32. Nos teníamos muchas ganas

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Samantha estaba a nada de tirar por la ventana a su compañera de piso. Y no eran ni las cinco de la tarde, y aún quedaba un largo día por delante, pero Eva estaba insoportable. Tremendamente insufrible. Y nerviosa, como un flan... pero ella, en aquel momento, ya tenía la paciencia por los suelos y temía, que por su falta de filtro, le soltara alguna fresca que no mereciera.

Desde el desayuno, había estado histérica, sin saber qué cocinar para esa noche, —algo que a Samantha le resultaba irrisorio, ¿pedían y listo?—, sin saber, sí Rafa les iba a caer bien ,—algo que a ella también le preocupada un poco—, si tendrían buena conversación, si la cena sería un muermo.
Y ahí fue cuando Samantha comenzó a perder un poco la paciencia y le preguntó, que por qué había orquestado todo aquello, si ahora iba a estar amargada. Su amiga boqueó, y salió de allí para darse una ducha. Y ella se olvidó de aquello, hasta que a la hora de la comida, volvió a encontrarse el mismo panorama, aunque más insoportable, si cabe, y Eva continuó la cantinela.

Era una situación cuánto menos graciosa, pero desesperante a la par. Le generaba mucha ternura, y quizás no estaba empatizando mucho con ella, y no recordaba que tan solo tenía 23 añitos, y que esas inseguridades eran típicas. Pero pese a que sus labores culinarias se limitaban a freír un huevo—, aunque se le acabara rompiendo—, y a precalentar platos ya hechos, y las de Eva no eran mucho mejores, la ayudó. Y estuvieron largo rato, preparado y cocinando la cena, que al menos daba el pego y tan mal aspecto no tenía.

También había estado compartiendo mensajes con Flavio durante todo el día, y el chico sabía perfectamente lo estresada que estaba. Le había mandado la ubicación de manera burlona, como si no se conociera a esas alturas la dirección de su piso, y acordaron verse sobre las 7 y media. Pero tampoco contaba con que terminarían de preparar la cena a las 6 y media y, a esas alturas, ya iba con el tiempo justo.
Preparó la ropa, que tenía pensado ponerse esa noche, optando por un top marroncito de punto con la mitad del hombro descubierto y cogió un vaquero oscurito para completar el look y que fuera más desenfadado, sin ser demasiado arreglado.

Cuando se metió en la ducha ya eran las siete pasadas, y temió que llegara Flavio en cualquier momento y no estuviera lista... Aunque... si tenía que esperar que lo hiciera.

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Flavio había pasado gran parte del día fuera de casa con Valeria. Su hija había tenido un sueño bastante intranquilo y él había dormido fatal, ya que tuvo que quedarse a dormir con ella, porque ante el más mínimo movimiento, se volvía a despertar y comenzaba a llorar. Eso ocurría pocas veces, y no podía quejarse, porque en general, Valeria había sido desde pequeña, una niña muy buena. Pero las pesadillas, como a cualquier otro niño de su edad, eran típicas, y no sabía qué podía hacer para que desaparecieran.

A las 7 y media se despertó con toda la pereza del mundo, pero ya no le merecía la pena meterse en su cuarto y dormir más, así de paso, aprovechaba el día.
Y cuando Valeria se despertó poco rato después, aprovechando que hacía un día bastante bueno, y que no tenía compromisos de trabajo esa mañana, decidieron ir a un parque cercano y pasar allí un rato. Luego comieron en casa de Lola, y Carolina se presentó en su casa a eso de las seis. Él le había dicho que hasta las siete no la necesitaba, pero su amiga estaba ya aburrida y se plantó allí antes de tiempo.

Así que, él se duchó y vistió rápidamente y para las siete ya estaba saliendo hacia el piso de Sam. Le había enviado varios mensajes informándole que llegaría antes de tiempo, por si acaso...

Carolina antes de irse le había dicho de manera burlona que no se preocupara por la hora de llegada, que entendía que llegara tarde, que ella era noctámbula, y que en el caso de tener que dormir allí, se agenciaba de su cama y todo arreglado.

𝑹𝒐𝒕𝒂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora