dormir y los lanzó al suelo.

-¡Qué hace!- Dije saliendo del ensoñamiento.

-Teatro, siempre que tengamos gente cerca...-Cayó en seco al escuchar la charla de unas criadas que se acercaban por el pasillo. -No grites. -Me ordenó posicionándose sobre mí y juntando demasiado nuestros rostros. Las doncellas entraron en el cuarto y se quedaron patidifusas ante la escena. - ¡Qué demonios hacen ahí plantadas, qué no ven que estamos ocupados! -Gritó el señor Lluch. Ellas salieron despavoridas, pero una vez cerraron la puerta escuchamos sus risitas nerviosas. -Bien, creo que con esto vamos a empezar bien.

-¿Se puede quitar de encima de mí? -Dije sin poder mirarlo a la cara.

-Lo que usted ordene. -Se levanto y sin ningún pudor por su desnudez recogió las calzas del suelo y se dirigió a la puerta que comunicaba nuestros cuartos.

-Creo que no era necesario que se desnudara. -Me sentía avergonzada e incómoda por los hechos que acabábamos de vivir. No había sido capaz de despegar mis ojos de la pared.

-Ellas no me han visto, pero sí que habrán visto mi ropa en el suelo y eso es lo importante. – Sin decir más desapareció de mi vista.

Yo permanecí largos minutos tendida en la cama, estaba cansada, enfadada y nerviosa. Media hora después llamaron a la puerta.

-Adelante – Respondí acomodándome el camisón.

-Buenos días señora. -Me saludaron las dos damas que antes habían sido echadas de la habitación por mi marido. -El señor Lluch nos ha dicho que usted nos esperaba para arreglarse.

Estaba a punto de responder que no eran necesarios sus servicios, pero recordé que ahora era una vizcondesa y por ello solo asentí y me dejé hacer. 

La necesidad del engaño (4º libro SAGA  VERDADES OCULTAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora