Pluma de agua y fuego

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La luz producía la región oscura.Se movía ciego por el resplandor de los adornos. Era un ladrón entre lassombras de la catedral, un inmundo roedor rastreando las jicoteras del recinto.El olor trufado se desprendía por los pasillos, la madera de las bancas reciénlustradas se le quedaba en las fosas nasales y el estornudo atrapado le hacíaninsostenible cualquier estancia. Las miradas sobresalientes de las paredes lo incomodaban.En medio de la angustia escuchó una voz proveniente de los sótanos. El corazónse le redujo, semejante a un animalillo que busca un escondrijo: su cuerpoquieto; sus entrañas revoloteaban. Los martillazos tras su espalda seconfundían con la percusión del fondo... 

El canto de los muertos, el lenguaje de jade resistiendo y los golpes que me llamaban: las gesticulaciones sagradas. El llanto lastimero de mis antepasados ascendía en espiral por la tierra del Mictlan, envolviéndome. La música del caracol rojo...

El ruido externo de los trabajos sobre la fachada de la catedral lo apuraban a salir, los destellos de la ornamentación, por el contrario, lo hicieron tropezar. A traspiés pasó entre las bancas, uno de los confesionarios se abrió, esquivó la puerta y salió asustado.

El sol lo cegó, continuó huyendo en medio de una gran nube de polvo alzada por los cinceles, todavía atrapado por las imágenes de los demonios, vagó indeciso, alejándose de aquella montaña hecha de cantera gris. Llegó a la Plaza del Volador, donde una mujer negra de mediana edad lo vigilaba. Aquella mujer de cuerpo férreo y andar decidido sostenía una canasta en su brazo, velando los pasos del indio. Él giro para dar de bruces con su presencia.

La mujer con la enagua atravesada en la cabeza lo examinó por un momento, luego comenzó a caminar; la saya de seda y la camisola adornada de collares y pulseras le daban un donaire entre la multitud de sirvientes que a esa hora coincidían. El macehual siguió a la esclava con el temor en los pies y los ojos pegados al suelo, recogiendo cuánto ella le aireaba. No se volvió a separar.

*

Entró presuroso por las puertas del Palacio de los Condes, dejó los productos en el almacén y terminó sus faenas, listo para aprender el pater noster. La misma mujer de la plaza le juntó las manos en un aplauso que resonó en los altos muros, lo que él no quiso decir, ni ella jamás supo, es que él conocía el rezo. Terco, como las piedras del río, como la Palabra de sus Antiguos Señores, se negaba la voz, a pronunciar correctamente, a mudarse de casa, en una frase: "a tener fe", por ello, lo decía todo chueco, mal acentuado y con letras de más o de menos. Las risas poco disimuladas de sus vecinos eran confrontadas con el manotazo de algún señor de la casa.

En la noche, la estrella de los sueños lo llevó a esconderse al bosque, detrás de los árboles, a sentarse sobre la maleza y disuadir a la luna negra para que lo alejara de su opresión. Ahí se quedó durante un largo tiempo, oliendo el rocío de las plantas, cuando el frío lo despertó.

Quince inviernos conformaban la vida. A pesar de los años, podía recordar los rostros de sus muertos. La epidemia del fuego en el cuerpo había acabado con el poblado; los hombres de castilla, con su pueblo. Sus padres fueron los primeros, luego sus hermanos menores. El abuelo fue el último. Sucedió antes de que lo presentaran ante el gran fuego, antes de la renovación del pilquixtia, en la veintena en la que le darían el pulque, la bebida sagrada, y embriagarse para su consagración. El abuelo le extendió la mano en su lecho, ofreciéndole un collar de caracolillos. De esta manera escapó de la hora de la oscuridad. Comenzó a caminar con el pueblo en busca de nuevas tierras. Eran un grupo pequeño que se resistía a morir. "Ojalá no se hubieran resistido", gimió para sus adentros. Los hombres blancos pronto los cazaron; los bosques no los protegieron lo suficiente. Él pudo guardar su collar en el maxtlatl, luego le quitaron todo. Los desmembraron, a cada uno lo dieron a diferentes señores. A él lo ofrecieron a los amos de la ciudad. Así se acabó el pueblo.

Tiempos invisiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora