El carruaje se detuvo y Peeta salió. Intercambió algunas palabras con el cochero y después, volvió hasta la puerta de Katniss y le ofreció la mano para ayudarla a bajar.
—¿Tiene tu aprobación? —le preguntó, señalando la posada.
Katniss no sabía cómo iba a aprobarla si no la veía por dentro pero, en cualquier caso, dijo que sí. Peeta la llevó hasta dentro y la dejó junto a la puerta mientras él fue a hablar con el dueño.
Katniss se quedó mirando los que iban venían. Primero pasó un matrimonio joven, que parecía de la pequeña nobleza. También había una madre  con sus cuatro hijos; Peeta estaba discutiendo con el dueño de la posada y... ¿Peeta estaba discutiendo con el dueño de la posada? Estiró el cuello. Los dos hablaban en voz baja pero estaba claro que Peeta estaba enfadado.
Katniss frunció el ceño. Aquello no pintaba bien. ¿Debería intervenir?
Con pasos determinados, se acercó a su marido.
—¿Hay algún problema? —preguntó.
Peeta la miró brevemente, hizo una mueca y se volvió a girar hacia el dueño.
Katniss frunció el ceño. No le gustaba que la ignoraran.
—¿Peeta? —dijo, dándole unos golpecitos en la espalda—. ¿Peeta?
Él se giró, lentamente, y la miró con cara de pocos amigos.
Katniss volvió a sonreír, todo inocencia.
—¿Cuál es el problema?
El dueño levantó las manos pidiendo perdón y habló antes de que Peeta pudiera dar ninguna explicación.
—Solo me queda una habitación libre —dijo, en tono suplicante—. No sabía que el duque iba a honrarnos con su presencia. Si lo hubiera sabido, no le habría dado la habitación a la señora Weatherby y sus hijos. Le aseguro que los habría mandado a otra pensión.
La última frase fue acompañada de un despectivo gesto con las manos que a
Daphne no le gustó nada.
—¿La señora Weatherby es la que acaba de entrar con cuatro niños?
El dueño asintió.
—Si no fuera por los niños...
Daphne lo interrumpió porque no quería oír el resto de una frase que, indudablemente, implicaba echar a la calle a una mujer sola en plena noche.
—No veo ninguna razón por la que no podamos arreglarnos con una habitación. Tampoco somos tan importantes.
A su lado, Peeta apretó la mandíbula hasta que Daphne le oyó rechinar los dientes.
¿Quería habitaciones separadas? La sola idea valía para que una recién casada se sintiera suficientemente despreciada.
El dueño miró a Peeta y esperó su aprobación. Peeta asintió y el dueño juntó las manos encantado. Cogió la llave y salió de detrás del mostrador.
—Si hacen el favor de seguirme...
Llegaron a una habitación amplia, muy bien amueblada y con vistas al pueblo.
—Bueno —dijo Katniss, cuando el dueño se fue—. A mí me parece perfecta.
La respuesta de Peeta fue un gruñido.
—¡Qué elocuente! —murmuró Katniss, y después desapareció detrás del biombo.
—¿Katniss? —dijo Peeta, con voz ahogada—. ¿Te estás cambiando de ropa?
Ella asomó la cabeza.
—No. Sólo estaba echando un vistazo.
Peeta sintió los latidos del corazón fuerte como tambores.
—Mejor —dijo—. Tendremos que bajar a cenar temprano.
—Claro —dijo ella, sonriendo—. ¿Tienes hambre?
—Si.
La sonrisa de Katniss vaciló un poco ante esa cortante respuesta. Peeta se recriminó su actitud en silencio. Que estuviera enfadado consigo mismo no quería decir que tuviera que pagarlo con ella.
—¿Y tú? —preguntó, más suave.
—Un poco —dijo. Tragó saliva, muy nerviosa—. Aunque no sé si podré comer algo.
—La última vez que vine la comida era excelente. Te asegu...
—No me preocupa la comida —lo interrumpió—, sino mis nervios.
Peeta la miró sin entender nada.
—Peeta —dijo ella, intentando esconder su impaciencia—, nos hemos casado hoy.
Por fin todo tuvo sentido.
—Katniss —dijo él, amablemente—. No tienes que preocuparte.
Katniss parpadeó.
—¿No?
Peeta respiró hondo. Ser un marido amable y cuidadoso no era tan fácil como parecía.
—No consumaremos nuestro matrimonio hasta que lleguemos a Clyvedon.
—¿No?
Peeta abrió los ojos, sorprendido. ¿Eran imaginaciones suyas o Katniss parecía decepcionada?
—No voy a acostarme contigo en una posada de carretera —dijo—. Te respeto más que eso.
—¿No?
Peeta contuvo la respiración. Estaba decepcionada.
—Mmm, no.
Ella se inclinó.
—¿Y por qué no?
Peeta la miró unos instantes, se sentó en la cama y la miró. Ella lo miraba con los ojos grises como platos, unos ojos llenos de ternura, curiosidad y algo de duda. Se pasó la lengua por los labios, seguramente por los nervios, pero el frustrado cuerpo de Peeta reaccionó al seductor movimiento con una rigidez inmediata.
Ella sonrió, vergonzosa, y sin mirarlo a los ojos, dijo:
—No me importaría.
Peeta se quedó helado y su cuerpo le gritó: «¡Cógela! ¡Llévatela a la cama! ¡Haz algo, pero ponla debajo de ti!».
Y entonces, justo cuando la urgencia empezaba a ganarle terreno al honor, ella pegó un grito, se puso de pie, se tapó la boca con la mano.
Peeta, que justo había alargado un brazo y se había inclinado para abrazarla, cayó de cara encima de la cama.
—¿Katniss? —Con la boca pegada al colchón.
—Debería haberlo sabido —dijo ella, lloriqueando—. Lo siento mucho.
¿Lo sentía? Peeta se sentó derecho. ¿Estaba lloriqueando? ¿Qué estaba pasando?
Ella se giró y lo miró con ojos temblorosos. Peeta no tenía ni idea de qué le pasaba a Katniss.
—Katniss —dijo, con dulzura—, ¿qué te pasa?
Ella se sentó a su lado y le acarició la mejilla.
—Soy tan insensible —susurró—. Debería haberlo sabido. No tendría que haber dicho nada.
—¿Qué deberías haber sabido? —dijo él.
Katniss apartó la mano.
—Que no puedes... Que no podrías...
—¿Qué no puedo qué?
Ella bajó la mirada y la fijó en las manos que tenía encima de las rodillas.
—Que no puedes consumar el matrimonio —susurró ella.
Fue un milagro que la erección de Peeta no se derrumbara en ese mismo momento. Honestamente, no sabía ni cómo se las había arreglado para decir:
—¿P-perdón?
—Igualmente seré una buena esposa. No se lo diré a nadie, te lo juro.
¿Katniss creía que era impotente?
—¿Por-por-por qué? —¿Otro tartamudeo?
—Ya sé que los hombres sois muy sensibles con ese tema —dijo ella, despacio.
—¡Sobre todo cuando no es verdad! —exclamó él.
Katniss levantó la cabeza.
—¿No lo es?
Peeta entrecerró los ojos.
—¿Te lo dijo tu hermano?
-¡No!-Ella apartó la mirada de su cara-.Mi madre.
-¿Tu madre? -Peeta se quedó boquiabierto. Seguro que ningún hombre había tenido que soportar aquello en su noche de bodas-. ¿Tu madre te dijo que era impotente?
-No, no ...Bueno no con esas mismas palabras.
-¿Y qué fue lo que dijo, exactamente?
-Bueno, no demasiado. En realidad, fue muy raro, pero me dijo que el acto matrimonial... de alguna manera estaba relacionado con la procreación y...
-¿De alguna manera ? -interrumpió Peeta.
-Bueno, sí. -Katniss frunció el ceño-. La verdad es que no me dio demasiados detalles.
-Ya lo veo.
-Hizo lo que pudo -elijo Katniss en defensa de su madre.- Para ella fue muy difícil.
-Cualquiera diría que, después de ocho hijos, ya lo tendría más que superado.
-No creo. Además, cuando le pregunté si había participado en ese... acto, le pregunté si eso quería decir que ella había participado ocho veces y se puso muy colorada y...
-¿Le preguntase eso? -estalló a carcajadas Peeta, sin poder reprimirse.
-Sí. -Katniss entrecerró los ojos -. ¿Te estás riendo?
-No -elijo él, entrecortadamente. Katniss hizo una mueca.
-Pues parece que te estés riendo.
Peeta agitó la cabeza.
-Está bien -continuó Katniss, claramente contrariada-. A mí me pareció que la pregunta tenía sentido, porque tiene ocho hijos.
Él se inclinó y la tomó de las manos.
-Katniss -dijo, suavemente, masajeándole los dedos-, ¿tienes alguna idea de lo que pasa entre un hombre y una mujer?"
-No -dijo sinceramente.- Creía que iba a saberlo anoche cuando mi madre me dijo que...
-No digas nada más -dijo él, con una voz muy extraña-. Ni una palabra más. No lo soportaría.
-Pero...
Peeta hundió la cara entre las manos y, por un momento, Katniss creyó que estaba llorando. Sin embargo, mientras ella estaba allí sentada castigándose a sí misma por haber hecho llorar a su marido, se dio cuenta de que se estaba riendo. El muy desconsiderado.
-¿Te estás riendo de mí?
Peeta agitó la cabeza, sin levantarla.
-Entonces, ¿de qué te ríes?
-Oh, Katniss. Tienes tanto que aprender.
-Nunca dije lo contrario –gruñó ella.- Si la gente no se preocupara tanto por mantener a las jóvenes tan ignorantes, se evitarían escenas como ésta.
Él se inclinó y la miró profunda mente.
-Puedo enseñarte -susurró.
A Katniss le dio un vuelco el estómago.
Sin apartar la mirada de sus ojos, Peeta le cogió una mano y se la acercó a los labios.
-Te aseguro -dijo, recorriéndole un dedo con la lengua-, que soy perfectamente capaz de satisfacerte en la cama.
De repente, a Katniss le costaba respirar. ¿Y desde cuándo hacía tanto calor en esa habitación?
—No-no sé muy bien lo que quieres decir.
Él la atrajo contra su cuerpo.
—Ya lo sabrás.

La Obsesión Del DuqueWhere stories live. Discover now