Annoyance

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Era lunes a primera hora de la mañana, había tenido problemas con su despertador y su normalmente estricta rutina de sueño, y el par de neuronas que tenía más o menos activas en ese momento eran incapaces de centrarse en las tonterías que decía el profesor de matemáticas – “tonterías” que entraban en el próximo examen, pero eso era secundario.

¿Por qué? Pues, a decir verdad, la fuente de sus contratiempos tenía nombre y apellido, y no era otro que el de su mejor amigo: Kirino Ranmaru. Hacía ya varios días que su querido amigo y compañero no le había esperado para volver a casa, ni tampoco se lo había encontrado en el cruce en el que siempre quedaban para ir al instituto; había ignorado todos sus mensajes y llamadas, que se volvían especialmente insistentes durante los fines de semana, y encima le evitaba en las clases y los entrenamientos.

Era consciente de que había hecho algo mal y que por eso Kirino estaba molesto con él, pero el problema era que no sabía en qué se había equivocado exactamente, y eso le hacía sentirse todavía peor. No conocer la fuente del problema era verdaderamente irritante, especialmente sabiendo que era culpa suya, cosa evidente al ver que el pelirrosa se comportaba como siempre con el resto del mundo.

Quería disculparse por lo que fuera que hubiera hecho, de verdad, pero es que todavía no había encontrado el momento; aunque suene a excusa barata, no era así para nada. Porque a ver, pongámonos en situación: no era fácil disculparse por algo que no sabía que había hecho con el chico del que hacía ya tiempo que estaba enamorado. Y si a eso le sumamos la vergüenza que le daba el no ser capaz de saber lo que pasaba, encontrar una buena oportunidad para pedir perdón le resultaba una tarea casi imposible.

La clase se le pasó sorprendentemente rápido, seguramente porque había estado ocupado durante toda la hora comiéndose la cabeza, aunque las caras de sus compañeros le dejaban bastante claro que él era el único que había tenido esa sensación. Inconscientemente giró la cabeza el pupitre de su mejor amigo para saber qué le había parecido la clase (digamos que las matemáticas no eran precisamente la pasión de Kirino), pero, tal y como había estado haciendo últimamente, ya había salido del aula para dirigirse hacia la siguiente clase. Y ni siquiera había mirado a Shindou.

Mientras hurgaba en su mochila en busca del libro de química (ahora le tocaba a él quejarse de la clase), intentó pensar en algo que les pudiera haber llevado a aquella situación. Todo había empezado hacía unas pocas semanas; nueve días, para ser exactos. Ese día fueron a clase y después entrenaron con el club de fútbol, igual que siempre; Kirino volvió solo a casa porque él tuvo que quedarse a recoger el club con un par de compañeros más, pero como era el entrenador quien elegía cada día a los encargados, eso no era nada fuera de lo común tampoco. Recordaba también que a la hora de comer le había dado un golpe al pelirrosa y, sin querer, había tirado parte de su almuerzo al suelo, pero no podía haberse enfadado por eso, ¿verdad? Es decir, fue un accidente y Kirino le aseguró que no pasaba nada.

Suspiro y, sintiéndose frustrado, se fue a la clase teniendo la seguridad de que esa hora se le haría eterna.

Cuando por fin acabó la clase, confirmó lo que ya sabía: el tiempo podía pararse. Estaba seguro de ello, ya que se había tirado muchísimo rato mirando el reloj y podía afirmar que la aguja que marcaba los minutos no se había movido ni un poquito.

Afortunadamente el resto de clases del día se le hicieron relativamente cortas; aunque suene raro, lo que realmente se le hacía eterno eran los recesos, más que nada porque no podía pasarlos con su querido amigo de coletas que seguía ignorándolo. Pasó la última hora con ganas de acabar, puesto que justo después venía su momento favorito: el entrenamiento del club. Era la única parte del día en la que Kirino no podía ignorarle o, al menos, no del todo. Cuando hacían partidos de práctica y les tocaba en el mismo equipo, acababan hablando, aunque fuera de cuestiones totalmente tácticas. Tuvo la mala suerte de que ese día les tocara en equipos contrarios, pero de todos modos no iba a desaprovechar aquella oportunidad.

Su equipo tenía la posesión del balón y, ya que había subido lo suficiente como para atacar, Kuramada se lo pasó. “Casualmente” Kirino estaba delante de él y era el defensa encargado de frenarle. El pelirrosa tenía dos opciones, dejarle pasar y defraudar a su equipo o enfrentarle y robarle el balón. Ambos sabían lo que haría.

— ¡The Mist! – una espesa niebla les rodeó, cumpliendo su misión de desorientar y nublar la visión de Shindou.

El virtuoso sabía cómo funcionaba esa técnica, había estado con Kirino el día que consiguió dominarla y lo celebró con él. Por eso supo que debía concentrarse en sus pies, ignorando completamente el blanco que cubría sus ojos. Cuando sintió ese suave roce, acompañado de una casi inexistente brisa, supo que Kirino le había robado el balón. Le bastó con seguir la dirección de dicho roce y estirar el brazo para toparse con el cuerpo del chico. Agarró lo primero que pilló, que resultó ser su camiseta, y tiró de ella.

— Kirino… – el balón salió de la niebla, mas ninguno de los dos lo siguió y la nube blanca no se disipó a la velocidad que siempre lo hacía.

Por primera vez fue capaz de ver a través de la niebla ya que esta estaba empezando a desaparecer. Lo único que pudo ver fue la cara de Kirino y sus ojos, especialmente sus ojos. Aquellos orbes del color del cielo que por fin le miraban de nuevo. Pero su mirada no era la misma de siempre, ni tampoco la mirada enfadada que esperaba encontrarse. Lo que vio en sus ojos fue peor, mucho peor. Su mirada reflejaba tristeza y dolor, y en ese momento se dio cuenta de que había hecho algo verdaderamente mal.

Le soltó antes de que la niebla se fuera del todo y vio como se iba ante la interrogante mirada de sus compañeros, que se preguntaban por qué habían tardado tanto en salir. Kirino fue inmediatamente a por el balón, que nadie había tocado debido al incidente de la niebla, para continuar con el juego.

Pero Shindou no se movió, se quedó plantado en el campo mirando la mano que había usado hacía unos instantes para retener a Kirino, con una sola pregunta resonando una y otra vez en su cabeza: ¿qué debía hacer ahora?

Bittersweet LoveWhere stories live. Discover now