Capítulo 4

113 27 1
                                    

Al otro día, me levanto y hago la misma rutina de todos los días. Ducha, desayuno, colegio. Hoy estoy un poco más relajada, lo difícil del primer día ya pasó, pero siguen los nervios ya que no sé cómo serán las clases de Educación Física exclusivamente con chicos.

—Vamos a los vestuarios —dice Oscar. ¿Vestuarios? ¿Qué es esto?

Luciano, Bruno y yo lo seguimos. Que no me hagan cambiar delante de todos o me mato.

—Yo me voy a vestir al baño. ¿Vamos, Lucas? —dice mi primo, mirándome fijamente. Asiento con la cabeza.

Ellos doblan en un lugar y nosotros seguimos de largo.

—¿Me tendría que haber cambiado frente a todos? —cuestiono.

—Sí. Tomá esto.

Me da un equipo de gimnasia que saca de su mochila. Entro a un baño y me lo pongo. Me queda un poco grande, pero está bastante bien. Cuando salgo, él ya está vestido.

—No te reconozco –dice sonriendo. Me río.

—Yo tampoco. ¿Es malo el profesor?

—Para nada. Es algo... exigente. Pero no es malo. Vamos al gimnasio.

Cinco minutos después estoy de nuevo junto a los amigos de mi primo y, que supongo, también son mis nuevos amigos.

—Lucas, esta noche salimos a comer algo... ¿querés venir? —me pregunta Bruno. Lo miro.

—Ehh... no sé.

—¿Cómo que no sabés! ¡Vamos! No seas mala onda. Además, si no venís, te desterramos de nuestro grupito, eh... —agrega, esbozando una media sonrisa.

—Bueno, no sé... Voy a comentarle a mis padres —contesto con algo de duda y mirando sus ojos negros. Hace una mueca y suspira.

—Está bien, no hay problema si no podés. Tu primo va a venir, de todos modos. —Se encoge de hombros y se ubica a mi lado en cuanto nota que el profesor aparece.

Joaquín, a lo lejos, está con una pelota de fútbol y hace jueguitos con sus pies.

—¡Buenos días! —dice el profesor. Es un hombre rubio, con el pelo largo atado y de muy buen físico. Parece un tipo duro.

—Buenos días —responden a coro los chicos.

El adulto mira atentamente a todos y, finalmente, clava su vista en mí. Frunce el ceño y luego abre los ojos grandes, de color grises. Debo admitir que es bastante lindo.

—¿Cómo te llamás y por qué sos nuevo a estas alturas? —me pregunta con interés.

—Soy Lucas Zalceria y soy nueva-o porque se prendió fuego mi escuela anterior y mis padres no querían que pierda un año. —Sí, dije "nuevao" porque casi digo que soy nueva. Bien, Mili. Espero que no se haya dado cuenta nadie.

—¿Zalceria? ¿Sos algo de Luciano? —mira a mi primo. Asiento con la cabeza.

—Sí, soy el primo —contesto.

El profesor solo asiente lentamente y me mira con los ojos entrecerrados. Me pone nerviosa, ¿por qué me mira tanto?

—Yo soy Ricardo. Ahora, empiecen a correr para calentar. Vamos, hoy hacemos físico.

Todos protestan. ¿Qué es hacer físico? Es obvio que esto es educación física, pero nunca hice eso en mi vida. O tal vez sí, pero con diferente nombre.

Empiezo a correr junto a Luciano y sus amigos.

—Espero que estés preparada... se viene lo peor del mundo —dice Luciano en voz baja. Mi corazón deja de latir por un momento.

—¿Por qué? —cuestiono finalmente, sin perder el ritmo.

—En físico nos ma-tan, una vez un chico se desmayó y casi muere, literal. Preparate para sufrir.

—¡Dejen de charlar y corran!

Seguimos corriendo. La verdad que sí, parece bastante exigente y ya me dio miedo.

Así estuvimos por lo menos veinte minutos, o eso me pareció a mí, ya que no terminaba más.

—Ahora vayan a buscar colchonetas y divídanse en grupos de a dos —comunica Ricardo.

Voy directamente con mi primo, pero Oscar se interpone, por lo que me quedo sola. Bruno corre hacia mí. Se ve demasiado sexy con la camiseta pegada a su cuerpo y sus rulos saltando como resortes. Sonríe.

—Parece que vamos a tener que estar juntos —dice.

—Sí. —Me río intentando no sonar muy afeminada.

Cuando todos estamos ubicados, el profesor habla.

—Bueno. Van a tener que hacer cien abdominales para empezar. El compañero le tiene los pies.

¿Qué? ¿Cien abdominales... para empezar? ¿Cómo voy a hacer?

—¿Querés que empiece yo? —cuestiona el morocho. Asiento con la cabeza.

Él se acuesta sobre la colchoneta y yo pongo mis manos sobre sus pies. Empieza con sus abdominales. Al principio le cuesta un poco, pero luego le toma el ritmo y en menos de dos minutos hizo los cien. Me quedo impresionada.

—Te toca —dice sonriendo con algo de burla.

Suspiro fuerte y me pongo en posición. Siento la presión de sus manos sobre mis zapatillas. Empiezo con diez abdominales y ya siento que no doy más. Veinte, los hago cada vez más lentos. Treinta, me quema el abdomen. Treinta y cinco, casi se me empieza a acalambrar todo.

—Esperá, no doy más —susurro, en el abdominal número treinta y ocho.

—Te falta poco. Vos podés.

Suspiro y, con cara de dolor y en cinco minutos, hago los restantes. Fui la última en terminar, que vergüenza.

—Estás en mal estado —me dice el profesor. No puedo creerlo, ¡obvio que estoy en mal estado a comparación de ellos!

—¡Gordo! —me grita Joaquín. Sus amigos ríen.

Cruzo mi mirada con Luciano y hace una mueca que no comprendo mucho. Bruno se está riendo junto a los demás.

—Yo no soy gordo, es que en la otra escuela no nos exigían tanto —le replico, parándome. Él también se levanta, me asusto cuando se acerca a mí.

—¿Y? Igualmente, si no fueses gordo podrías haberlo hecho perfectamente.

—Que discriminador... Hasta alguien con sobrepeso puede hacer abdominales si está entrenado —digo—. Sos un idiota con todas las letras.

—¿Cómo me dijiste? —su mano se convierte en un puño.

—¡Chicos, no se peleen! —interviene el profesor, interponiéndose entre los dos.

—Zalceria, te veo a la salida. Ningún tarado nuevo como vos me va a venir a pelear, yo estoy acá desde que tengo cinco años. Soy el LÍDER. ¿Escuchás? ¡Nadie me va a desafiar! —expresa con sus ojos bien abiertos y tono cargado de rencor. Sus amiguitos asienten apoyándolo.

Pongo los ojos en blanco, ¿quién se cree que es? Asiento con la cabeza mirándolo fijamente, no me da miedo. Luciano viene hacia mí y me toma del brazo.

—Nadie se va a pelear afuera —dice—. Si te peleas con él, te peleas conmigo.

Joaquín lo mira de arriba abajo y se ríe. Luego, se va del gimnasio. Felipe corre detrás de él.

—Eso estuvo feo —susurra Oscar.

Me siento en el suelo y pongo mi cabeza entre mis piernas. Estoy haciendo todo mal...

Una intrusa en el institutoWhere stories live. Discover now