XVI. Al compás de los cazadores.

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—Oh, pasaron muchas cosas en verdad. Bien...—toma una bocana de aire—. El primer día, Katsuki me llevó a su trabajo donde conocí a mucha gente y estuve yendo hasta hoy, me llaman Eijirou Kirishima, es curioso, heh —resopla—. Un día me perdí en el bosque pero gracias a lo que me enseñaste pude encontrar a Katsuki, ¡así que gracias, en serio! —le dedica un intento de sonrisa—. Después fuimos a la laguna, que no es lo mismo que el lago pero no sé cuál es la diferencia, ¡fue divertido!... Y hace poco nos atacó una bestia extraña y fea, así me hice esta cicatriz en la cara, dolió —señala— y después Katsuki curó mis heridas. Mmmh... ¡Ah, me regalaron un espejo! Además, yo cuidé de los amigos de Kyoka, yo regué todas sus arañas y alimenté todas sus plantas y...—trata de recordar—. Creo que nada nuevo. Katsuki se la pasaba leyendo sus cuentos historias y me leyó un poco a mí también, me gustó pero no más que eso.

Hanta se quedó recalculando todo lo que el pelirrojo le contó, a la expectativa de él. Al final solo suelta un bufido en gracia.

—Vaya, sí que pasaron muchas cosas entonces —habla con pasividad—. Simplemente, wow. La verdad es que Katsuki siempre fue muy solitario y jamás nos dejó tocar sus novelas románticas o meternos en sus asuntos, pero "si sigues vivo" y encima, te leyó alguna, supongo que te tiene mucho cariño... como todos nosotros.

Hanta acerca su mano libre para despeinarle, provocando que una sonrisa apenada se dibuje en el rostro de Eijirou mientras asiente, pero no acota nada más a la conversación, prefiere dejar que el pelinegro cene en paz.

Más tarde esa noche, al pelirrojo le costó conciliar el sueño temprano.

Porque si se lo piensa, y lo hace más de lo que le gustaría, Katsuki sigue allí con él pese a todas las negativas que tienen encima, doblegando su inflado orgullo de cazador para sufrir a la par suya. Desconoce el por qué y el significado de dependencia emocional y lo malo que podría llegar a ser esto, pero ama los pequeños momentos que tienen juntos. 

Ahora, ya no serían solo ellos dos, sino que también estarían acompañados por Hanta, Kyoka, Ashido, Tooru, Denki. Aquellos que eran ajenos a su situación, pero le han animado de igual manera todas sus tardes.

Y aún si no expuso la gran mayoría de sensaciones que tuvo, y todavía le acongojan las cosas malas, Eijirou cree que puede sonreír y seguir avanzando día a día, cavilar un poco mejor.

Está bien con eso. Puede respirar y no ahogarse a sí mismo por las noches y puede fantasear cuando quiera con antaño, reconoce que ser un humano es interesante, que sus ideas son tan increíbles y su imaginación es diversa, que no entiende por qué le apasionan tanto las historias que le lee el rubio y quiere descubrirlo. Percibe que el espectro de sus alas y su cola lo hostigan pero ya no pesan tanto como hace un tiempo y su autocomplacencia es poca, mas no nula.

Aceptar su situación actual es humano, al igual que sobrevivir a serlo.

Muchas cosas cambiarían con la vuelta de Sero y la de Jirou. Le intriga qué pasará de ahora en más, se pregunta y le interesa saber qué hará con Katsuki, con la gente que conoce, con la rutina que se habían armado, pero no comprende la tristeza que alberga su corazón por la noticia del regreso.

Esa noche, Eijirou durmió muy tarde por estar perdido en sus pensamientos. Y para cuando despertó al día siguiente, pasadas las doce del mediodía, Katsuki se había ido a trabajar... solo.

Él no supo cómo sentirse al respecto.

Si tan solo se habría levantado más temprano, el cuento hubiera sido diferente.

Permaneció recostado desde entonces, con una presión en el pecho y los ojos picando. Ni siquiera él mismo supo cuánto tiempo yació mirando a un punto fijo, no sabe en qué momento las lágrimas salieron y mucho menos, supo en cuándo se hartó de estar así, de darse pena y de ocultar sus sentimientos.

De humanos y dragones | Kiribaku - BakushimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora