Pasaron unos minutos cuando el castillo comenzó a asomarse entre las colinas verdosas, y olvidé completamente mi mal humor.

Era simplemente fascinante.

Château de lumière (castillo de Luz)

El sol lo hacía tener un resplandor casi mágico en todas las ventanas y torres. Se veía tan imponente, debe ser el castillo mas grande que hay en Francia.

—Bueno, chicos. Para esto nacieron, hacer los mejores pasteles para la familia real es su propósito en la vida en este momento—Alentó Zoeh cuando el autobús se detuvo, visuálice por la ventana mas buses estacionados en lo que parecia ser la zona de servicio o estacionamiento.

¿Familia real? ¿Con qué título?

Bajé con mi mochila colgando en mi hombro derecho y me adelanté mientras que bajaban lo demás, solo fueron unos pasos lejos del autobús para admirar la entrada trasera de este gigantesco castillo.

Sus ladrillos eran de piedra, con un poco de moho y enredaderas con unas flores rojizas y pequeñitas que le daban el toque de cuento de hada.

Siempre quise vivir en un castillo como este.

—¡Didi, no te pago por mirar!—Grita Zoeh a mis espaldas.

Una mujer muy amable se nos acercó y nos guió a la cocina. Era por mucho la cocina más grande que he visto y veré seguramente, es muy espaciosa, con estufas y hornos a montones, dos refrigeradores enormes que parecían nuevos y solo para nuestro uso.

Zoeh no esperó un segundo para asignarnos nuestras tareas. Y nos pusimos a trabajar como locos. No se cuanto bizcocho y masa de galleta hice o con cuantas flores de glaseado decoré los muffins.

Cinco horas de locura, pero logramos tener bandejas y bandejas con nuestros mejores pasteles enfriándose y listos para servir.

María llegó a mi lado resoplando de cansancio, pero sabía por el brillo en sus ojos que tenía un chisme recién salido del horno.

—Oí que Sergio y Sofía terminaron—Parlotea en mi oído.

Rápidamente busqué a ambos con la mirada, los dos estaban en los extremos de la cocina, lejos e ignorándose.

—Por eso han estado tan distantes —observé.

—Según lo que me dijo un pajarito, Sofía le puso el cuerno con el de los merengues —Ríe.

—¿Mauro? —Le pregunté sorprendida, ella asiente.

Detuvimos el chisme cuando entró la mujer de hace un rato, que según recuerdo su nombre era Daisy, la palidez reinaba en su rostro. Le explicó a Zoeh lo que pasaba, y ella comenzó a nombrar a todos menos a mí para que fueran a ayudar a Daisy porque no llegaban los camareros que había pedido.

Sabía muy bien porque no me eligió, soy demasiado torpe con eso de llevar bandejas y servir bebidas, se lo demostré en la fiesta de cumpleaños de su hijo, su molesto hijo.

Yo me quedé en la cocina, viendo como entraban y salían con las bandejas. Escuché las risas y como chocaban copas cada que abrían las puertas, era una fiesta de ricos, sin mucha música y bailes movidos, pero sonaba divertido.

Mientras que yo me hundía en el espiral del aburrimiento, comencé a girar en el banquillo de la isla para entretenerme un poco. Antes de que pudiera dar mi segunda vuelta, una corta pero muy fuerte brisa me hizo perder el equilibrio y me sostuve de la isla para no caer.

De pronto una mujer morena estaba al otro lado de la misma, prácticamente saliendo de la nada; lo que llamó mi atención al instante fue su sonrisa engreída, una sonrisa que expresaba satisfacción al verme. Y esos ojos, un verde escarlata recorrió la zona de mi cuello y clavícula de una forma que me causo escalofrios.

Black Onyx [1]Where stories live. Discover now