#6

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Se había cumplido por fin mi primera semana en Mondstadt. Estaba algo más familiarizada con la ciudad y ya había personas que me reconocían y me saludaban por la calle. Había quedado con Amber para almorzar en El Buen Cazador y había pasado toda una tarde en la taberna El Obsequio del Ángel con Paimon y Aether (que ese resultó ser el nombre del chico rubio).

Esa mañana, Amber vino a la posada con el médico, para que evaluara el estado de mi tobillo y ver cómo iba progresando.

—Va estupendamente —dijo, muy convencido—. A este ritmo, en tres semanas podrás regresar a casa.

—¿De veras? —pregunté, feliz de oír aquello.

—Sin duda. Si continúas sin forzarlo ni nada, estarás en Vallerrojo en poco tiempo.

Miré a Amber y ambas sonreímos. Sin embargo, sentí una punzada en el pecho al mirarla. Regresar a Vallerrojo suponía tener que despedirme de ella, y habíamos hecho muy buenas migas.

El médico me cambió las vendas del tobillo y comprobó que las muletas seguían en buen estado. Al acabar, se despidió y dijo que lo avisara si necesitaba cualquier cosa.

—Todo va de perlas —sonrió Amber—. Me alegro de que vayas a poder volver a tu casa pronto. Cuando fui a llevar el dinero, había un chico que no dejaba de preguntar por ti —dijo de pronto.

—¿Un chico? Agh, debe de ser Gregory. —Puse los ojos en blanco.

—¿Tu novio? —preguntó Amber con una risita tonta.

—¿Ah? No, no. Es buen chico, pero solo podríamos ser amigos. No para de intentar convencerme de que me comprometa con él, pero es que no me gusta.

—Debería respetar tu decisión —convino Amber.

—Ya, pero al parecer a mis padres les cae bien y a veces también me han insinuado que acepte su propuesta. Pero les entiendo; no es fácil tenerme como hija...

—¡Pero! —exclamó la chica—. ¿Nadie piensa en tus sentimientos o qué?

—El problema es que ya tengo una edad con la que debería estar comprometida, según las tradiciones de Vallerrojo. Pero no me pienso comprometer con alguien a quien no amo, ¿entiendes?

—Por supuesto que lo entiendo —asintió—. Sigues esperando a tu príncipe azul, ¿no?

—No sé si príncipe, y me da igual que sea azul, rojo o verde. Lo que sigo esperando es un hombre que me ame de verdad y que yo lo ame a él.

—Como debe ser —afirmó Amber.

Me alegró oír que la chica me entendía y compartía mi opinión. Había llegado a pensar que por no querer comprometerme con nadie todavía, el problema estaba en mí, cosa que no era así pero que poco a poco se me había metido en la cabeza.

Intercambiamos algunas palabras más antes de que se fuera. Me quedé sentada en la cama, sin mirar nada en particular. Fuera hacía un día estupendo a pesar del frío, así que salí a dar un paseo por Mondstadt. La ciudad era preciosa y seguía sorprendiéndome, pero por desgracia las muletas limitaban mucho mi exploración.

—_____ —me llamó una voz por detrás. Me giré y vi a Kaeya—. ¿Qué tal?

—Ah, bien. El médico ha venido a verme y dice que el tobillo va de maravilla.

—Me alegra oír eso —sonrió.

Durante esa primera semana, además de haber quedado con Amber, Aether y Paimon, también había tenido la oportunidad de conocer más a Kaeya. Habíamos ido a la taberna, comido en El Buen Cazador o simplemente paseado por Mondstadt. Cada vez me sentía más a gusto con él y por algún motivo aquello no me terminaba de agradar. Tal vez temía cogerle demasiado cariño.

—Oye —me dijo—, ahora tengo algunos asuntos que atender, pero por la noche podemos ir a cenar juntos si te apetece. ¿Qué me dices?

Sus propuestas se habían convertido en algo normal para mí.

—Hmm... De acuerdo —asentí.

—Te espero en El Buen Cazador a las ocho —sonrió—. Nos vemos.

Agité la mano en el aire mientras se iba, sintiendo una calidez en el pecho. Era amable, encantador, coqueto y atento conmigo. Lo cierto era que en tan poco tiempo solo se me ocurrían adjetivos positivos para describirlo. Me sorprendí a mí misma pensando eso. ¿Qué demonios me pasaba? Seguí paseando para despejarme.

"Mondstadt está muy bien, pero quiero volver a Vallerrojo", pensé mientras caminaba con las muletas. "Porque quiero volver a Vallerrojo, ¿no?". Levanté la vista y vi los molinos, la catedral, la estatua de Barbatos y los tejados de las casas de la ciudad. "¿No?".

Solamente había pasado allí una semana. ¿Qué clase de ideas eran aquellas? Mondstadt me gustaba pero... ¿tanto? Había hecho amigos y la gente me trataba muy bien. A nadie le importaba que todavía no estuviera comprometida ni nada de eso. Aun así, mi casa estaba en Vallerrojo, donde estaban mis padres y mis amigos y amigas de la infancia. ¿Cómo era posible que me estuviera planteando aquello a esas alturas? Negué con la cabeza, esperando disolver así las ideas, pero no fui capaz y me entró dolor de cabeza.

Me fui a la posada y permanecí allí todo el día, hasta la hora que había acordado para ir a cenar con Kaeya. La hostelera había lavado mis vestidos y me puse el celeste. Me cepillé el pelo con cuidado, temiendo despertar de nuevo el dolor de cabeza.

Al salir, me di cuenta de que Mondstadt se veía incluso más majestuosa por la noche. La luz de la luna bañaba los tejados de las casas y las calles parecían mágicas. Aquella imagen no me ayudó en nada para aclarar mis ideas.

Encontré a Kaeya sentado en una mesa de El Buen Cazador. Se miraba las manos, aburrido, esperando a que yo llegara. Al verlo, me apresuré un poco. Si algo bueno iba a sacar de las muletas, era que tendría unos brazos más fuertes que los de mi padre.

—Hola —saludé, exhausta—. Siento llegar tarde.

—No llegas tarde —sonrió—. Yo he llegado antes de tiempo.

Retiré la silla mientras apoyaba todo el peso en el pie bueno y la muleta derecha. Me senté por fin y mis brazos pudieron dar un respiro. Jamás pensé que diría que tenía los brazos cansados de andar.

—No sé si es por la luna o por el vestido, pero estás muy guapa —dijo después de darle un sorbo a lo que hubiera en su vaso, con un actitud coqueta.

—Para, que me sonrojo —bromeé con sorna, mirando el menú. Sin embargo, no sabía hasta que punto era broma. Kaeya se rio.

—Esa es la intención después de todo —repuso sonriente. Dio otro sorbo a su bebida—. Me gusta tu personalidad, _____ —añadió, casi con desinterés.

Eso último sí que me lo tomé más como un halago y a punto estuve de sonrojarme de verdad. Kaeya me confundía mucho, pero de alguna forma era una confusión que me gustaba. Quería huir de esos sentimientos, pero a la vez abrazarlos. Era como un paisaje nevado: no quería estropear la estampa con mis huellas sobre la nieve, pero al mismo tiempo quería hundir mis piernas hasta las rodillas y dejar que el frío me calara hasta los huesos. Me concentré en mi menú, apartando esas ideas de mi cabeza.

Una chica vino a tomarnos la comanda. Mientras esperábamos la comida, estuvimos conversando de diversos temas. Era bastante agradable hablar con Kaeya, de cualquier cosa además. Cuando llegaron nuestros platos, seguimos hablando, menos, pero seguimos.

Un mes [Kaeya y Tú] | Genshin ImpactDonde viven las historias. Descúbrelo ahora