Capitulo 2. Reencuentro.

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            Aquellos momentos de añoranza se interrumpieron al escuchar el timbre del teléfono. Era su amiga, Adriana Cañizales, que formaba parte del equipo de la Fiscalía de Distrito, que en esos momentos estaba en manos de la jurista Dalia Linares.

            —Siento interrumpirte, se que debes estar sumamente ocupada, llamaba para recordarte que hoy se reúne la División con el equipo nuestro.  Ya sabes que es relacionado a los asesinatos de componentes tanto de la Marina como de la Fuerza Aérea,  Ya tenemos la lista de los posibles blancos. 

            —¿A qué hora es esa reunión, para irme preparando?

            —A las cinco y media de la tarde,  ¿sabes cómo llegar al edificio de la División?

            —Si, está cerca de Arlington Heights.  Somos quince chicas, parece que también  llegarán más de otros estados.

            —Excelente, hay bastantes hombres en esos grupos con que vamos a trabajar, no habrán pegas, problemas porque a tres les guste la misma chica, ya sabes cómo es Maryland, con complejo de gata recién parida con nosotras.

            —Te encuentro extraña, como si estuvieras en espera de un encuentro en esta reunión.

            —No voy a negártelo, sí.  Se trata del almirante Jordan.

            —No me digas que le conoces.

            —Sí, por desgracia. Es una vieja historia que en su momento, te contaré.  Tengo el presentimiento que no me ha olvidado, como yo a él tampoco.  Ni aquel inolvidable verano del ’87.   El es la causa de mi celibato voluntario.

16 de diciembre de 1987.

            Altair se había levantado temprano para hacer el desayuno, en casa de su abuela había comida decente, no las latas que pocas veces existían en su casa, que eran obtenidas gracias al programa de Caritas Arquidiocesana de la parroquia cercana a su casa en la capital. Su padre vivía renunciando de cuanto empleo encontraba, unas veces porque tenía que madrugar demasiado y eso a él no le cuadraba o lo despedían por pelearse con los compañeros o con los jefes e insistía que lo despedían por que no querían pagarle lo que exigía.

            Puso el radio en una estación romántica.  A esa hora estaban dando El Baúl de los Recuerdos en una emisora de música romántica en frecuencia modulada, transmitían música de los años sesenta, setenta y parte de los ochenta.  A ella le encantaba, sobre todo las canciones de Miguel Gallardo y Camilo Sesto, sin despreciar al Príncipe de la Canción, el mexicano José José.

            Sintió que en la casa del frente se encendía la luz.  Se imaginó que era el invitado de la noche anterior.  La velada se extendió hasta casi las diez,  lo cual agradeció, no sabía qué hacer en esa situación.  En la Universidad ella le daba esquinazo graciosamente a sus admiradores, que eran muchachos de su misma edad,  podía manejarlos, pero a éste, que le llevaba varios años por delante, no.

            La piscina que habían empezado a construir ya iba bastante avanzada. Y pronto su prima Cristina se uniría a ella en la casa de la abuela. Intentaba convencerla para que tomara la carrera de Derecho, que ella ya llevaba adelantada.

            En ese momento tocaban una canción del Príncipe de la Canción. Una de las más escuchadas, cantadas por las adolescentes de esa época. Altaír empezó a cantarla sin percatarse que en la puerta de la casa del frente estaba Grant.

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