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Cuando semanas atrás su padre le comunicó que aquel año no acudiría a Durmstrang, como llevaba haciendo desde los once años, supo que algo iba mal, sin embargo eso no evitó que sintiera que se le caía el mundo encima. Todos sus profesores, conocidos y sobre todo amigos iban a Durmstrang, pertenecían a Durmstrang, como ella, hasta ahora. No supo que contestar y en aquella vacilación su padre salió del cuarto, junto a la más ínfima posibilidad de revocar su decisión.
A pesar de todo se hacía una idea de a que se debía, Karkarov. El conocido director había sido parte de su vida desde que recordaba, siempre muy pegado a su padre, tomando  decisiones juntos, y si algo había provocado que su padre la sacara de la academia ese algo no podía ser un mero malentendido, era grave.
Ambos hombres eran las personas más influyentes del la comunidad mágica del país, lo controlaban todo en Bulgaria, desde los asuntos referentes a los magos como a los не магия, o muggles. Al concentrar tanto poder era común malentendidos en algún momento pero aquello, no le daba buena sensación, era diferente, era realmente grave y su padre mismo se lo hizo saber sin pretenderlo al enviarla a Hogwarts.

Su padre detestaba Hogwarts, lo había detestado toda su vida y la había criado a ella para que lo hiciera también. Y lo detestaba, oh si ella lo detestaba. Tal vez no hubiese sido tan lamentablemente inferior si fuese otro quien lo dirigiese, ¿pero Dumbledore? No. El director había sido un gran mago, no lo negaba, derrotó a Grindewald al fin y al cabo, no cualquiera lo hubiese conseguido. Pero ya flaqueaba. Se estaba haciendo mayor y muchos decían que comenzaba a perder facultades (su padre entre ellos), pero a pesar de ello la enviaba a dicha escuela, la enviaba a Hogwarts.

El conductor volvió levemente la cabeza, alzándola y haciendo contacto visual con sus ojos a través del espejo del retrovisor. Asintió, dando a entender que habían llegado, mientras el hombre del asiento del copiloto bajaba del vehículo y comenzaba a descargar el equipaje. Dahlia salió del coche, tomando una bocanada de aquel aire contaminado de ciudad y frunció un poco el ceño. Ante ella se alzaba la estación de King's Cross, decorada por tal cantidad de gente que se hacía imposible si quiera visualizar la puerta de entrada. Allí tomaría un tren, se recordó, mientras alzaba el billete dorado de sus manos, andén 9 y 3/4.

Había conseguido entrar en el edificio, aún le costaba entender como, aquella maleta tosca y pesada se hacia imposible de llevar y los insoportables y ajetreados muggles no facilitaban en absoluto la situación. Cuando al fin estuvo frente a los andenes nueve y diez dudó unos instantes, repitiéndose las instrucciones. Tenía que correr hacía la pared entre ambos y mágicamente aparecería en el anden nueve y tres cuartos. En ese momento comenzó a repensarlo, ¿no sería aquello una broma de su padre? Quizás lo hubiese creído si su padre tuviese sentido del humor, pero ella sabía bien que carecía de toda habilidad humorística. En aquel momento algo, o más bien alguien impactó contra ella con fuerza, provocando que perdiera el equilibrio y cayese al suelo sin remedio.
—¡Maldito gato por fin te cojo!— Ahí estaba, el causante de su caída. Un chico, de su edad parecía, con abundantes pecas y llameante cabello pelirrojo. En sus brazos sostenía un horrendo gato de color canela con la cara aplastada, como si se hubiese caído de cara desde un cuarto piso. En ese momento llegaron dos chicos más, cargados con baúles iguales a los de ella.
—¡Ron déjalo! ¿No ves que lo estás asustando?- Dijo la recién llegada chica, con un tono de voz un tanto chillón y reprendido, arrebatándole al animal de sus brazos con el ceño fruncido, el cual ronroneaba con siniestra satisfacción, si no fuese porque era un gato le hubiese parecido que se enorgullecía de lo que acababa de provocar.
—¿Asustarle? ¡Ese maldito animal casi se mata contra un tren! ¡Deberías agradecérmelo...!— No llegó a terminar la frase pues pareció que de repente se dio cuenta de que había siquiera empujado a la chica, a la cual tan solo se quedo observando con la boca abierta. A diferencia del otro chico, el de cabello azabache, el cual le pedía disculpas en aquel momento por su amigo, estirando una mano para ayudarla.
—Gracias...— Dijo entre dientes Dahlia, mientras se alisaba la ropa y se desprendía de restos de suciedad del suelo, por mera educación.
La otra chica pareció darse cuenta también en aquel momento de la situación, abriendo la boca sorprendida.
—Oh lo siento mucho de veras, ¿estás bien? ¡Ronald discúlpate!— Le exigió la chica de voz chillona. Dioses si parecía su madre, pensó.
—L-Lo s-siento.— Tartamudeó el chico, claramente azorado y con un brillante tono rojizo formándose en sus mejillas. Dahlia se cruzó de brazos, ¿quienes eran aquellos tres? Estaba dispuesta a irse de allí en cuanto tuviera oportunidad cuando la voz de la otra chica la sorprendió, de nuevo.
—¡Vas a Hogwarts!— Exclamó, un tanto excitada, volviéndose hacia ambos de sus amigos que la miraban con interés.

¿Conocían Hogwarts? ¿Iban a Hogwarts? Si era así eso cambiaba las cosas, tal vez incluso sería una buena idea mantenerse con ellos, conocer a alguien allí por lo que asintió.
—Sí, soy Dahlia, Petrova.— Dijo, con una voz suave que contenía un acento tras ella, que se le notaba por la manera de pronunciar las erres.
—Encantada, Dahlia.—Respondió la chica, con creciente emoción. "No deberían tener mucha gente nueva por allí" pensó.— Yo soy Hermione Granger. Estos son Ron Weasley y Harry Potter.
Harry Potter, claro, ¿cómo no lo había visto antes? Pelo azabache y aquella reluciente, y mundialmente conocida, cicatriz en forma de rayo. Supongo que todo había ocurrido demasiado deprisa como para fijarse en una nimiedad como una cicatriz, tapada en gran parte por una maraña de despeinado pelo oscuro. En su cara apreció por un momento una obvia expresión de sorpresa, que trató remediar lo más rápido posible. Si era Harry Potter no le lanzaría un millar de preguntas o actuaría como una fan loca, actuaría normal, como si fuese tan corriente como todos ellos, sí.
—Bueno, el placer es mío.— Contestó, dedicándoles la más de las impecables sonrisas, mientras trataba de evitar mirar al chico azabache.
—Por Merlín chicos, hay que irse, el expreso.—Les recordó Hermione. Puede que fuese un tanto insoportable pero tenía que reconocer que era útil. Se apresuró a coger el baúl y sin pensárselo dos veces cruzó la barrera.

Habían alcanzado el tren justo a tiempo y en aquel momento comenzaba a moverse. Avanzaron un tanto a trompicones, los baúles pesaban bastante y no se hacía fácil arrastrarlos por un tren en movimiento a través de un estrecho pasillo.

No había manera, todos los compartimentos parecían estar ya ocupados por vivarachos y emocionantes estudiantes que se contaban con emoción como había transcurrido sus vacaciones de verano. Y ahí estaba, el final del tren, como siguieran con aquella suerte acabarían pasando el viaje a Hogwarts sentados en el suelo enmoquetado.

Por ahora todo iba peor de lo que habría supuesto. Debería estar llegando a Durmstrang, charlando con su amiga Saphia o tal vez coqueteando con Fjor, pero no allí, no con una sabelotodo chillona, un pelirrojo torpe y nada menos que Harry Potter. Aquello era demasiado, se sentía extraña en aquel lugar, hablando un idioma que no era el suyo y avanzando por un agobiante pasillo, agotada y muerta de calor. Entonces volvió a suceder, chocó contra algo... o alguien.
Despertó de sus pensamientos y observó delante suya, los tres chicos se encontraban mucho más delante, casi al final. Debía haberse quedado rezagada, inmersa en sus pensamientos. Despacio comenzó a alzar la cabeza, tan solo para toparse con unos penetrantes ojos grises que la observaban con interés.

Como prometí es más larga 😌
Espero que por ahora os esté gustando y trataré de publicar lo antes posible, quizá mañana o dentro de un poco si me da tiempo.
Os pido que si os gusta la votéis o comentéis lo que os parece por ahora.
Muchas gracias hechiceros y buenas noches

Sara R.

Petrova (I)Where stories live. Discover now