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Mis piernas ya no daban para más. No sabía cuánto tiempo llevaba huyendo de aquel grupo de Hilichurls que me perseguía sin bajar el ritmo. Estaba exhausta, fatigada, cansada. Aun así seguí corriendo, pues como cualquier ser vivo mi propia vida era mi prioridad en ese momento.

Había abandonado mi pueblo, Vallerrojo, llamado así por los campos de amapolas que lo rodeaban, para llegar hasta Aguaclara, donde nuestras preciosas amapolas eran compradas a muy buen precio. Después de vender las flores, me distraje siguiendo una bella mariposa y justo después oí unos gruñidos detrás de mí y eché a correr de los Hilichurls furiosos.

Divisé entre jadeos unos edificios a lo lejos y comencé a pedir auxilio mientras cruzaba el puente de piedra que se extendía hasta la ciudad. Había un par de guardias vigilando la entrada y, al verme, comenzaron a atacar al grupo de monstruos que no me daba tregua.

Seguí corriendo dejando que los hombres se encargaran de los Hilichurls, pero la mala suerte parecía perseguirme, pues sentí un pinchazo en el tobillo y seguidamente caí al suelo. Expulsé el aire entre dientes y jadeos e intenté ponerme de pie de nuevo. Sin embargo, una oleada de dolor procedente de mi tobillo me lo impidió.

Estaba a tan solo unos metros de la entrada a la ciudad, de la muralla que la rodeaba. Delante de mí apareció una chica joven con un arco y disparó a los Hilichurls, echándole una mano a los guardias. Me quedé embobada ante su valentía y habilidad, pues, a diferencia de mí, no huyó como una cobarde de las criaturas esas. A veces deseaba ser capaz de cruzar mis límites, pero yo misma me reprimía.

Me arrastré hacia ella ya que me hacía sentirme a salvo. A los guardias y a ella no les costó deshacerse de los monstruos y en cuanto acabaron, ella me miró. Me tomó de las manos y me ayudó a ponerme de pie. Evité en todo momento apoyar el tobillo dolorido y la chica se dio cuenta.

—No tiene buena pinta —dijo con una expresión que no me daba esperanzas—. Vayamos a que te lo vea un médico.

—Yo... —repliqué—. Tengo que...

—No, nada —me interrumpió—. Hay que mirarte ese tobillo.

La cosa se me había complicado. Primero los Hilichurls y ahora, mi tobillo. Esperaba que no fuera nada grave, pues tenía que volver a Vallerrojo para devolver el dinero que había obtenido a cambio de las amapolas, que eran nuestro principal producto de exportación. El invierno ya había empezado y las nuevas amapolas no florecerían hasta bien entrada la primavera. El dinero que yo había ganado era muy valioso para mi familia.

La chica, de pelo marrón y ojos dorados, me ayudó a caminar, dejando que me apoyara en ella a pesar de ser ligeramente más baja que yo. No perdí mi oportunidad y observé maravillada el lugar donde estábamos. Vallerrojo era un pueblo bonito y florido, pero aquella ciudad hacía que se viera como una aldea primitiva.

—¿Dónde estamos? —le pregunté.

—Mondstadt —respondió sonriente.

Había oído hablar de Mondstadt, pero nunca me la hubiera imaginado tan impresionante. Tenía un ambiente acogedor y agradable y los enormes molinos que movían sus aspas al viento me hicieron sentir pequeña, algo que nunca me había ocurrido en Vallerrojo. Además, un extraño olor dulce inundaba la calle y me recordaba al... ¿vino?

Nos detuvimos delante de un edificio no muy grande, pero que igualmente conservaba la esencia de la ciudad. La chica que me acompañaba intercambió algunas palabras con la mujer que había allí y seguidamente me llevó dentro del edificio. Avanzamos por un pequeño pasillo y abrió una puerta con la llave que le había dado la misma mujer. Entendí entonces que se trataba de una especie de hostal o posada.

—Enseguida vendrá el médico —dijo la chica dándome la llave—. No sé mucho del tema, pero no pinta muy bien...

—¿Qué quieres decir? —inquirí—. Oh, disculpa mis modales —rectifiqué—. Gracias por... todo prácticamente. —Caí en la cuenta de que, embobada con Mondstadt, no le había dado las gracias aún a la chica.

—No tienes que darlas. Es mi deber como Caballera de Favonius. —Sonrió—. Bueno, voy a por el médico. No te muevas de aquí.

—Tampoco es que pueda —murmuré cuando se fue.

La habitación era pequeña. Tenía una cama, donde yo estaba sentada, una mesita de noche, un armario no muy grande, una cómoda, un reloj de pared y una ventana cuadrada que me dejaba ver la calle y permitía que la luz del sol entrara a la estancia.

Me miré entonces el tobillo, que se había hinchado y me seguía doliendo. Yo tampoco sabía mucho acerca del tema, pero no tenía buenas sensaciones. Deseaba con todas mis fuerzas que tan solo fuera algo sin importancia y que pudiera regresar pronto a Vallerrojo con el dinero.

Minutos después, la chica y un hombre de avanzada edad estuvieron de vuelta. Yo no había cerrado la puerta porque no me había movido de la cama, pero la golpearon con el puño educadamente antes de pasar.

—Vaya —murmuró el médico al ver mi tobillo—. Tiene toda la pinta de que se trata de un esguince, muchacha.

—¿Está seguro, doctor? —preguntó la chica, anticipándose a mí.

—Mis treinta y seis años de experiencia te lo aseguran, joven Amber. Se trata con certeza de un esguince.

—Pero... —dije—. Pero necesito volver a mi pueblo. Necesitan el dinero que tengo del comercio.

—¿Cuánto tiempo tardará en recuperarse? —inquirió Amber, que parecía preocupada por mí.

El doctor sopesó unos momentos, observando mi tobillo, dejando que la experiencia le hablase.

—Al menos un mes —respondió al fin. Se me heló la sangre—. Quizá más, quizá menos, pero alrededor de un mes con certeza.

—¿Y puedo regresar a mi pueblo?—pregunté agobiada—. Vivo en Vallerrojo.

—¿Vallerrojo? —preguntó el hombre—. Está muy lejos de aquí, chica. Ni con muletas sería seguro que volvieras. Hay montañas, valles y terrenos muy complicados hasta llegar. No —negó—, tendrás que esperar a que tu tobillo se haya recuperado.

—Vaya —suspiró Amber, mirándome apenada, compasiva.

El doctor me vendó con cuidado el pie y me dejó un par de muletas axilares. Dijo que podía aprovechar para visitar la ciudad, que en un mes podía llegar a conocer Mondstadt a la perfección y que haciendo turismo se me pasaría el tiempo volando, pero que evitara en todo momento apoyar el pie o forzarlo. Justo después, se despidió y nos dejó solas a Amber y a mí.

—Mi familia necesita el dinero —susurré, al borde del llanto. Los acontecimientos se habían vuelto contra mí de una forma que me parecía exagerada.

—Por eso no te preocupes —sonrió—. Podemos hacer que el dinero llegue a tu familia, pero tu prioridad ahora mismo es recuperarte, ¿de acuerdo? Además —añadió—, no te preocupes por pagarle a la hostelera, los Caballeros de Favonius cubriremos los gastos. Después de todo, no es culpa tuya haberte quedado "atrapada" en Mondstadt. —Sonrió.

No tenía ni idea quiénes eran esos Caballeros de Favonius que había mencionado por segunda vez, pero la verdad era que me importaba lo más mínimo. Sabiendo que el dinero llegaría a mi familia y que no tendría problemas sobre el pago con la dueña del hostal, me bastaba, al menos, por el momento.

Un mes [Kaeya y Tú] | Genshin ImpactWhere stories live. Discover now