✓ Capítulo 10

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Alguna vez corrí en un maratón, recuerdo que casi me desmayaba, tenía dieciséis y una lamentable condición atlética que daba vergüenza. Corrí como si el mismo Diablo me persiguiera para llegar a la meta, me rendí al dar una vuelta por un parque, todos iban corriendo tranquilamente o trotando, aguantando lo mejor que podían.

Pero no yo, porque era un adolescente competitivo y con hambre de triunfar en la vida, ganar ese trofeo de oro falso con chocolates dentro me haría el dueño del mundo —de mí mundo—. Pero mi fin llegó y con ella la decepción, creo que realmente me desmayé por unos cuantos segundos y recobré la consciencia cuando una señora gritó que necesitaba una ambulancia.

Ellos dijeron que casi me daba un paro cardíaco, en realidad no lo entendí, pero dijeron que se me aceleró tanto el corazón que una taquicardia no era algo que se pudiera descartar. Recuerdo la sensación metálica en mi boca de no sé qué y podía oír a mi desesperado corazón latiendo como nunca mientras yo intentaba recuperar el aire perdido en la carrera, podía sentirlo en mi garganta, en mi cabeza e incluso en mis oídos.

Y ahora, por alguna razón que no entendía, la sensación parecía ser igual. Mi cerebro tardó en reaccionar de la manera más adecuada, jadeando sorprendido cuando capté la señal de los labios ajenos sobre los míos y el maravilloso sentimiento de calidez en mi pecho que sentí ese día de maratón cuando por fin pude ver a mi madre correr hacia mí con lágrimas en los ojos y verla tan aliviada de que no estaba muerto.

Sentía el corazón en mi pecho, latiendo más de lo normal pero poco menos que ese día, en la garganta, en los oídos y en la cabeza. Sentí que me desmayaba por la avalancha de sentimientos que cayeron sobre mí como un balde de agua fría. Respiré con fuerza y fue señal para Dany de alejarse, al menos para que yo pudiera poner las cosas en orden en mi cabeza.

A diferencia de mí, Dany tenía una enorme sonrisa en el rostro que denotaba lo feliz que estaba.

—Lo siento —la vi sonrojada, evitando mi mirada como si tuviéramos catorce y nos hubiéramos dado el primero beso. Abrí la boca para hablar pero lo único que brotó de mi garganta fue un lamentable quejido que sonaba a un animal llorando al ser atropellado.

Entonces me miró, creo que tenía una mueca de horror terrible porque su sonrisa se borró y se convirtió en una de pánico. El lo siento se volvió más violento y agudo, repitiéndolo varias veces hasta que moví mis manos en busca de que parara de sonar tan angustiada, ella se detuvo pero no dejó de mirarme asustada.

Ahora yo me sentía mal, porque Dany posiblemente esperaba otra respuesta, en cambio yo le estaba dando la que se supone no debería. Pero no podía poner en orden mis pensamientos y el corazón seguía latiendo en mi garganta, en mis oídos y en mi cabeza, mi interior parecía un huracán de emociones. No sabía qué debía decir, qué debía hacer, cómo debía sentirme.

Balbuceé algo que sonó como un «babhaada». Creo que fue peor, porque los ojos de Dany se aguaron hasta que vi unas cuantas lágrimas rodar por sus mejillas ligeramente amoratadas después del golpe en la nariz que le di.

¡Se supone que no deberías besar al que te golpeó la nariz! ¿No...?

—¡No llores, no llores! —exclamé espantado al verla llevar sus manos a su rostro, intentando cubrirlo—, lo siento, lo siento.

—¡Yo lo siento! —gritó—, ¡no debí, lo lamento!

—¡Está bien, tranquila! —soltó un sollozo desgarrador—, ¡para de llorar!

Soy malo lidiando con las personas que lloran, soy la peor persona a la que le puedes pedir consuelo. Mi madre me decía antes que era pésimo haciendo que las personas se sintieran mejor, ella decía que era demasiado sincero.

—¡Me tomaste por sorpresa, eso es todo! Para de llorar, voy a llorar yo también.

Ella dejó de sollozar y sorbió su nariz, me miró con los ojos rojos y cristalizado. Oh, se veía tan mal, me sentí terrible.

—Lo lamento... —dije despacio—, solamente no me lo esperaba —sacudí mi cabeza intentando recobrar la postura y tomé una larga respiración antes de seguir—, ¿p-por qué?

Dany miró hacia otro lado, notablemente avergonzada, la vi morderse el labio antes de murmurar algo muy bajito. Fruncí el ceño, no le había escuchado, le pedí que lo volviera a decir pero lo repitió entre dientes.

—No te entiendo —ahora fue ella la que tomó una larga respiración antes de mirarme. 

—Me gustas.




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je je je

¡Infantil! | EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora