Capitulo 2. Reencuentro.

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            Altaír era parte del coro de la parroquia cercana a su casa en la capital, por eso le daban la ayuda de Caritas, conocían la situación de sus padres, tenia buena voz para cantar, tanto que muchos de sus admiradores decían que cantaba como  los mismos ángeles.

            No se dio cuenta que el hombre la observaba desde la puerta de la casa, era una voz hermosa, que llegaba al alma.   Una voz que conmovía algo que estaba dormido desde hacia tiempo en su corazón, en su cuerpo, en sus deseos.

            Altaír terminó de cantar, el no pudo evitar aplaudirle.  La canción era hermosa y cantada en su propia voz, más. Aunque fuese siguiendo el radio.

            —Maravilloso.

            —¿Eh? — Se asomó por la ventana de la cocina —¡Usted!  ¡Qué susto me ha dado! —exclamó sorprendida, llevándose la mano al corazón. No le esperaba a esa hora.

            —Buenos días, nena. —sonrió de esa manera tan coqueta que la dejaba casi sin poder pensar con claridad. La afectaba demasiado, intuía que era un peligro para los sueños y ambiciones que tenía, que no eran relacionados con el amor.  Era un hombre que sabía que botones apretar para que su corazón se detuviera o acelerase a voluntad.  Y eso no le gustaba nada.

            —No era mi intención despertarle.  Si esta alto el volumen del radio, lo bajo.

            —No, ya estaba despierto cuando te escuché.  Tienes una voz hermosa.

            —Gracias, canto en el coro de la parroquia cerca de mi casa, por eso, me ayudan con algo para mi familia.

            —Algo de eso me contó tu abuela hace unos días. —Comentó mientras se comía una manzana —Tienes problemas con tus padres.

            —Si, no le he dicho nada a mi abuela, pero posiblemente tenga que cambiarme al turno nocturno, buscar un empleo, e irme de casa.  Noto a mi padre algo raro conmigo, no quiero darle pie a que haga algo que por más que lo pienso, no me cabe en la cabeza.

            —En qué sentido.

            —Mamá me dijo una mañana, antes de venir a casa de abuela que no me sentara más en la mesa en ropa interior, menos en ropa de dormir.  No sé con qué fin me lo dijo, pero sospecho que algo anda muy mal. 

            —Perdona si te hago una pregunta personal, estás en todo el derecho de negarte a contestar si te incomoda.

            —Hágala, le contestaré si puedo hacerlo.

—¿Alguna vez tu padre…te tocó de manera inapropiada? —Dijo con algo de duda en la voz — Tú me entiendes.

            —Como si no fuera su hija, no. Siempre mamá andaba cerca. El día que lo sorprendió mirándome raro, me había sentado en pijama a desayunar.

            Grant miró a la chica, tenia veinte años, un cuerpo algo rellenito, pero hermoso, unos ojazos negros que paralizaban a cualquiera, y sobre todo un rostro que no olvidaría. Lo había cautivado.

            —Tu madre sabía lo que tenía por marido, no me extrañaría que tratara de alejarte de la casa, para que el no trate de hacerte daño.

            —¿Usted cree?

            —Lo afirmaría, Altaír.  —dijo clavando en ella sus ojos azul acero, esos ojos que la ponían tonta.

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