𝘜𝘯𝘰

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Una vez más, ahí estaba Minho. En esa ya muy conocida habitación, sin dejar de estudiar, apenas teniendo tiempo para descansar y, más importante aún, tratando de encontrar la concentración que no le llegaba desde un buen tiempo atrás. Estaba cansado y lo único que quería era al menos tomarse un respiro, pero no podía hacer o decir nada, no cuando un par de ojos intensos estaban sobre él y solamente sobre él, analizando cada movimiento, cada error. Incluso soltar un bostezo se sentía inapropiado.

—Si tengo un negocio que cada año tiene un ingreso de...

Las palabras del hombre a su lado se perdieron en el aire cuando él decidió dejar de prestar atención por su propia cuenta. No quería ni siquiera quería intentar.

—No lo sé.

—Intenta pensar un poco más —la grave voz de su mentor sonó otra vez haciendo que el joven de solo dieciocho años soltara un suspiro con pesadez.

—¿Puedo descansar un momento? —Minho apoyó su cabeza en sus manos mientras daba un masaje circular a los lados. Llevaba doliendo desde horas atrás, incluso la luz le molestaba—. Muero de hambre, solo tengo agua en el estómago y no puedo concentrarme.

—Tendrás que aprender a hacerlo —el hombre de traje se acercó a el y levantó la cabeza del menor—. Los negocios no son fáciles, Minho, no es sólo ir a sentarte a un escritorio mientras todos trabajan para ti. Si quieres que te vaya bien y seguir los pasos de tus padres, deberás...

—Practicar aunque ya no quiera y no debe haber tiempo para descansar —completó Minho, cerrando los ojos—. Lo sé, siempre me dices lo mismo.

Y nadie podía detenerse a pensar que, cada que pronunciaban esas palabras, sólo ponían una tremenda cantidad de presión sobre los hombros de alguien tan joven como él. Se sentía como una pequeña hormiga indefensa tratando de protegerse de las despiadadas gotas de agua provenientes de una tormenta. Sin control, siendo su única opción resignarse a lo que tuviera que pasar.

El hombre se quedó quieto en su lugar, viendo como los ojos cansados y rojos de Minho luchaban por mantenerse abiertos. El menor se encogió en su asiento al sentir su mirada intimidante, porque aunque ya lo conocía de hace mucho tiempo atrás, aún no estaba seguro de saber como reaccionaría ante lo que dijera. No puede darse el lujo de confiar en cualquiera creciendo de la manera en la que creci.

El perfecto señor Jun. Era muy alto, cuerpo delgado y pálido. Tenía un rostro alargado, nariz prominente, labios delgados y unos grandes ojos negros que, a consideración de su alumno, siempre estaban vacíos. Empezaba a quedarse calvo, algo de lo que Minho hacía bromas para sí mismo de vez en cuando y terminaba regañándose porque sentía que llegaba a ser cruel a pesar de que nadie lo supiera realmente.

—Tienes cinco minutos para comer una fruta y regresas apenas termines —ordenó el señor Jun. Alzó una mano con elegancia y señaló la grande puerta que los apartaba del mundo exterior—. Ve ahora, no pierdas el tiempo.

Saltó de su asiento y salió a toda prisa de la grande biblioteca. Extrañamente, sus fuerzas habían regresado al instante, tal vez porque sabía que esa oportunidad era muy buena y debía aprovecharla al máximo o tal vez porque existía una posibilidad de que cayera de repente y tuviera que ir al hospital y cualquier otro escenario era mejor que en el que se encontraba. Al fin y al cabo siempre se tomaba el doble del tiempo que el mayor le permitía, así que no tenía tanta presión por regresar rápido, sabía que no iba a traerle consecuencias. Cuando llegó a la cocina, tomó una manzana de un tazón en el centro de una grande mesa y le dio un mordizco después de pasarla por un poco de agua. Se sentó en una silla colgante del jardín que conectaba con la salida y disfrutó del aire fresco con aroma a flores que golpeaba su rostro. Era un buen lugar para relajarse cada que podía, y vaya que eso no era muy seguido.

𝚆𝚑𝚊𝚝 𝙸 𝚠𝚒𝚜𝚑 | MINSUNG |Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz