#8

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Llevaba cuatro días sin salir de la posada. Comía en el comedor (suerte que la dueña tenía un don para la cocina) y regresaba a mi cuarto a leer o a hacer cualquier cosa que me mantuviera entretenida.

Kaeya había venido dos veces, pero en ambas lo ignoré. No quería hablar con él ni verlo. De hecho, ni siquiera le respondí desde el otro lado de la puerta. Oía sus pasos alejarse antes de sentir una tristeza inmensa en mi pecho.

Sentada en el borde de la cama, mirando nada en particular, recordé que debía devolver el libro que tomé prestado de la biblioteca. Resoplé antes de levantarme del colchón, coger el libro y salir de la posada.

Después de cuatro días sin ver la calle, la luz del sol casi me hizo daño en los ojos. Aun así, la gente que me reconocía me saludaba, igual que yo a ellos.

Subir las escaleras hasta la biblioteca era difícil con un libro bajo el brazo. Iba incluso más lento de lo habitual y me empezaba a frustrar. A apenas unos escalones de llegar, el libro se me resbaló y cayó por las escaleras. Prácticamente sentí que se reía de mi esfuerzo.

Maldije en voz baja y empecé a bajar los escalones hasta intentar llegar. Por suerte, Aether apareció y tuvo la amabilidad de coger el libro por mí y traérmelo.

—¿Vas a la biblioteca? —inquirió.

—Sí. Tengo que devolver el libro si no quiero que Lisa se enfade —sonreí, tratando de mostrarle mi mejor cara a pesar de la mezcla de emociones confusas que tenía en la cabeza.

—Bien, te acompaño —dijo—. Imagino que no es fácil andar con muletas y llevar el libro a la vez.

—Ay, muchas gracias —suspiré, reemprendiendo la marcha—. Ya tengo práctica con estas cosas —señalé las muletas—, pero aun así...

—Venga, vamos.

Aether llevó el libro mientras yo subía la escalera, ahora algo más rápido. Qué suerte que aquel chico fuera tan considerado y que justamente pasara por allí. Me acompañó hasta la misma puerta de la biblioteca, nos despedimos y se marchó. Me dijo que tenía unos encargos que hacer.

Entré a la biblioteca. Me entristecí un poco al ver que estaba vacía, sin contar a Lisa. Al parecer no había muchos amantes de la lectura en Mondstadt, o al menos ninguno que acudiera a la biblioteca a esa hora.

—Buenos días, cariño —me saludó con una sonrisa—. ¿Qué tal estás? —Estábamos solas, ni siquiera se molestó en hablar en voz baja.

—Hmm... —Me encogí de hombros—. Podría estar mejor, pero bueno.

Se acercó a mí e inició un examen para adivinar lo que me pasaba. Me puso el dorso de la mano en la frente para comprobar mi temperatura y me levantó la barbilla con los dedos.

—Te veo más delgada, cielo. ¿Estás comiendo bien?

—Sí, sí.

—¿Y estas ojeras? —preguntó—. A mí no me tienes que ocultar nada, _____.

—Está bien —suspiré—, te lo contaré, pero sentémonos ahí. —Señalé una mesa próxima—. Necesito desahogarme con alguien...

Nos dirigimos a donde yo había dicho. Me acomodé en la silla antes de empezar a hablar. Tenía la sensación de que iba a salir llorando de aquella conversación.

—Cuéntame —dijo Lisa, mirándome con interés.

—Está siendo más complicado de lo pensaba —suspiré—. Confieso que le pedí a Los Siete que mi estancia aquí no fuera aburrida y que tuviera alguna emoción, pero esto está siendo demasiado, Lisa. —Inconscientemente, empecé a llorar. Al parecer llevaba ya tiempo conteniendo las lágrimas—. Creía que estaba a gusto en Vallerrojo, pero aquí en Mondstadt... Me da miedo admitir que me... me gusta más que mi pueblo...

—Siempre puedes regresar cuando quieras —sonrió, intentando animarme. Me ofreció un pañuelo—. O incluso mudarte si se te antoja. No tienes por qué agobiarte con eso, cariño.

—Pero mis padres, mi hermana, mis amigos... ¿Cómo se lo tomarían a estas alturas? Se supone que debería estar comprometida, según la tradición. ¿Y les voy a saltar con eso?

—Seguro que te entenderán, cariño.

—Y además estáis vosotros... Tú, Aether, Paimon, Amber, Kaeya... —Este último me pesó algo más que los otros. Mencionarlo después de lo que había pasado hizo que sintiera un vacío en el pecho—. A saber cuándo os vuelvo a ver... ¡y si acaso llego a veros de nuevo!

—Confío en que volveremos a encontrarnos. Más tarde o más temprano, pero lo haremos. Mientras tanto, aprovecha el tiempo que puedas pasar con nosotros.

—Y Lisa —añadí, mirándola. Supuse que mis ojos estaban rojos por las lágrimas—, creo que... —Sabía que podía confiar en ella—. Creo que me he enamorado... y me da miedo.

—Pero si eso es fantástico —repuso—. No tengas miedo, solo disfrútalo. —Me dio otro pañuelo, con el que me soné la nariz ruidosamente.

—Nunca antes me había pasado, Lisa... Y ha tenido que ser precisamente aquí en Mondstadt... Tan lejos de mi casa...

—El amor no entiende de esas cosas, cariño. Y es maravilloso que sientas esas mariposas cuando ves a esa persona, cuando estáis juntos, cuando te habla, cuando te mira...

—He dejado de hablarle —confesé.

—¿Y eso por qué? —se sorprendió.

—Porque... bueno, te lo he dicho, me da miedo enamorarme.

—No te pienso dejar ni un libro más hasta que vuelvas a hablarle —bromeó—. Ahora en serio, cariño, creo que deberías disfrutar al máximo de tu estancia en Mondstadt. Cuando llegue el momento de tu partida, pues lloraremos lo que haga falta, pero mientras tanto, quiero que te lo pases en grande.

—Gracias, Lisa —fue todo lo que dije, en un suspiro.

Sabía que la bibliotecaria me decía esas cosas para animarme, aunque también tuve que admitir que tenía parte de razón.

Me quedé hablando con ella y leyendo allí todo el día. La biblioteca era como mi segunda casa. Para cuando salí, el sol estaba a punto de ponerse para dar por finalizado el día, y el cielo empezaba a mostrar los tintes del atardecer. Se me antojó ir a la taberna.

Un mes [Kaeya y Tú] | Genshin ImpactWhere stories live. Discover now