Capítulo 2

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No hay muchos chicos en el pasillo, pero los pocos que están allí se voltean a mirarme con cara de sorpresa y murmuran entre ellos. ¿Se darán cuenta de que soy una chica?

—No les hagas caso, estos son niños —comenta Luciano—. Cursos menores que lo único que hacen es rumorear como nenas.

Arqueo las cejas. ¿Rumorear como nenas? Me siento algo ofendida.

Seguimos caminando y se nota que esos eran sólo niños pequeños. Cada vez hay muchachos más grandes, algunos son muy lindos, otros no tanto.

Mi primo se detiene ante unas escaleras de mármol.

—En el piso de arriba está el piso de secundaria superior, el que vamos los más grandes. Vamos a subir para hablar con el director, dijo que quería verte cuando lleguemos. Recordá actuar como hombre, estás caminando como una modelo.

—No sé como caminar de otra forma.

—Pasos seguros, cara seria... y tu voz, intentá hacerla un poco más grave. Sino todos se darán cuenta de que sos mujer. A ver, hablame como hombre. —Me aclaro la voz.

—Hola. —Se ríe. Creo que sonó demasiado gruesa y ronca.

—Tenés diecisiete, no cuarenta. Pero si la afinas solo un poquito está bien... Intentalo de nuevo.

—Hola —repito. Creo que ésta vez salió bien, porque sonríe y asiente.

—Mucho mejor. De todos modos, tratá de hablar lo menos posible. Subamos.

Sube corriendo las escaleras y trato de imitarlo, pero casi me caigo. Se le escapa una risotada.

—Cuidado o pasarás vergüenza. Tuviste suerte de que no haya nadie detrás de nosotros.

Me sonrojo. Hubiese sido terrible. Lo sigo por un pasillo con piso de piedra y paredes azules bien pintadas. Llegamos a una puerta donde hay un cartel enorme colgado en ella, dice: "OFICINA DEL DIRECTOR: Toque antes de entrar."

Luciano toca la puerta y un señor de unos cuarenta años, cuerpo robusto, alto y con bigotes la abre.

—Adelante —dice con voz estridente, sentándose en una silla en un lado del escritorio. Señala otras dos al frente de él y nos sentamos—. ¿Usted es Lucas Zalceria?

—Sí. —Mi voz sale con tono asustado y me la aclaro. Me cambiaron mi nombre de mujer por Lucas y yo no lo sabía. Ya me lo veía venir, Milagros no queda bien en un hombre.

—Bienvenido. Espero que se sienta a gusto en nuestra institución. He hablado con sus padres personalmente sobre usted, señor. Sólo hice una excepción sobre poner a alguien nuevo a mitad de año, y con usted sobre todo, ya que su primo es una excelente persona y un alumno ejemplar. Espero que usted también lo sea y, por lo que vi con sus notas del otro colegio hasta ahora, estoy seguro que así será.

—Confíe en mí, señor. Mi primo es excelente, se lo aseguro —contesta Luciano por mí. Le agradezco mentalmente.

—Gracias por su comentario, señor Zalceria. En fin, los dejo libres. Que tengan una buena jornada.

Murmuro algo ininteligible y salgo casi corriendo de la sala.

—No fue tan malo... ¿no? —dice—. Ahora vamos al salón de clases, allí están todos mis compañeros. Acá fuera son todos unos niños, no tienen nada que hacer más que subir a visitar a los grandes.

Subimos un piso más hasta llegar a otra aula. La puerta está cerrada, pero se pueden oír ruidos que provienen del interior. Vuelvo a respirar hondo y mi primo abre la puerta. Mi corazón late a mil por hora. Por lo menos quince chicos me están mirando como si fuese un bicho raro. Después, me saludan como hacen ellos, con una especie de "chocar los cinco", cosa que me sale muy torpemente. Vuelven a mirarme raro y saludan cálidamente a mi primo. Mi presión se va un poco cuando dejan de prestarme atención. Me siento delante de todo, ya que uno de ellos me dijo que es el único lugar libre. Claro, todos se sientan atrás...

Luciano levanta su dedo pulgar para darme ánimos, y se pasa la mano por su pelo color oro mientras se sienta detrás de mí.

Casi al terminar la tercer hora, pasa algo interesante. El profesor de Literatura y Arte decide hacer algo distinto. En vez de hacerme presentar a mí, que se presenten los chicos. Sólo tuve que decir que me llamo Lucas y que vengo de una escuela que se prendió fuego, porque el profesor me lo pidió.

Los chicos fueron levantándose uno por uno, diciendo su nombre y las cosas que le gustan. Al lado de un petisito rubio llamado Oscar Nuñez, se levantó un muchacho sonriendo seductoramente. Todos se rieron y le hicieron burla. No pude ocultar mi sonrisa. Éste chico es rubio, tiene ojos color azul y un aspecto desaliñado, típico del chico que se hace el lindo.

—Mi nombre es Joaquín Ibáñez y me gusto a mí mismo. —Se sienta de nuevo y se aplaude a sí mismo. Pongo los ojos en blanco, ya no me cae bien. Parece muy... egocéntrico.

Se siguen presentando. Los del grupo de Joaquín se levantan y mandan besos a todo el mundo.

—Mi nombre es Felipe Herrera —dice el que supongo es su mejor amigo. Ojos verdes y pelo colorado—. Un beso a mi mami que me debe estar mandando un mensaje al celular para saber si me escapé de la escuela. —Todos ríen.

El último se para y sonríe cálidamente, mirándome. Me sonrojo, que no me mire tanto o se dará cuenta de que soy una chica. Lo miro yo también por unos segundos. Su tez es morocha, tiene ojos café y rulos como los de David Bisbal. Me río para mis adentros por mi comparación.

—Me llamo Bruno Martínez —dice, en voz alta. Por un momento pensé que diría Bruno Mars.

Se sienta otra vez, tímidamente. No creo que éste sea uno de los amigos de Joaquín. Mi primo está al lado de Bruno, así que supongo que es de los buenos. Luciano no se levanta y me río. Sale un sonido de chica, así que me aclaro la voz rápidamente.

—Yo soy Luciano Zalceria. Él ya me conoce porque es mi primo, por eso tenemos el mismo apellido. En fin, eso.

Todos aplauden y Joaquín le tira un papel hecho un bollo que impacta sobre su cabeza. Luciano le guiña el ojo sonriendo y el rubio le saca la lengua, en modo amigable. Entonces se llevan bien...

—Bueno, como todos se presentaron... empecemos con la clase —dice el profesor.

—¡Yo no terminé! —agrega Oscar, el chico petiso, gritando. El profesor, llamado Diego, lo mira y niega con la cabeza. Vuelven a reír todos.

—Lo siento muchachos. Tienen que estudiar, en unos minutos toca el timbre del recreo.

—Y bueno, déjenos esos minutos libres. No sea malo —dice un chico cuyo nombre no recuerdo.

Diego resopla y comienza a escribir en el pizarrón.

—El que no copia tiene un uno.

Todos sacan rápidamente sus cuadernos y lapiceras y empiezan a copiar. No son tan malos, excepto ese Joaquín. No me cae bien y presiento que algo muy malo pasará con él...

Una intrusa en el institutoWhere stories live. Discover now