Me senté con cuidado de no despertarla, sobre la orilla de la cama y pasé las yemas de mis dedos, por sus cabellos rubios que ahora llegaban un poco por debajo de sus hombros. Mientras me preguntaba por qué razón no me permitía amarla. Ella era tan dulce y atenta conmigo, preocupada y amorosa, pero yo no podía todavía amarla como ella merecía. Le pregunté muchas veces a la psicóloga cómo podía hacerlo, pero ella dijo que solo debía dejarlo al tiempo, que cuando menos lo esperara, entonces yo estaría amándola tanto como ella a mí.

Quité mi mano en el segundo en que ella se removió sobre la cama y sus ojos se abrieron despacio, entonces me miró y sus delgados labios dibujaron una tierna sonrisa cerrada, le devolví el gesto enseguida y ella se incorporó a mi lado.

—¿Cómo te fue? —Preguntó, llevándose una mano sobre su abultado vientre.

—Bien, te traje un regalo —dije y ella ladeó la cabeza.

—¿De verdad? —Interrogó—. ¿Te acordaste?

—Claro que sí —tomé su mano libre y rocé delicadamente mis labios sobre el dorso de su aterciopelada mano.

—¿Qué es?

—No es nada de demasiado valor, pero... sé que te va a gustar.

—Davlian, eso es lo de menos. Lo importante es que te has acordado —dijo, al mismo tiempo que me abrazaba por el cuello con ambos brazos.

Cerré mis ojos y acaricié su cabello, mientras respiraba el dulce aroma que desprendía su cuerpo. Me sentí feliz en ese momento, me sentí rebosado de paz y de una alegría que no podía explicar de ninguna forma.

Me puse de pie y tomé su mano, para conducirla a la planta baja y mostrarle las flores tan hermosas que había comprado para ella. Apreté su mano contra la mía, entretanto bajábamos con cuidado las escaleras.

—Son para ti —dije, en cuanto nos detuvimos en el comedor.

Ella me miró con una hermosa sonrisa y luego volvió a abrazarme.

—También te acordaste cuáles son mis favoritas —habló, mientras caminaba hacia la mesa y levantaba la maceta con ambas manos, para después oler las flores—. Están demasiado hermosas, Davlian, gracias —volvió a mirarme.

—Feliz cumpleaños, rubia —le sonrió—. Espero que sigas teniendo la oportunidad de cumplir muchos más y ser inmensamente feliz.

Ella vuelve a dejar las flores sobre la mesa y camina devuelta hacia donde me encuentro, lleva una de sus manos hacia mi rostro y acuna mi mejilla en ella.

—Mi hijo y yo, ya somos feliz, Davlian y eso es gracias a ti.

—Y mereces más, lo sabes —agregué, con los ojos cerrados—. Por eso quiero darte más.

—No necesito que... —La interrumpí.

Entonces ahora ella yo, quien estaba acunando su rostro con ambas manos, observándola directamente a los ojos.

—Quiero darte más, Priscila —deslicé mis manos por su cuello, hasta llegar a sus hombros, luego bajé por sus brazos, hasta sostener sus manos. Me arrodillé a sus pies y ella solo me miraba expectante—. ¿Me dejarías intentar darte más? —Le cuestioné.

Se quedó en silencio unos segundos, sabía por su rostro que trataba de entender que estaba pasando.

—¿Qué quieres decir con darme más, Davlian?

—¿Dejarías que yo intentara amarte? —dije, sin dejar de mirar sus ojos azules y sin dejar de sostener sus manos—. ¿Dejarías que este hombre a tus pies, intentara darte el amor y la felicidad que mereces?

Lacerante © [+21]✔Where stories live. Discover now