17. Autocompasión

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—¿Ellos te quieren?

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—¿Ellos te quieren?

—¿Quienes?

—¿Quién viene a tu mente cuando digo eso?

Rain miró a Theodore con exasperación. Ningún doctor había iniciado una sesión con una pregunta tan extraña.

—¿Mis hermanos y mis padres? —respondió, confundida.

Theodore bajó la mirada a su libreta y comenzó a escribir cosas en ella que Rain no podía leer.

—No se trata de que adivines, Rain —dijo al cabo de unos segundos.

—¡Esto es completamente ridículo! No quiero ser grosera, pero esto no llevará a ningún lado. ¿Tiene idea de la cantidad de psicólogos y psiquiatras que he visto en mi vida?

—No, pero puedo jurar que ninguno es bueno, por lo menos no como yo.

—¿Detecto narcisismo, señor Roberts?

—¿Detecto enfado, Rain?

Rain se quedó callada. Theodore ladeó una sonrisa perezosa y bajó la mirada nuevamente a sus notas para escribir.

—Si soy honesta me harta tratar de explicar mis problemas a gente a la que sé que muy en el fondo no le interesa. Señor Roberts, yo no estoy obligada a responder sus preguntas. Lamento que ambos estemos perdiendo nuestro tiempo en esto.

—Yo no pierdo, Rain. De todas maneras recibo un pago por esta sesión.

—No tiene que ser tan arrogante.

—Pensé que de eso te estabas encargando tú —repuso el hombre.

Rain abrió levemente su boca ante eso y en vez de sentirse ofendida reprimió una sonrisa.

—Ya veo de dónde William ha sacado su forma tan irritante de ser.

—¿Es de eso de lo que te gustaría hablar en esta sesión? ¿De Will?

—¡¿Qué?! —exclamó sintiéndose acorralada por la mirada curiosa del hombre—. ¡Claro que no!

—Entonces dime algo, lo que sea. No somos enemigos, Rain.

La chica pasó una mirada por el recinto, el consultorio de Theodore le pareció muy cálido e incluso la armonía del lugar le resultó plácida a pesar del hostil comportamiento que ella había tenido desde que llegó.

—¿Ha tenido ese sentimiento de cuando está muy tranquilo y sin nada que hacer y de repente su cerebro comienza a decir cosas cómo: ¡No tienes tiempo! ¡Haz algo!

—Puede que sí, pero no últimamente. ¿Tú sí?

—Todos los días, a cada minuto —confesó ella.

—Rain, tener miedo del qué pasará es uno de los grandes desencadenantes de la ansiedad, lo sé y tú también. ¿Por qué no me dices lo que de verdad te está afectando?

—No me gusta mostrarme vulnerable.

—Créeme, ser vulnerable no cambia en nada la percepción que tienen otras personas de ti, es más te vuelve más humana ante sus ojos...

—¿Cómo está tan seguro de eso?

—Soy psiquiatra, yo lo sé todo —bromeó y logró sacarle una sonrisa diminuta a la chica.

—Mis ataques de ansiedad están creciendo y por las noches cuando intento dormir no puedo respirar por tanto llorar. Y en medio de mis ataques termino acariciando mi propia cabeza. ¿Qué rayos me sucede?

—Es un mecanismo de autocompasión, Rain... Al hacer eso, estás reconociendo que algo te está pasando y lo estás aceptando.

—¿Entonces por qué después de mis ataques lo único que quiero hacer es romper todo?

—Dime qué color viene a tu mente cuando piensas en tus ataques de ansiedad.

—Rojo.

Theodore asintió y prosiguió a escribir en su libreta: enojo.

—No te gusta sentirte vulnerable y cuando te dan ataques de ansiedad es cuando más entras en ese estado, Rain. ¿Sabes lo que eso quiere decir? —Rain asintió con pesadez, pero prefirió dejar que Theodore continuara hablando—. Tus pensamientos se convierten en sentimientos que se transmiten en acciones.

—Ojalá mis hermanos y padres pudieran entender eso...

—¿Cómo podrían? Tú no les dices nada y ninguno es adivino.

—Ya suena a mi hermana —Rain negó.

—A ella le importas mucho, más de lo que tu mente puede imaginar. Y no hace falta decir que a tu hermano también y a tus padres ni se diga.

—A veces me gustaría ahórrales tanta angustia y desaparecer de sus vidas.

—Pero no lo harás. ¿Sabes cómo lo sé? —Rain negó—. Al inicio te pregunté si ellos te querían. No te dije quiénes y tu cerebro automáticamente se fue a ellos, porque muy dentro de ti, sabes que esa es la verdad. Tu familia te quiere demasiado y sufrirían mucho si algo llegase a pasarte.

—Lo sé —Rain bufó—. Tienen miedo de encontrarme muerta en la ducha, eso es seguro.

—Puedes bromear todo lo que quieras, pero si un día tomas la decisión de acabar con tu vida, podría ser lo más doloroso que alguna vez les harás y no habrá nada, ni nadie que reponga tu pérdida.

—¿Qué puedo hacer? —lo miró con ojos cansados.

—Rain, necesitas tener buenas intenciones contigo misma, ya sabes... Comenzar a tratarte bien aquí —señaló a la cabeza—. No te prometo que sea fácil y el cambio de mentalidad aparezca de la noche a la mañana, pero te estarás dirigiendo al camino correcto y eso ya es un inicio.

Rain dejó salir aire por su nariz de forma sonora.

—¿Qué pasa si las cosas no mejoran, señor Roberts?

—¿Cuándo has visto un diluvio que dure toda la vida?

Y con esa pregunta resonando en su cabeza el resto del día, Rain tomó la decisión de abandonar la autocompasión y comenzar a expresar, a si sea a su gato inteligente, sus pensamientos. Irá poco a poco, pero lo hará.

 Irá poco a poco, pero lo hará

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