Capítulo 5

96 23 0
                                    

Después de clases, regreso a mi casa. Me ducho y vuelvo a cambiarme. En unas horas mi primo me pasa a buscar para salir con los chicos. La verdad es que no tenía ganas de salir, pero Luciano terminó convenciéndome.

Gracias a Dios, Joaquín no me había esperado en la salida. Menos mal, sino me hubiese matado a golpes.

—¿Es verdad que casi te agarrás con alguien en el gimnasio? —pregunta mi madre con preocupación.

—Sí... pero no fue nada.

Me mira raro. Están todos muy extraños hoy.

—En un rato me pasa a buscar Luciano, voy a salir con los chicos —comunico.

—No, señorita, no vas a ir a ningún lado. Te estás metiendo en problemas y apenas llevás dos días en ese colegio, así que te quedás acá.

—No salgo como chica, salgo como hombre. Es más, esto no pasaría si ustedes no me hubiesen metido en ese lugar... así que se la bancan.

—¿Perdón? ¡Esa no es manera de responderle a tu madre! Estás muy rebelde últimamente, en cualquier momento voy a tener que castigarte.

Suelto una carcajada sarcástica. Ella no me deja salir, fue la que decidió anotarme en este instituto —encima como una intrusa—, y pretende que no le hable mal. Bastante me estoy aguantando las ganas de decir insultos. No entiendo a los adultos, realmente. Además, me estoy haciendo amigos y mi primo no va a dejar que me pase nunca nada, no sé porqué es tan desconfiada. ¿Pensará que saldré con un chico a solas? Bah, está loca.

Subo a mi habitación nuevamente, falta menos para salir. ¿Le tengo que pedir disculpas a mi madre? No quiero, no tengo ganas sinceramente. Solo quiero irme un rato y relajarme junto a los chicos.

Después de comer en McDonald's, Oscar y Luciano se van a jugar al bowling mientras Bruno y yo tomamos un café. Estamos hablando de nuestra vida, la mía con un poco de inventos y, la de él, bastante interesante.

—Yo en realidad soy adoptado —dice—. Si ves a mis padres, son rubios de ojos claros, nada que ver conmigo. Me lo dijeron cuando tenía cinco años y, realmente, nunca tuve ni voy a tener ganas de ver a mis padres biológicos, si me abandonaron es por algo, ¿no?

—Sí, puede ser... quizás tu madre te tuvo de muy joven y no podían cuidarte. O...

—O no me querían —me interrumpe.

—No digas eso, ¿quién no te querría? Sos un chico bueno, inteligente, divertido... no lo sé. El que no te quiere es un idiota. —Suelto sin pensarlo. Él sonríe.

—Gracias... oye, tú me caes bien. A pesar de que te conozco hace poco... bueno, eres una persona muy buena y me da la impresión de que puedo confiar mucho en ti así que... si no te molesta, ¿me podrías dar un consejo sobre algo?

—Claro —contesto, dándole un sorbo al café. Bruno me mira fijamente y esboza una sonrisa torcida.

—Me gusta una chica.

Uf... si viene por ese lado, pienso. ¿Si está enamorado de mí porque sabe que soy una chica? Me sonrojo. No, imposible. No creo que lo sepa y además, ¿por qué estaría enamorado de mí si apenas nos conocemos? Oscar y Luciano gritan a lo lejos, parece que ganaron contra una pareja que los desafió. Bruno y yo nos reímos.

—¿En qué puedo ayudarte? —cuestiono finalmente.

—Amm... no sé porqué creo que puedes ayudarme mucho. Quizás porque pareces que sabes bastante sobre las mujeres.

Me río. Obviamente, sé bastante de mujeres... ¡pero porque soy una! No sé cuánto tiempo más podré seguir manteniendo esta farsa. Espero que sea hasta la graduación, así puedo decir que me mudo de país y nunca más los veo.

—¿Y qué necesitas saber? —vuelvo a preguntar. Parezco psicóloga.

—Creo que ella también está enamorada de mí, pero no me animo a decirle algo. Ella me mira, sonríe y se sonroja. ¿Será que está enamorada de mí o yo estoy loco? Me está matando esa tortura de pensar todo el tiempo en ella...

—Yo creo que sí, está enamorada de ti. Todas las chicas hacen eso cuando miran al que le gusta, o por lo menos yo lo hago. —No me doy cuenta de lo que dije hasta que lo digo de nuevo en mi mente. El chico me mira raro.

—¿Tú qué haces? ¿Te consideras una mujer? —cuestiona.

—Oh, no. No, no, no. Para nada. Quise decir que... yo también... hago que... laschicassesonrojencuandolasmiro. —Lo último lo digo de prisa y sin respirar. Siento que muero, la estoy cagando.

—Aaaah, buena esa —guiña un ojo—. Eres todo un ganador, entonces. No eres feo, seguro se derriten por ti. —Río aliviada.

—Claro. Creo que le tienes que ir a hablar a esa chica.

Nos quedamos un momento en silencio y él asiente con la cabeza lentamente.

—Gracias —dice finalmente—. Ese es el consejo que necesitaba escuchar.

Chocamos los puños y sonríe. Es muy lindo... ¿por qué tengo que disfrazarme de hombre? ¡Dios!

—¡CHICOS! —grita Oscar desde lejos, levantando la mano.

Tomamos rápidamente nuestro café y vamos hacia él. Luciano se estaba partiendo de risa, sentado en el suelo.

—¿Está borracho? —interrogo. El rubio se ríe y niega con la cabeza.

—No. Está tentado. Vio a una chica que cuando iba a tirar la bola ésta —señala la pelota pesada de bowling— hacia los bolos, se dobló el pie terriblemente y se cayó. Él vio cómo se le doblaba la patita y se empezó a reír. Ahora no lo puedo parar con nada, cada cosa que hago se ríe más —explica.

—Ayúdenme a pararlo —dice Bruno, agarrando a mi primo por debajo de los brazos y tirándolo para arriba.

Voy hacia él y le agarro las piernas, mientras Oscar lo toma por el abdomen. Lo sacamos del lugar rápidamente, y estaba riéndose muy fuerte.

—¡PAREZCO UNA ESTRELLA EN EL AIRE! —grita.

Oscar, Bruno y yo nos empezamos a reír.

—Vamos al auto —digo.

Así caminamos hasta el estacionamiento, a una cuadra del bar.

Le saco las llaves del bolsillo del pantalón y abro la puerta del acompañante.

—¿Alguien sabe manejar? Luciano no puede conducir así.

—Yo sé —contesta Bruno. Le entrego las llaves.

Acomodo a mi primo en el asiento y abro la puerta de atrás. Me subo y, cuando Oscar se incorpora, se le escapa un gas estomacal. Nos reímos mucho más.

—¿Saben? Creo que no me reí tanto en mi vida —digo, cinco minutos después.

—Es que estás con los mejores, baby —contesta mi primo, un poco más recuperado.

—Presiento que vamos a ser un muy buen grupo de amigos —agrega Bruno—. Yo puedo confiar en ustedes y ustedes en mí.

Enciende el motor y arranca.

Espero que puedan confiar en mí, chicos... espero que nunca se enteren de que les estoy mintiendo...

Una intrusa en el institutoМесто, где живут истории. Откройте их для себя