Capítulo 2.

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Aprovechando la discusión de los dos hombres, Honey se escabulló hacia la cocina con el sigilo de una pantera. Tenía las mejillas sonrojadas, y su labio inferior era masticado por dientes a medida que la ya conocida ansiedad empezaba a hacer efecto en su anatomía delicada.

Siempre había sido así. Desde su infancia, Honey enfermaba ante la más mínima incomodidad. Los nervios consumían su cuerpo como el más poderoso virus, y le causaban un malestar mayor a cualquier otro. Pánico, lo invadía siempre. Miedo, nunca se iba. Pero la vergüenza era lo que menos disfrutaba.

Ignorando el escalofrío en su nuca, Honey entró por la puerta de madera barnizada que constituía la entrada a la cocina, mejor conocida como el santuario privado de Irina. Pocos tenían el permiso para entrar allí, y Honey, siendo el mejor amigo de la chica europea, tomaba ventaja de su posición para ir y venir a su antojo. Si a Irina le molestó alguna vez, nunca lo mencionó en realidad.

Tal como esperaba, Honey se encontró a su preciosa amiga rellenando una tarta de limón. Su humor mejoró al instante cuando el delicioso olor alcanzó sus fosas nasales. Adoraba el limón, casi tanto como lo hacía con el chocolate.

—¿Limón otra vez?

—Quería hacer algo por tí— respondió Irina, sacudiéndose la harina de las manos.

—¿Por qué?— un curioso Honey preguntó.

—La tía Eleanor dijo que enviaste una solicitud a la Academia Culinaria. Intento levantarte el ánimo.

—¿Estás tan segura de que no entraré?— Honey sonrió a pesar de sus palabras, pues sabía que Irina nunca pensaría de ese modo.

—Niño tonto. Quiero ayudarte. Si no comes nada, sé que te pondrás nervioso.

—Gracias, Iri.

—No hay de qué, chico.

Honey supo que no tenía nada más que decir al observar que su amiga se retraía de nuevo a la cocina. Cuando Irina se encerraba en su mundo de postres, era imposible sacarla de ese estado inconsciente.

Él sabía mejor que intentar charlar con ello en un momento así. Tan silencioso como entró, abandonó la cocina sin que su ausencia fuera notada por Irina.

De regreso a la parte exterior de la cafetería, vio que los dos hombres seguían parados frente al mostrador. El joven lucía irritado, pero el otro hombre tenía la misma expresión estoica. Honey trató de no dejarse afectar por su presencia, aunque sentía una ligera presión en la parte trasera de su cabeza.

Ignorando su nerviosismo, puso la mejor sonrisa que tenía en su rostro. Las lecciones con su tía Eleanor le habían enseñado a siempre ocultar sus verdaderas emociones en lugar de mostrarlas. Según ella, nadie disfrutaba charlar con un muchacho que apenas y podía mantener su mirada más arriba del suelo.

—Lamento haberme ausentado, pero la cocinera principal requería de mi asistencia— su sonrisa flaqueó frente a la indiferencia en ambos hombres —Por favor, tomen asiento otra vez. Su orden estará lista en breve.

Honey no esperaba una respuesta, pero el hombre de expresión seria se acercó a la caja registradora con sigilo. A pesar de las múltiples súplicas en el interior de Honey, el hombre no se detuvo, y siguió caminando hasta posicionarse frente al muchacho asustadizo.

—Eh… ¿E-en qué p-puedo ayudarle?

—Quiero disculparme por la actitud de mi amigo— su voz era tan grave que Honey tuvo que aplicar todo su autocontrol para no chillar y correr a esconderse de nuevo. Con mucho esfuerzo, logró mantenerse callado y escuchando las palabras del hombre —Aún no conoce de límites, y se sobrepasó al exigir tu número. Fue inapropiado.

—Eh…bueno…— Honey luchó por encontrar su propia voz. —No hay de qué preocuparse. Eh, s-solo debe abstenerse de hacer ese tipo de bromas.

Satisfecho con su desempeño, Honey regresó la mirada a la computadora, aunque no estaba haciendo nada en absoluto.

—¿Por qué crees que estaba bromeando?

—¿Uh?

—¿Por qué crees que mi amigo estaba bromeando?

—Bueno, e-es bastante, uh, obvio que alguien así n-no me diría esas c-cosas.

—¿Qué cosas?

—¿Eh? L-lo que dijo… como s-si estuviera interesado e-en mí.

El hombre no dijo nada por un rato, sólo observando el rostro de Honey como si tratara de descifrar algo. Luego regresó a su silla, y Honey finalmente pudo respirar con tranquilidad.

Pronto escuchó que Irina terminaba la receta de los demás, así que esperó el momento ideal para llevar la bandeja de comida hacia la mesa. Una fina capa de sudor cubría su pálida frente, pero se las arregló para no demostrar cuán nervioso se encontraba de seguir lidiando con esos problemáticos clientes.

Aunque por fuera parecía calmado, su mente era en desastre.

¡Wuah, qué miedo! Esos señores dan mucho miedo. ¡Wu, wu! Quiero llorar.

—A-aquí están sus órdenes. Espero que lo disfruten.

—Espera.

Honey se congeló al oír la profunda voz del hombre mayor hablándole para que se quedara allí, en el último lugar que quería. Si no fueran clientes, el definitivamente habría huido.

—¿Si? ¿Puedo ayudarles e-en algo?

—Dime tu nombre.

—¿Oh? E-es Honey, como miel en inglés— murmuró sonrojado.

Esperaba oír burlas o chistes, pero no recibió nada.

—Honey— habló el mismo hombre, con un tono calmado.

—¿D-diga?

—¿Te interesaría salir conmigo?

Honey parpadeó varias veces. Su expresión estaba en blanco, y realmente no parecía que su cerebro estuviera funcionando del modo en que debería hacerlo.

—¿Qué?

—Pregunté si te interesaría salir conmigo. Y antes de que lo preguntes, no lo hago por bromear. Es en serio.

—Oh.

Volvió a parpadear. Abrió la boca, pero la cerró cuando ningún pensamiento normal llegó a su mente.

—¿Honey?

—¡Debo irme! ¡Disfruten su comida!— soltó el muchacho. —¡Adiós!

Con eso, Honey salió corriendo para esconderse en la cocina, muy para pesar de su amiga Irina. Sólo alcanzó a decir unas palabras antes de que cayera inconsciente en el suelo.

Honey se desmayó. Sólo porque alguien mostró interés en él.

Chubby Boy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora