Capítulo 41 La vida continua créditos del dibujo a Rumijuri

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Así pasaron los años, la vida siguió adelante cambiante pero con sorpresas agradables. Albert continuó como cabeza de los Ardley trabajando y viajando continuamente, Archie fue haciéndose el segundo al mando con ayuda de Georges, sus negocios siguieron ampliándose y diversificándose, siendo por lo mismo que se lograron mantener a flote durante la crisis de 1929 en que 16 millones de estadounidenses perdieron su trabajo y hubo una gran pobreza en todo el mundo, si bien es cierto los Ardley no quebraron ni mucho menos, si fueron afectados porque tenían negocios con otros socios que trataron de apoyar, pero que sin embrago perdieron todo, muchas personas ricas se hicieron pobres de la noche a la mañana , hubo muchos suicidios y la gente la pasó realmente mal. Fue en esa época en que decidieron vender la mansión del Lakewood, porque ya no era usada, y porque traía a la tía Elroy tristes recuerdos de la corta vida Anthony de Stear y de las bodas que para nada fueron de su agrado. El escándalo de la falsa boda de Candy que no se realizó en la iglesia que ella creía, sino en la pequeña capilla de esa mansión y que para ella constituyó una burla. Elroy llegó a odiar aquella mansión, tal como despreciaba a las mujeres hospicianas que formaban parte de su familia y que nunca fueron de su agrado. La mansión cayó en desgracia y resultaba caro mantenerla en medio de una crisis. Sólo se respetó el cementerio, esas tierras no fueron incluidas en la venta de la propiedad puesto que alli reposaban los restos de Rosmery, Anthony y la tumba vacía de Alistair, ya que su cuerpo jamás fue encontrado y por último generaba gastos innecesarios. Los retratos de los miembros de la familia fueron trasladados a la mansión de Chicago y todo lo demás se vendió o se regaló, felizmente los empleados ya habían sido ubicados en los hoteles de los Lagan o en otros empleos.

Albert viajaba mucho al Brasil y se comunicaba con los Granchester por Carta o de vez en cuando por teléfono, Candy prefería escribir.

Los Cronwell tenían una vida muy sociable, Annie cuidaba de sus hijos, para 1929 tenía dos varones, el primero se llamaba Alistair y el segundo se llamaba como su padre, para no perder la costumbre. Annie , Candy y Patty siempre se carteaban.

Para 1928 Candy daba a luz a su segundo bebe, esta vez fue mujer, una hermosa pequeña a la cual le pusieron por nombre Rosemary, en honor a la hermana de Albert, era rubia con unos enormes ojos verdes, muy parecida a su madre, Albert se emocionó mucho al conocerla y decidió ser su padrino, la madrina fue la dulce Patty, aquello aumentó la alegría en el hogar.

Candy era feliz, como no hubiese imaginado, tenía la costumbre de observar la puesta de sol y meditar sobre las vueltas que había dado la vida, el destino había sido caprichoso para llevarla hasta donde se encontraba ahora ,había perdido grandes amigos muy importantes en su vida pero también había ganado, estaba casada con un hombre maravilloso, guapísimo, inteligente y noble, que la adoraba, tenía dos hijos preciosos con el hombre que amaba, los padres de Terry siempre estaban cerca para brindarles apoyo, eran unos abuelos cariñosos que le brindaban afecto y consideración, en fin tenía una hermosa familia. Con respecto a las cosas materiales, nunca le habían importado mucho, pero podía decir que tenía una casa a su gusto, adornada a su antojo y que era la propietaria del jardín más bonito, donde cada primavera renacían los narcisos amarillos, que le traían pensamientos dulces y las rosas brotaban rojas señalando la pequeña tumba de Clint y recordándole con su belleza la etapa de su niñez en Lakewood. En esas tardes tranquilas, mientras los niños tomaban la siesta, ella se encargaba de cuidar de su jardín, a veces Terry le daba el alcance, cuando llegaba temprano o no había función, miraban juntos y abrazados el atardecer.

Terry le había regalado un precioso cofre que su padre le entregó, era fino y delicado, propio solamente de las familias nobles. A Candy le pareció ostentoso, pero su amor le insistió que lo aceptará, diciéndole que era una tradición familiar que la esposa del primogénito y madre de otro primogénito varón lo tuviera, y que hiciera lo que quisiera con él. A ella no se le ocurrió mejor cosa que poner sus papeles y recuerdos importantes, cartas que le hacían recordar su vida, sus alegrías, pero que también sin querer le traían tristezas. Todos los recortes de los periódicos que hablaban de Terry en aquellos momentos en que estuvieron separados y ambos sufrieron aquella separación de diferente manera. Su foto, aquel retrato, recorte de periódico que la acompañó a todas partes, era como un amuleto, ¡que hermoso se veía! Aún con los años que tenía, seguía siéndolo y aún más, con más cuerpo, más talla, más peso, más todo:

Recuerdos y esperanzasWhere stories live. Discover now