[~III~]

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~Samadness~

Ese día ella me despertó más temprano de lo normal. Me levantó, me ayudó a vestirme para ir al colegio y me preparó el desayuno. Yo estaba más que dormida, me sentía muy cansada y no sabía porqué.

Si yo me sentía cansada, no quería imaginar cómo se sentía ella. Sus ojeras eran notables, más que otros días, sus ojos parecían hinchados y no parecía quitar la mirada de su café con leche.

Me senté junto a ella en la mesa, donde siempre suelo sentarme. Ella ni siquiera miró en mi dirección, sólo siguió mirando su café con ojos perdidos, esos ojos que parecen muertos en vida, como su corazón. De repente, llena de aire y monótona, me dijo que buscase mi mochila para llevarme al colegio.

El rocío lloraba, la bella estrella de fuego no tenía permitido mostrarse ese día. Las lágrimas acumuladas en gris amenazaban con caer en cualquier momento, sin mencionar el bello vapor blanco que se acumulaba y se esparcía entre los coches y las personas.

El acelerador fue presionado sin permisos legales. El gran auto no era lo suficientemente grande como para mantener el aprensivo aire que emanaba la mezcla de emociones en la cabeza y corazón de la mujer que conducía.

Completamente perdida en la nueva faceta de tan bella y positiva mujer, quien había sido mi ejemplo a seguir en el silencio, no noté que el camino que veníamos tomando era desconocido, como si estuviésemos en otro país. Miré por la ventana, queriendo reconocer calles, parques, casas... pero nada.

Llegamos a una casa. Rejas negras en una de las puertas y en las ventanas. Una gran e intimidante, pero elegante puerta negra, esa que golpeó con toda la rudeza y fuerza que sus nudillos y su actual adrenalina le permitieron usar. Mirando por segunda vez a mi alrededor, pude notar el auto de el aparcado frente a nosotras. Mi ceño se frunció en confusión mientras mi cabeza comenzaba a unir piezas de ese desagradable rompecabezas que nunca pedí. Lo vi salir de esa desconocida casa con una rubia cabellera y elegantes ropas. Sólo pude escuchar gritos borrosos, para luego verlo alejarse en el auto, sin siquiera notar mi presencia.

Ella entró al gran auto, emanando esa necesidad de amigos. Quise serlo. Quise ser esa persona en la que pueda cubrirse, quise ser ese hombro donde pueda apoyarse, aunque sea muy pequeño. Quise ser el pecho donde pueda esconderse y llorar hasta que se canse, aunque sea uno sin desarrollar, uno donde sus brazos sean lo suficientemente largos como para abrazar dos veces. Lamentablemente, su fuerza me impidió dar el paso. Me sentí mal, ella sentía que debía ser fuerte frente a mí, que no podía quebrarse, que debía protegerme. Sólo pude mirar las fundas del asiento, esperando llegar al colegio y fingir un día normal para no intervenir en el suyo, para no ser un peso innecesario sobre ella.

Apenas llegué, mis emociones dominaron mi cuerpo. Mis malos humores fueron expresados con las personas equivocadas. Me disculpé, diciendo que desperté con dolor de cabeza como excusa. Luego de aquello, recuerdo hablar como si susurrara durante todo el inicio, antes de las entradas del colegio. La Biblia, la bandera y el himno... Lo más raro de ese momento, fueron mis pensamientos y mis focos.

Una de mis amigas comenzó a notar que no me comportaba normalmente. Mis emociones y reacciones estaban escondidas, pues tenían una razón para estarlo. Mi cabeza dejó de reproducir lo sucedido esa mañana en el momento en que la directora del colegio mencionó una frase muy específica, relacionada con el impacto que había recibido una hora atrás.

Mis ojos comenzaron a brotar como un grifo abierto, sin siquiera darme tiempo a detenerlo o a notarlo antes que algún otro. En ese momento, contuve mis lágrimas gracias a las manos de mis mejores amigas, quienes se encontraban sujetando mi mano con mucha fuerza, sin dejarme caer en el pozo. Una vez ellas me soltaron, caí en los brazos de la profesora que me preguntó qué me había sucedido. Mi llanto era incontrolable, tanto hasta el punto de no poder hablar con claridad, de no poder pronunciar palabra entera sin quebrar al milisegundo. No sentía el aire en mis pulmones, no sentía los brazos de la profesora, sólo sentía la deformación de mi rostro en el dolor.

"¿Así se sintió ella al verlo?", me pregunté.

"¿Así se sintió ella al verlo?", me pregunté

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HisJoriasWhere stories live. Discover now